Heraldo de Aragón

Aquiles y la atleta

- Marta San Miguel

Si no fuera por las tragedias, no habríamos conocido a tantos personajes fundamenta­les de la historia. Es una paradoja que funcione así el relato de la humanidad, a base de desgracias, pero el dolor tiene un punto deslumbran­te que muestra la fricción entre nuestras motivacion­es y la realidad.

El pensamient­o occidental empieza en tragedias griegas como las de Antígona o Edipo y, sin embargo, en esa tensión entre las acciones de los humanos y sus circunstan­cias siguen saliendo a diario excusas para darle una vuelta de tuerca al género del sufrimient­o. Por ejemplo, como hacemos con el complejo de Edipo, ¿en qué tipo de complejo se convertirá con los años el nombre de Koldo, lo usaremos para referirnos a la falta de escrúpulos o a la astucia del que ve en el miedo un motivo para el negocio? ¿Existirá el síndrome de Ábalos para referirnos al que se niega a asumir una responsabi­lidad por tener en su equipo de confianza a alguien execrable?

A pesar de tanta tragedia, estos días he pensado en un héroe: pienso en Aquiles cuando veo en televisión suplicar mirando al cielo a la atleta de pentatlón María Vicente, herida de dolor físico y emocional al romperse su heroico tendón cuando estaba a punto de saltar el listón de 1,73 metros y coronarse en el Campeonato del Mundo que se disputaba este fin de semana en Glasgow. La veo llorar sobre la colchoneta y me pregunto si no hemos reventado la noción de héroe, si algo en el mundo no marcha bien cuando los malos se superan y nos superan, y los buenos se quedan abajo, debajo, boca abajo.

En 2019, María Vicente formó parte de una revolución generacion­al del atletismo español. Volaba, entre otras, junto a Salma Paralluelo –hoy dorada futbolista–, y se adivinaban más laureles tras sus marcas. Cuatro años después y una pandemia, renuncias y mudanzas mediante, aspiraba al oro como anticipo a los Juegos Olímpicos de este verano. Iba a ganar. Tenía la mejor marca mundial de la temporada y tenía que ganar. Debía ganar. Pero el deporte es ese escenario donde es posible creer en los dioses, en seres alados, en la perfección, hasta que llega la tragedia y la realidad vuelve a ser ese espacio donde nos enteramos de que ínclitos ayudantes de un ministro se forran vendiendo mascarilla­s, mientras la mejor atleta de España se rompe precisamen­te por donde mueren los héroes. Si no fuera por su tragedia, la de romperse el tendón de Aquiles, no sabríamos hasta qué punto estamos rodeados de héroes y no solo de villanos que nos avergüenza­n.

Es la paradoja de la historia de la humanidad, el síndrome del realismo del dolor al que habría que ponerle nombre.

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