Heraldo de Aragón

El drama que viene de adentro

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Somos más hijos del agobio y del dolor que de la felicidad. Y más en estos tiempos, donde todo va tan de prisa y sin auténticos ideales que parece que vivimos en bancarrota, en la intemperie sentimenta­l y quizá despegados del suelo y muy lejos del cielo.

A la vez uno entiende mejor a algunos escritores: ‘Lugar siniestro este mundo, caballeros’, tituló un libro Félix Grande. El viernes mismo los periódicos, en papel y en las web, recordaban que 357 directivos del Banco de Santander ganan más de un millón de euros al año. Desconozco si cuando concibió la idea del superhombr­e, el doliente e intuitivo Nietzsche se los imaginó a ellos de algún modo. Seguro que ese impostor fabuloso que es Koldo García también aspiraba a vivir sin números rojos a final de mes. ¿Qué pensarán todos los artistas y creadores que, en un nada desdeñable porcentaje, ni siquiera alcanzan el sueldo mínimo interprofe­sional? Quizá que se han equivocado de planeta, de existencia e incluso de oxígeno.

A lo que iba. Estos días he visto cuatro obras que celebran o recuerdan a cuatro desparecid­os: la vida trunca de Mauricio Aznar, en ‘La estrella azul’ de Javier Macipe, elogiada por doquier y con fundamento, un idealista que cambió lo que quizá habría sido una senda hacia un leve éxito por otros sones para el alma; la desdicha del humorista Eugenio, en la piel de David Verdaguer, en ‘Saben aquell’, de David Trueba, otro personaje azotado por el tormento interior, incapaz de soportarse a sí mismo, la fama y el silencio de piedra y humo, a pesar de la luminosa y alegre Conchita (Carolina Yuste, fabulosa también; gran locutor Pepe Melero); la relación y el amor de Elvis Presley y Priscilla, en ‘Priscilla’, de Sofia Coppola, una película de terror y mentira que parece como un paseo por las ciénagas del infierno y por la negra noche de

Hansel y Gretel. En esa relación, tan viciada de pastillas y de enajenació­n esencial de la ternura, no existe ni el talismán del deseo aunque la niña sea un ángel.

Y he visto en el Teatro Principal, una pieza escénica muy atractiva de Lorca/Emilio Ruiz Barrachina que cuenta las últimas horas del poeta del verbo de luna y nardo caliente, víctima de los caprichos del destino, de la inquina y de la maldad gratuita de todas las guerras. Lorca, como escribe Manuel Bernal Romero, sobrevive a todas ‘Las muertes de Federico’. Fue tan grande, tan incomparab­le, que muchos son los que quieren «dormir tu morir», como dijo Juan Ramón Jiménez. Y eso hacemos un poco en nuestra cita con Mauricio, Eugenio, Elvis y él, que sucumbiero­n a las dentellada­s de rabia de la vida. A veces vivirse es el peor drama.

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