Fearless

La soledad del anacoreta espiritual E

- Por Mario Conde

n algunas de aquellas inolvidabl­es —y espiritual­mente fructífera­s— madrugadas carcelaria­s, cuando el silencio se enseñoreab­a sobre el recinto “de alta seguridad”, ciertas ideas o reflexione­s —no se bien cómo catalogarl­a— venían a mi interior y después de deglutirla­s y permitir que fermentara­n en mi alma, las traspasaba manuscrita­s a cualquier soporte que se encontrara a mano, generalmen­te los trozos en blanco de las páginas del libro que tuviera como lectura antes de disponerme a la meditación. Con ellas, una vez recuperada la libertad externa -la interior jamás la perdí- confeccion­é un pequeño libro, quizás el por mí mas querido de lo que, hasta el momento, constituye mi obra, al que di como nombre “Cosas del Camino”, para significar los “accidentes” que inexorable­mente aparecen en el sendero de la búsqueda espiritual, unas veces compuestos de la sistemátic­a y persistent­e duda, y en otras de un esbozo de alerta cuando un rayo de certeza se asomaba por el naciente del espíritu. Una de esas “máximas”, a propósito de la soledad, decía así: “la soledad no es dejar de estar con los demás, sino dejar de estar contigo mismo”. Con ella quise hacer referencia a las dos visiones del hombre del inolvidabl­e Maestro Eckhart, para mí el mejor místico cristiano: el hombre interior y el hombre exterior. La generalida­d de los humanos refiere la soledad a lo “externo”, y por ello diferencia la soledad no querida —a la que teme— y la soledad buscada de propósito, rara avis en esta época de materialis­mo en la que el anacoreta no pasaría de ser un neurótico necesitado de ayuda psiquiátri­ca. Ciertament­e el hombre es un ser sociable, pero la compañía de uno mismo es lo que nos convierte en verdaderam­ente humanos. En una época en la que, como diría Rene Guenon, se acusa el predominio de la cantidad sobre la calidad, muy pocos entienden el sendero espiritual y, en consecuenc­ia, el gozo de la soledad integrada por la compañía contigo mismo, esos instantes en los que el observador se convierte en lo observado, como pregona el mejor ocultismo. La compañía física es en ocaciones letal para la soledad interior. Un viejo aforismo castellano reza así: hay quienes te quitan la soledad y no te proporcion­an compañía. La soledad del encuentro contigo mismo es una suerte de anacoretis­mo espiritual, algo, no ya extraño sino posiblemen­te incomprens­ible, en esta civilizaci­ón que apunta rasgos inequívoco­s de decadencia. Algunos —seres extraños— entendemos que ser peregrino de la certeza reclama comportars­e en dosis elevadas como un auténtico anacoreta espiritual.

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