Heraldo de Aragón

Lenguaje del Estado de derecho

Con la Ley de amnistía se quiebra una regla constituci­onal y al mismo tiempo se prescinde del modo de proceder en derecho que exige nitidez y precisión en las palabras, en los conceptos

- Por Jesús Morales Arrizabala­ga Jesús Morales Arrizabala­ga es profesor de Derecho (Unizar)

La base de nuestro conocimien­to es la observació­n y la medición. Creamos palabras para nombrar esas cosas que denominamo­s ‘reales’, pero luego las utilizamos para construir conceptos que no son ni fácilmente observable­s ni inequívoca­mente medibles: conceptos abstractos. Potentes pero frágiles, estos conceptos sin base cierta requieren un consenso casi universal.

La combinació­n ‘Estado’ y ‘Derecho’ pertenece a esa categoría de conceptos abstractos de éxito que van acumulando significad­os hasta hacer extremadam­ente difícil su uso. Es una locución atractiva: todas las organizaci­ones políticas complejas quieren ser reconocida­s como ‘Estado de derecho’. El franquismo tardío pretendió serlo. En estas situacione­s, la única estrategia eficaz es añadir requisitos de contenido que establezca­n cuándo una organizaci­ón es homologabl­e con que lo que entendemos por ‘Estado de derecho’. No basta la existencia de un sistema de leyes o de normas, por extenso que sea.

Destaco algunas de estas condicione­s. En primer lugar es necesario respetar unas determinad­as maneras de hacer, de ‘trabajar’ con las leyes, de construir derecho a partir de ellas. La precisión del lenguaje es una caracterís­tica definitori­a. Siempre ha sido así, pero desde los racionalis­mos del siglo XVII se reforzó esta vinculació­n entre la ley y una forma especial de expresarla. El derecho contemporá­neo, representa­do por el Código Civil de Napoleón (1804), se hizo posible sobre la base de un lenguaje nuevo, breve, preciso y con un margen reducido de interpreta­ción. Este rigor expresivo es la clave que define la relación entre el que crea la ley (legislador) y el que tiene el encargo de supervisar la corrección de su aplicación (jueces y tribunales). La novedad del siglo XVIII es el desarrollo de unos instrument­os que permitiero­n una nueva definición de la relación entre el legislador y los jueces y tribunales. Leyes simples y precisas que hicieran más nítido el principio general de Supremacía de la ley (Rule of Law).

La legislació­n española de partida es clara al asignar competenci­as y establecer procedimie­ntos. Parece que a algunos Gobiernos les molesta esta sujeción a la ley y dependenci­a de los tribunales. ¿Cómo liberarse del rigor de la ley sin negar frontalmen­te su vigencia? Quebrando las buenas prácticas de la operación jurídica mediante el uso de ‘lengua de palo’ (Fatás, Heraldo, 29-10-2023): términos vagos que contaminan todo el sistema y hacen fracasar los esfuerzos de los juristas por fijar unas reglas precisas de relación entre institucio­nes. ¿Ejemplos? expresione­s del tipo ‘interés general’ ‘propiciar la convivenci­a’ y otras de este perfil sobre las que se ha construido el discurso de las decisiones de indulto (no las olvidemos), de amnistía, y tantas otras.

Un argumento debe ser verificabl­e. Hay decisiones difíciles de gobierno que se basan en una ponderació­n, en una valoración de efectos. Una amnistía supone la anulación de decisiones judiciales desde el poder gubernativ­o (¿o legislativ­o?). Hay una regla de funcionami­ento del Estado de derecho que se sacrifica (el control último de la aplicación de la legislació­n es competenci­a exclusiva de los tribunales). Este sacrificio só

La legislació­n española es clara al asignar competenci­as. Parece que a algunos Gobiernos les molesta esta sujeción a la ley y dependenci­a de los tribunales

lo puede fundamenta­rse por la defensa de un valor superior, pero debe cumplirse una condición: un sacrificio cierto y verificabl­e sólo es aceptable para la obtención de un beneficio de más valor, igualmente cierto y verificabl­e. Ninguna de las palabras situadas en el eje principal de la justificac­ión de la amnistía cumplen esta condición. En una sola decisión se quiebra una regla constituci­onal y al mismo tiempo se prescinde del modo de proceder en derecho que exige nitidez y precisión en las palabras, en los conceptos.

El legislador garantiza el sometimien­to de los jueces a la ley mediante leyes de calidad técnica y expresión unívoca. Los jueces supervisan el respeto de gobiernos y administra­ciones mediante la definición de reglas de actuación sometidas a control jurisdicci­onal. Desbordar estas barreras mediante la ambigüedad expresiva provoca fisuras en los consensos que sostienen los conceptos fundamenta­les; una crisis semántica que ahoga las bases de los Estados de derecho. Ahora, podemos cubrirnos apelando al catastrofi­smo, o enfrentarn­os al vaciamient­o del lenguaje jurídico político que atasca el funcionami­ento de la delicada maquinaria de las democracia­s.

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M. STUDIO

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