España acogerá este año la edición del Festival Eurovisión Júnior
ZARAGOZA. El Festival Eurovisión Junior, en el que participan niños de entre 9 y 14 años, celebrará su edición de 2024 en España, según anunció ayer la Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora de estos populares certámenes. Será la primera vez que el país acoja el concurso, que ganó en 2004, con ‘Antes muerta que sencilla’, de María Isabel.
«Veinte años después de su victoria, nos emociona llevar finalmente el concurso a España, y estamos agradecidos a RTVE por aceptar ser los anfitriones de esta competición, que da a jóvenes artistas europeos la oportunidad de mostrar su talento», señaló el supervisor ejecutivo de Eurovisión Júnior, Martin Österdahl. A diferencia de su hermano ‘mayor’, Eurovisión Júnior no tiene por qué celebrarse cada año en el país cuyo representante ganó la edición anterior, aunque sí que tiene prioridad en hacerlo si lo desea.
España fue segunda en 2023 con ‘Loviu’, de Sandra Valero, mientras que la ganadora fue la francesa ‘Coeur’, interpretada por Zoe Clauzure. France Télévisions declinó organizar el festival de 2024, por lo que la Unión Europea de Radiodifusión se lo ofreció a RTVE, que sí ha aceptado. La ciudad sede del festival y las fechas de éste serán anunciadas próximamente, indicó la UER.
«Organizar el festival es un paso más en los esfuerzos que la televisión pública española ha realizado en los últimos años para promover Eurovisión en España y dar relevancia a nuestra música», indicó la jefa de la delegación española en el concurso, Ana María Bordas. recto. O a la mañana siguiente, en el instituto, te quedarás sin conversación. El problema es que más allá de que sea un mero entretenimiento de culebrón, lo empobrecedor está en que ‘La isla de las tentaciones’ se queda atascada en patrones físicos monolíticos y en una superficial manera de entender el amor como sinónimo de propiedad. A veces, incluso un complemento adquirido para aparentar mientras paseas. El participante prototípico de este ‘reality’ se podría resumir en ese tipo de humano que corre a atar un candado a la barandilla de un puente como «romántica» alegoría de que amar es esposarse y tirar la llave. Es el mismo que, al rato, pide a su pareja poder leer todos los mensajes que llegan a su móvil como demostración de quererse infinito. Pero no, eso no es amor. Suena más bien a posesión.