La campana voladora
De la campana voladora de Bijuesca ya se escribió en 1750, cuando el padre Faci señaló que resonaba su nombre por todo Aragón desde que «saltó de su sitio» en la ermita de Nuestra Señora del Castillo, para ir a caer en un olmo distante «...y quedó colgada de una rama de este árbol, y tan delgada que todos lo creyeron milagro», pues a nadie hirió. El suceso se reflejó en unas pinturas que pueden verse en el templo. La campana se desprendió mientras se volteaba, anotaron dos curas en un opúsculo fechado en 1946, y «cuando subía la Santísima Virgen del Castillo, sobre hombros de cuatro sacerdotes, a su capilla, en procesión general formada por todos los pueblos de la Concordia que vinieron con sus pendones, estandarte y cruces parroquiales». Supongo que esa campana, u otra vecina, sería la que la santera, que vivía en la propia torre, hacía sonar cada atardecer, a modo de ‘campana de los perdidos’, para que el sonido guiara hasta sus casas a los pastores y labradores cuando se enfrentaban con la oscuridad, la niebla o la nieve.
Los gozos de la Virgen del Castillo dan cuenta de otro portento ocurrido en la ermita: «De tus bóvedas cayó / un albañil trabajando / y en los andamios pegando / al suelo vivo llegó / ningún daño recibió / dando su cuerpo en un canto». Únicamente rasguños, por lo que ya en el XVIII se tenía claro que la «pequeña lesión había sido para sola la memoria del beneficio». Este prodigio se obró en el trabajador «a pesar de que todos los convecinos del pueblo le señalaban como el hombre más perdido, que nunca cumplía con sus deberes religiosos». El albañil, tras sacudirse el polvo del batacazo, reorganizó su vida: «Postrado a los pies de su madre bienhechora, dióle rendidas gracias», escribieron en los años cuarenta mosén Victorino y mosén Jaime. Lo relatado también puede contemplarse plasmado en una pintura mural del templo.
La Virgen del Castillo es patrona de Bijuesca, cuyas fiestas mayores se celebran en su honor a mediados de agosto, en torno a san Roque. Por cierto, el etnógrafo Urzay Barrios anota: «Desapareció hace muchos años la tradición del cochino de San Roque. La cofradía de la Virgen del Castillo compraba un cerdo, que en invierno dormía en una pocilga junto a la ermita de la Virgen, pero en verano pasaba la noche en cualquier sitio. Con el dinero obtenido de la rifa del día de san Roque, se compraba más adelante otro cerdo y aún quedaba dinero para los gastos de la fiesta y de la ermita».