La soledad del anacoreta espiritual E
n algunas de aquellas inolvidables —y espiritualmente fructíferas— madrugadas carcelarias, cuando el silencio se enseñoreaba sobre el recinto “de alta seguridad”, ciertas ideas o reflexiones —no se bien cómo catalogarla— venían a mi interior y después de deglutirlas y permitir que fermentaran en mi alma, las traspasaba manuscritas a cualquier soporte que se encontrara a mano, generalmente los trozos en blanco de las páginas del libro que tuviera como lectura antes de disponerme a la meditación. Con ellas, una vez recuperada la libertad externa -la interior jamás la perdí- confeccioné un pequeño libro, quizás el por mí mas querido de lo que, hasta el momento, constituye mi obra, al que di como nombre “Cosas del Camino”, para significar los “accidentes” que inexorablemente aparecen en el sendero de la búsqueda espiritual, unas veces compuestos de la sistemática y persistente duda, y en otras de un esbozo de alerta cuando un rayo de certeza se asomaba por el naciente del espíritu. Una de esas “máximas”, a propósito de la soledad, decía así: “la soledad no es dejar de estar con los demás, sino dejar de estar contigo mismo”. Con ella quise hacer referencia a las dos visiones del hombre del inolvidable Maestro Eckhart, para mí el mejor místico cristiano: el hombre interior y el hombre exterior. La generalidad de los humanos refiere la soledad a lo “externo”, y por ello diferencia la soledad no querida —a la que teme— y la soledad buscada de propósito, rara avis en esta época de materialismo en la que el anacoreta no pasaría de ser un neurótico necesitado de ayuda psiquiátrica. Ciertamente el hombre es un ser sociable, pero la compañía de uno mismo es lo que nos convierte en verdaderamente humanos. En una época en la que, como diría Rene Guenon, se acusa el predominio de la cantidad sobre la calidad, muy pocos entienden el sendero espiritual y, en consecuencia, el gozo de la soledad integrada por la compañía contigo mismo, esos instantes en los que el observador se convierte en lo observado, como pregona el mejor ocultismo. La compañía física es en ocaciones letal para la soledad interior. Un viejo aforismo castellano reza así: hay quienes te quitan la soledad y no te proporcionan compañía. La soledad del encuentro contigo mismo es una suerte de anacoretismo espiritual, algo, no ya extraño sino posiblemente incomprensible, en esta civilización que apunta rasgos inequívocos de decadencia. Algunos —seres extraños— entendemos que ser peregrino de la certeza reclama comportarse en dosis elevadas como un auténtico anacoreta espiritual.