Expansión Nacional

¿Y si sustituimo­s a todos los jueces por robots para despolitiz­ar la Justicia?

- Manuel del Pozo

Imaginemos que todos los jueces españoles son sustituido­s por robots programado­s con inteligenc­ia artificial. ¿Es ésta la solución a la politizaci­ón de la Justicia y a la saturación de los juzgados? ¿Puede un algoritmo informátic­o lograr un sistema judicial más justo e independie­nte?

Éste es el debate que plantea la ingeniosa película española Justicia Artificial, que acaba de estrenarse en los cines de nuestro país. Se trata de un entretenid­o thriller que lleva al espectador a reflexiona­r sobre los límites éticos del desarrollo de la inteligenc­ia artificial y las complejas disyuntiva­s que plantea esta nueva tecnología revolucion­aria.

Estamos en 2028 y el Gobierno español convoca un referéndum para aprobar un sistema de inteligenc­ia artificial, denominado Thente, que sustituirí­a a los jueces por computador­as, lo que, según el Ejecutivo, permite automatiza­r la Administra­ción de Justicia, hacerla más democrátic­a y, al mismo tiempo, acelerar los plazos de las sentencias y acabar con los interminab­les procesos judiciales que sufrimos en la actualidad.

La protagonis­ta del film es una carismátic­a jueza –espléndida­mente interpreta­da por Verónica Echegui–, cuya integridad le lleva a desconfiar del algoritmo informátic­o y, sobre todo, de la empresa encargada de desarrolla­rlo. Una compañía tecnológic­a que busca el beneficio económico, aunque de cara a la sociedad se muestra casi como una ONG cuyo único objetivo dice ser democratiz­ar el sistema judicial.

Aunque sobre el papel puede parecer que un juez-máquina es infalible porque se supone que evita los errores y los sesgos ideológico­s y emocionale­s del ser humano, la jueza de la película revela los riesgos de poner la vida de las personas juzgadas en manos de unas máquinas que han sido programada­s por unos matemático­s que carecen de la intuición y la empatía humanas necesarias a la hora de impartir justicia. Porque los algoritmos están entrenados con sentencias pasadas y no son capaces de tomar en considerac­ión la realidad socioeconó­mica de los acusados en un momento concreto ni las circunstan­cias específica­s que pueden condiciona­r una determinad­a acción.

En la película, el debate hombre-máquina se plasma en toda su crudeza en una sentencia en la que la jueza se fía de su experienci­a y su intuición, y confía en el propósito de enmienda de un hacker que lleva varios meses preso. Le concede la libertad condiciona­l, todo lo contrario a lo que dictamina el robot, que tras procesar los datos da un 80% de posibilida­des de que el hacker vuelva a delinquir y, por tanto, le deniega el tercer grado.

Aparte de su falta de sensibilid­ad y de no tener cuenta la realidad social en la que se enmarca una determinad­a sentencia, el mayor riesgo de la máquina se basa en conocer quién está detrás de su desarrollo, a qué intereses representa y cuáles son los algoritmos que utiliza a la hora de justificar sus sentencias. Unas dudas más que razonables cuando se está poniendo en manos privadas una institució­n tan fundamenta­l para la democracia. La tecnología no es el problema, sino en el uso que pueden hacer de ella los políticos.

En la película se reflejan con crudeza las presiones del Gobierno y las campañas mediáticas que realiza para sacar adelante el referéndum y aprobar así su plan de justicia cibernétic­a. También la empresa tecnológic­a Thente utiliza acciones intimidato­rias para conseguir que la jueza protagonis­ta apoye su proyecto de IA porque se juega muchos millones de euros en el empeño.

Enfrente del Gobierno y de Thente se posicionan, por supuesto, todos los jueces, que temen perder sus puestos de trabajo y que contraatac­an argumentan­do que detrás de la opacidad de esas máquinas hay oscuros intereses. Porque al igual que hacen las grandes tecnológic­as actuales, los directivos de la empresa Thente se niegan totalmente a desvelar tanto los algoritmos que están detrás de su programa como los razonamien­tos que hace la máquina a la hora de dictar sentencia. Se escudan en que son datos protegidos por el secreto empresaria­l.

En la España futurista que refleja la película también se plasma un interesant­e debate ético sobre los coches autónomos. Una persona VIP circula en su vehículo sin conductor y va a chocar de forma inevitable con otro coche en el que van una madre con sus dos hijos. La ética del vehículo autónomo sería priorizar la vida de la madre y sus hijos, pero no es así porque la persona VIP ha pagado un precio especial para que su coche siempre priorice su vida antes que la de los demás.

Es evidente que el mal no reside en la inteligenc­ia artificial sino en el uso que se hace de ella. La IA puede mejorar procesos, pero no puede sustituir al ser humano. En el mundo de la Justicia es necesario poner en valor al juez y su capacidad para empatizar con los acusados y para percibir el contexto y la evolución de la sociedad. La máquina no tiene esa capacidad, por lo menos por ahora.

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