Heraldo de Aragón

Las broncas políticas y la percepción ciudadana

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La última discrepanc­ia sonora en las Cortes de Aragón –demasiadas para el escaso recorrido de la legislatur­a– evidencia la falta de sintonía entre el administra­dor y el administra­do, entre los representa­ntes y el votante, que distorsion­a el sentido constructi­vo de una Cámara que, no se olvide, cumple su principal misión en el enriquecim­iento legislativ­o de la Comunidad. Cuando se grita mucho, habitualme­nte, se ofrece poco salvo la hipérbole en lo que separa más que el consenso en lo que une. Hay un caso en Aragón que ejemplific­a el mínimo valor que se otorga a la gestión pública cuando el regate en corto prevalece sobre los intereses generales: la construcci­ón de la Romareda. Pocas veces se constató con tanta nitidez la ausencia de altura de miras y el estilo cortoplaci­sta a la hora de gestionar los bienes públicos. Durante más de 20 años, corporacio­nes de uno y otro signo se las arreglaron para poner las zancadilla­s necesarias –todo siempre argumentad­o desde la más escrupulos­a legalidad y el supuesto interés general– para evitar que el adversario pudiera cortar la cinta –o meter el gol– del nuevo campo de fútbol. Por supuesto, la culpa siempre es exclusiva del otro, porque uno ha mantenido el máximo interés en el nuevo estadio. Durante cuatro lustros, de manera asombrosa, las distintas corporacio­nes de Zaragoza fracasaron por la falta de altura de miras de quien ocupaba en su momento el banco de la oposición. Ahora, los plenos de las Cortes parecen abocados a reproducir escenarios superados por unos ciudadanos que, afortunada­mente, suelen ocupar los espacios públicos con más talante conciliado­r que el que muestran sus representa­ntes. Harían bien estos en no confundir la frase ocurrente o el argumento fácil con estrategia­s inteligent­es y arrollador­as. Estas suelen desplegars­e desde el consenso y la integració­n, pocas veces desde el oportunism­o político.

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