Occidente exige investigar la ‘masacre de la harina’ en una Gaza cada vez más hambrienta
La Unión Europea, EE. UU., Francia y Alemania suben el tono y reclaman a Israel que aclare el asesinato de civiles en una cola de reparto de alimentos
MADRID. Abdel Halim Saeed es palestino. Ha perdido quince kilos desde que Israel entró en Gaza hace algo menos de cinco meses. «¿Quién hubiera imaginado que una persona moriría de hambre?» en la Franja, se pregunta este hombre que desde el lunes solo ingiere agua con sal ante la falta de alimentos y un miedo creciente a acudir a las colas de reparto de comida. «Me arriesgo a ir al lugar donde llegan los camiones de ayuda, pero regreso con las manos vacías, aterrorizado por los bombardeos, el número de mártires y las numerosas lesiones que sufre la gente», explica a un medio palestino.
Su pánico ha aumentado tras la ‘masacre de la harina’. El Ministerio de Salud cifró ayer en 112 fallecidos y 760 heridos las víctimas de la catástrofe ocurrida el jueves en la carretera de AlRashid unos pocos minutos después de la llegada del primer convoy de ayuda humanitaria del día. Según el ejército israelí, sus tropas, que custodiaban el camión, efectuaron «disparos limitados» contra una muchedumbre que se les vino encima a causa de un conato de asalto al tráiler. Las Fuerzas de Defensa se sintieron «amenazadas» y abatieron a una decena de personas. El resto de fallecidos, según su versión, se produjeron por aplastamiento durante una «estampida» en la que algunos civiles «fueron arrollados por los camiones de ayuda».
La visión de Hamás
Hamás, sin embargo, afirma que los soldados abrieron fuego indiscriminadamente sobre la muchedumbre y culpa al ejército del centenar de muertes. Medios palestinos señalaban ayer que el ataque fue «premeditado» mientras Taher al-Nono, portavoz político de la milicia, manifestó que Israel está «cometiendo masacres contra nuestro pueblo con el objetivo de chantajear a la resistencia en las negociaciones» sobre los rehenes y la instauración de un alto el fuego.
Arabia Saudita, por su parte, condenó «los ataques de las fuerzas de ocupación contra civiles indefensos», en una línea muy parecida a la Liga Árabe, que denunció «un acto bárbaro y brutal que desprecia totalmente la vida humana». Fuentes gazatíes indicaron que cientos de heridos fueron trasladados en los mismos camiones en busca de asistencia, pero se encontraron con el cierre de decenas de hospitales, la escasez de personal médico y la inexistencia de material clínico adecuado después de semanas de combates.
Occidente eleva el tono
La tragedia ha dado un vuelco a las pretensiones de Estados Unidos, cuyo presidente, Joe Biden, se declaró conmocionado y admitió que la masacre complica cualquier iniciativa para una tregua. El líder demócrata exigió una «investigación exhaustiva», de la que puede depender el calor de su apoyo a Tel Aviv. Ayer mismo, Washington vetó una resolución condenatoria de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU, pero solo en tanto se dilucida la verdad de la matanza. La Unión Europea, Alemania y Francia reclamaron una investigación «independiente» mientras Italia, España y China reivindicaron la «urgencia» de una tregua.
La inmediatez es en este conflicto la diferencia entre vivir en la miseria o perecer por malnutrición, que es muy mala muerte. El cuerpo se consume a sí mismo. El proceso es lento, doloroso y degenerativo. Al menos seis niños han fallecido en esas circunstancias en los últimos días, según señaló ayer un portavoz médico palestino. El último se llamaba Muhammad Ihab Jamil Nasrallah. Tenía ocho años. Llegó herido al hospital. La falta de alimentos, la deshidratación y las estanterías vacías de medicamentos acabaron con él. Le envolvieron en una sábana blanca. Hay más preparadas para convertirse en sudarios.