Esa regeneración de la que usted me habla
Sánchez esperaba, con su pausa reflexiva, concitar la adhesión unánime de la sociedad española, pero vio que apenas 12.500 fervientes sanchistas se congregaron en Ferraz para rogarle que no se fuera. Por eso decidió revestir su reaparición como una misión regeneradora de la democracia española. Ahora sí, debió pensar, voy a tener conmigo a la mayoría de los españoles. ¿Quién puede estar en contra de la regeneración? Pero se ha encontrado, para su desconcierto, con un recelo y desconfianza generalizados. Tanto es así que ni siquiera los suyos han entendido la extraña maniobra de quien la prensa extranjera ha denominado con sorna como el “rey del drama” de la política española. Las distintas versiones que ha dado sobre los motivos para dejar en suspenso sus funciones por cinco días, así como de las razones que le mueven a seguir al frente del gobierno sin otra novedad que la llamada a una reflexión colectiva respecto a la necesidad de “limpiar” la democracia, suenan impostados a la par que improvisados para salir del atolladero. Sánchez dice ahora renegar del fango que ha ido esparciendo desde que llegó al poder en 2018. Su intento de presentarse como víctima de la polarización que él mismo ha alentado desde el gobierno ha descolocado sobre todo a los suyos, ávidos de más carnaza contra la oposición y que no reconocen a este líder de perfil bajo, de apariencia frágil, que pide a los españoles y a los medios que le defiendan del monstruo que él ha estado cebando durante años. También a sus socios separatistas, que le han acusado directamente de montar una opereta para remontar en las encuestas para el 12-M en Cataluña y de cara a las elecciones europeas de junio. Son quienes mejor conocen a Sánchez, pues han edificado juntos el muro frente a la oposición democrática. No es creíble que ahora lidere una ofensiva contra los bulos en Internet quien ha utilizado precisamente descaradas falsedades difundidas por pseudomedios afines para atacar a sus rivales. Sabedor de su debilidad política y de la fallida maniobra para desviar el foco de las diligencias judiciales sobre los negocios de su mujer, Sánchez intenta copiar al Sánchez de 2018, pero ya no engaña a nadie. Cómo va a impulsar la regeneración de nuestra democracia quien más ha hecho por polarizar España, por enfrentar a unos españoles contra otros en la creencia de que le beneficiaba políticamente. De ahí que la supuesta regeneración que alienta Sánchez genere más recelos que ilusiones, más inquietudes que anhelos. ¿Está decidido el presidente a despolitizar de una vez la Justicia y dotar a los jueces de los recursos que llevan años reclamando para poder perseguir de manera más eficaz la corrupción política? ¿O pretende aprovechar la excepcionalidad autoinducida para asaltar definitivamente la Justicia, como volvió a insinuar ayer si el PP no se aviene a un reparto por cuotas de los vocales del CGPJ? ¿Va a promover la descolonización partidista de las instituciones y de los medios de comunicación del Estado? ¿Planea dejar de utilizar en su beneficio y en el de su partido a organismos como el CIS, ahora que pretende hacernos creer que desconocía que Tezanos había encargado una encuesta flash para dotar de respaldo popular a su maniobra? ¿Pondrá fin a los ataques desde la Moncloa a todo aquel que ose discrepar de la línea oficialista? ¿Ordenará el cese de todo intento de deslegitimar al Senado para que no ejerza como contrapeso a sus tropelías jurídicas? ¿O es que sólo le interesa la regeneración si es para frenar las investigaciones que afectan a miembros de su partido y a su entorno familiar más directo? Si quiere ser creíble en su misión regeneradora no puede esperar a que otros tomen la iniciativa o promover sólo las medidas supuestamente renovadoras que convengan a sus intereses particulares. Para empezar a regenerar la política española, Sánchez debe dejar de actuar como Sánchez.