Expansión Nacional

Un punto y aparte que da miedo

- Iñaki Garay

Sánchez sigue, después de amagar con irse. Su decisión final y su escenifica­ción durante estos días contienen indicios inquietant­es. La frase “he decidido seguir con más fuerza si cabe”, unida al “demostremo­s al mundo cómo se defiende la democracia”, sonaba a la amenaza palpable de un dirigente acorralado y entregado a reacciones emocionale­s, totalmente imprevisib­les. Y eso le hace más peligroso porque ahora se le intuye dispuesto a cruzar cualquier línea roja que le incomode. Se le ve dispuesto a fiscalizar la actividad de los medios de comunicaci­ón que le incomodan y a tomar al asalto el Consejo General del Poder Judicial, cambiando por las bravas las mayorías establecid­as. Esta decisión es la que habría motivado una escena repleta de humo como la vivida estos últimos días. La maniobra ha quedado totalmente al descubiert­o cuando se ha conocido la última encuesta del CIS, con preguntas tendencios­as dirigidas a crear entre los españoles la idea de que la culpa de todo lo que ocurre en esta arcadia feliz que quiere vender Sánchez es de los medios que mienten y de los jueces que practican lawfare. No lo va a tener fácil. En Europa ya están con la mosca detrás de la oreja porque no es la primera vez que intenta someter a los únicos poderes que se le resisten.

En realidad, los cinco días anunciados que se ha tomado el presidente para reflexiona­r sobre su futuro han resultado ser casi lo mismo que el referéndum que convocó Pablo Iglesias entre sus bases para que le aprobaran la compra del chalet de Galapagar: una burla generaliza­da y un señuelo demasiado burdos para ser creídos. Le ha podido salir mal. Si dimitía dejaba huérfano al PSOE porque ha ejercido el poder de tal manera que no ha crecido hierba a su alrededor. Si dimitía estaría desoyendo a esa cada vez más exigua militancia (aunque Sánchez habla de mayoría social), incluido su propio equipo, que hace pocas horas le pedían que continuara en el poder para frenar a la extrema derecha, salvar las políticas progresist­as y a la propia democracia. Dimitir hubiera sido como reconocer que esas amenazas que identifica­n Sánchez y los suyos son en realidad el mayor bulo. Por eso muchos apostaban por su continuida­d. El problema es que si seguía, como ha resultado ser, todo habría parecido un paripé. Un montaje para alimentar su ego a costa de alarmar a la ciudadanía, sembrar incertidum­bre en los mercados, criminaliz­ar a

los jueces y a la prensa y elevar la crispación social hasta las más altas cotas. Sánchez ha abusado tanto con el teatrillo que ni siquiera se ha molestado en disfrazar su movimiento con una cuestión de confianza. Ni siquiera ha esgrimido un argumento nuevo, ni una explicació­n creíble, ni una mínima autocrític­a, ni siquiera un buen deseo. Todo lo que ha hecho en estas últimas horas ha sido crispar para intentar justificar lo que previsible­mente viene ahora. Le ha salido mal, por mucho que el CIS diga lo contrario. La legislatur­a tiene ahora un difícil recorrido porque Sánchez no tiene presupuest­os, sus socios no le dan respiro y le someten a un chantaje permanente, mientras internacio­nalmente pierde credibilid­ad a marchas forzadas. Su iniciativa de escenifica­r lo que él cree que es un “acoso” a su mujer se ha saldado con la internacio­nalización de las sospechas de corrupción. Y su campaña para reivindica­rse como un estadista que transciend­e nuestras fronteras proponiend­o reconocer a un estado palestino que nadie es capaz de identifica­r no ha sido respaldada por casi nadie. El mensaje de Sánchez lamentando el trato que le han dispensado sus contrincan­tes políticos a él y su familia ha resultado ser muy impostado, viniendo de alguien que ha hecho de la descalific­ación del contrario su gen competitiv­o. De alguien que ha utilizado la tribuna del Congreso para difamar al hermano de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, cuando ya los tribunales le habían absuelto, o que ha sembrado dudas sobre la mujer de Alberto Núñez Feijóo, que han sido ya desmentido­s. El llamamient­o de todo el

PSOE, con su oráculo Zapatero al frente y con los nostálgico­s de la ceja detrás, para movilizar a la calle y reivindica­r la figura de Sánchez este pasado fin de semana, se saldó con un sonoro fiasco y una buena dosis de alipori. A pesar de que el sanchismo echó el resto para movilizar a todo el aparato socialista, apenas logró reunir a 12.500 personas en Ferraz el sábado y unas cinco mil en la concentrac­ión del domingo. Como dijo alguien, la de bocadillos que habrán ido a la basura. Si la asistencia ya era deprimente, el fondo de la protesta no tenía desperdici­o. Los manifestan­tes proponían salvar la democracia, a la que identifica­n con su líder, gritando consignas contra la libertad de prensa, la independen­cia de los jueces y la separación de poderes. Entre las adhesiones a Sánchez se han registrado auténticos desvaríos, como el del Colegio de Periodista­s de Andalucía, reclamando al Gobierno un control de medios. El problema de Sánchez, y lo sabe, es que no existe ninguna mayoría social que respalde su maniobra. La perdió hace tiempo, aunque el CIS nos engañe.

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