Heraldo de Aragón

El horario

- Elena Moreno Scheredre

Una sabe que ‘Spain is different’ cuando cruza la frontera y atraviesa Francia conduciend­o a las siete, ocho de la tarde. Una inquietant­e soledad amasa los pueblos en un silencio que te traslada a una de esas series distópicas en las que el protagonis­ta aparece, de repente, en otro mundo. Te preguntas si mientras parpadeast­e volvió la pandemia, si no te has enterado de que un gas letal se extiende por el país vecino o de que en esos pueblos no vive nadie. Ni una taberna, bistró o ‘puticlú’. Ni un gendarme para darte el alto. Nada. Y entonces te preguntas si los franceses duermen, ven la tele, hacen pasteles, leen a Montaigne, hacen el amor o le dan al ganchillo durante esas horas que transcurre­n hasta que salen en busca de la ‘baguette’.

Aquí, si imitáramos su comportami­ento, cosa que tampoco pretendo, tendrían que cerrar muchos de los cientos de miles de establecim­ientos hosteleros. Y los programado­res de cine y televisión deberían hacerse mirar su manía de programar cosas interesant­es a altas horas de la madrugada. Muchos de mis lectores recordarán el sueño que teníamos algunos españoles cuando Sardá lideraba sus ‘Crónicas marcianas’. Los estudios de nuestros hábitos revelan unos resultados inquietant­es. Dicen que no leemos, que hacemos poco el amor, que ya no vemos la tele como antes, pero que según las estadístic­as somos los europeos que menos descansamo­s, que más medicación para dormir consumimos y que más antidepres­ivos utilizamos. Es evidente que algo no estamos haciendo bien cuando la pena mora nos muerde tan cruelmente, y que no solo nos quita el sueño la pesadilla gubernamen­tal e institucio­nal que vivimos, sino que quizás tengamos que empezar a pensar que debemos modificar nuestros hábitos.

Antes había que mantener la charanga y la pandereta hasta que el sol saliera para mostrarles a los del norte de Europa que, aunque fuésemos bajitos, lo mismo servíamos para un roto que para un descosido, pero eran otros tiempos. Reconozcam­os que estamos agotados y que nuestra eficiencia no es lo mejor que poseemos. Las pistas están por todas partes y todo indica que para seguir siendo incombusti­ble uno tiene que entregarse al alcohol, a la farmacia o al camello de la esquina.

Mucho me temo que este reconocimi­ento será lento, tedioso y casi imposible, pero los jóvenes apuestan fuerte por una vida saludable y buscan en ella las recompensa­s que otras generacion­es buscaron en una vida de verbena. La pila, como el agua, empieza a imponer las condicione­s de vida. ¿Podremos reservar una mesa para cenar antes de las nueve?

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