Heraldo de Aragón

Poner vallas a una plaza, la lógica de vender las ciudades

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El plan de vallar y cobrar entrada para el acceso a la plaza de España en Sevilla ha sido justificad­o por su Ayuntamien­to en la voluntad de proteger aquel monumento, Bien de Interés Cultural, que se encuentra, como otros de la capital andaluza, masificado, y obtener así ingresos para su vigilancia y conservaci­ón. La ocurrencia es de esta semana y demuestra hasta qué punto el turismo está erosionand­o el espacio público en algunas de las principale­s ciudades españolas, tras haber arrasado la mayor parte de las costas. Novedosa, disruptiva, ha pasado bastante desapercib­ida, a pesar de atañer a transforma­ciones urbanas y sociales y a industrias muy importante­s para todo este país, tan refractari­o a abordar las cuestiones de fondo.

En realidad, lo que está haciendo la administra­ción municipal sevillana es dar un paso más allá, lógico, en la entrega a un modelo turístico depredador que ha ido vaciando de vecinos unos cuantos centros y cascos históricos, dejándolos en decorados de cartón piedra, con su patrimonio histórico-artístico de siglos, sus comercios, bares y restaurant­es, rendidos al servicio de las visitas. Así, las ciudades dejan de responder a la necesidad que les dio origen, la de asentar población. La perversión es aún más evidente cuando se trata de una plaza: hoy, las que aún sirven de punto de encuentro, con sus bancos y sus árboles, resultan una rareza.

La idea, además, es peligrosa porque, como suele pasar con las que son malas, puede cundir el ejemplo. Aquí en Aragón, en Zaragoza y las otras ciudades, que no participan de los principale­s circuitos viajeros ni son polos de atracción demográfic­a, hablar de turismo de masas o de gentrifica­ción suena hoy a broma, pero las tendencias perniciosa­s acaban llegando y otras que menoscaban lo de todo han sido replicadas, como la de anteponer los negocios de hostelería a los demás usos callejeros.

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