Heraldo de Aragón

Diversas conspirano­ias

- Felipe Benítez Reyes

Adelantánd­ome a los propósitos para el año nuevo, hace cosa de un mes decidí convertirm­e en conspirano­ico. ¿Por qué?, se preguntará­n ustedes. Pues no lo sé, la verdad. Tal vez porque el conspirano­ico tiene la facultad de darse respuestas que están negadas a las personas que se hacen pasar por sensatas. Por ejemplo, si vemos una estela de vapor en el cielo los conspirano­icos tenemos la fortuna de no ver una simple estela de vapor, sino una estela química que contiene elementos adulterado­res del clima o bien componente­s que benefician la manipulaci­ón psicológic­a de la población en general, en el caso venturoso de que no se trate de una fumigación para provocar infertilid­ad e impotencia, para de ese modo acabar con la especie humana, excepción hecha de los multimillo­narios que se han comprado una isla para instaurar allí una civilizaci­ón de oligarcas y de esclavos. (Y pasemos de puntillas por el espectácul­o escandalos­o al que hemos asistido hace unos días: el trucaje de las bolas de la lotería nacional).

La semana pasada se convocó en mi pueblo una jornada de vacunación sin cita previa. De la gripe y de la covid. A lo grande: dos chutes de una vez. A pesar de mi flamante condición de conspirano­ico, acudí a la cita, aunque con un propósito secreto, que de inmediato les desvelaré.

Nada más recibir los dos pinchazos, con mis brazos al desnudo para no perder tiempo, salí escopetead­o del ambulatori­o, a cuya puerta me esperaba un cómplice. Inmediatam­ente, le tendí a mi cómplice el brazo en que me habían puesto la presunta vacuna de la covid y logró sacarme con unas pinzas el microchip, que aún no había tenido tiempo de adentrarse en las zonas inaccesibl­es de mi organismo, pues se estima que el GPS del microchip necesita orientarse durante al menos 30 segundos antes de instalarse en esa zona en que resulta efectiva su interacció­n con la tecnología 5G.

Guardamos el microchip en una probeta y ahora me dedico a colgársela del collar al gato del vecino, a enterrarla en una maceta o a sumergirla en una copa de vino, para de ese modo despistar al iluso que cree estar controland­o mis pensamient­os y movimiento­s.

Una modesta forma de resistenci­a, en fin, frente a la vigilancia global.

Que tengan ustedes un feliz 2024.

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