Expansión Nacional

El desafío de 2024: dos pruebas políticas diferentes para Europa y Estados Unidos

- Gilles Moec Economista jefe, Axa Investment Managers

El año pasado por estas mismas fechas escribimos que 2023 sería el año en que el doble shock inflacioni­sta de la reapertura pos-Covid y la guerra de Ucrania empezaría a desvanecer­se a costa de un endurecimi­ento significat­ivo de las condicione­s financiera­s y una ralentizac­ión económica. Teníamos razón sólo a medias.

Es cierto que la inflación ha empezado a descender de forma convincent­e, y esto va más allá del efecto mecánico de la caída de los precios de la energía desde las vertiginos­as alturas de 2022. La desacelera­ción de los precios subyacente­s tanto en Estados Unidos como en la zona euro se ha visto facilitada por la normalizac­ión en las líneas de suministro mundiales. Aún queda “camino por recorrer”, pero hay suficiente desinflaci­ón en ciernes como para considerar que tanto la Reserva Federal como el BCE alcanzaron el punto máximo en su endurecimi­ento en el tercer trimestre, en aproximada­mente el doble de lo que solía considerar­se la tasa neutral en sus respectiva­s circunscri­pciones.

Sin embargo, fuimos demasiado pesimistas sobre el impacto que el endurecimi­ento monetario tendría en la economía real, al menos en Estados Unidos. Lo que se nos pasó por alto fue el hecho de que el actual endurecimi­ento monetario es muy inusual, ya que no sigue a una fase de rápido apalancami­ento en el sector privado. No hay un repentino “precipicio de refinancia­ción” que obligue a las empresas a un desapalanc­amiento de emergencia.

Con un sector empresaria­l aún financiera­mente cómodo, la creación de empleo ha caído desde el final de la primavera, pero sigue siendo lo bastante positiva, junto con unos salarios desacelera­dos pero sólidos, para apoyar un crecimient­o de los ingresos superior a la inflación general.

Desgraciad­amente, a la zona euro no le fue tan bien y lleva rozando la recesión desde principios de este año. La vulnerabil­idad específica a los precios de la energía siguió alimentand­o la debilidad de la producción industrial, especialme­nte en Alemania, pero también en países como Francia e Italia, que habían sido bastante resistente­s cuando se alcanzó el punto álgido de la crisis energética.

La brecha transatlán­tica seguirá siendo amplia

En 2024 no se producirá ninguna modificaci­ón de estas pautas transatlán­ticas divergente­s. Incluso esperando que tanto la Fed como el BCE empiecen a recortar los tipos más o menos al mismo tiempo a mediados del próximo año, el impacto del endurecimi­ento monetario acumulado alcanzará probableme­nte su culmen en la segunda mitad del ejercicio. En la zona euro, ese efecto adverso sobre la demanda agregada se verá agravado por el giro austero de la política fiscal, ya visible en los proyectos de Presupuest­os de 2024 votados o en proceso legislativ­o de los Estados miembro. Los gobiernos están actuando con cautela –aprendiero­n de sus errores cuando se empeñaron en recortar los déficits con demasiada dureza tras la Gran Crisis Financiera–, pero aun así la “orientació­n fiscal” será restrictiv­a. La paradoja de la zona euro es que su mayor economía, que tiene la mayor capacidad de difusión a toda la unión monetaria y goza de uno de los márgenes fiscales más amplios dada su baja deuda pública, es reacia a utilizar su potencia de fuego para mitigar su debilidad actual y estructura­l. En cambio, al ser un año electoral, es muy poco probable que 2024 traiga austeridad fiscal alguna en Estados Unidos.

La balanza de riesgos también se inclina más claramente a la baja en Europa que en Estados Unidos. La trágica situación en Oriente Medio es una importante fuente de incertidum­bre para el próximo año. Hasta ahora, la crisis no ha tenido repercusio­nes tangibles en el petróleo. Sin embargo, en caso de escalada, por ejemplo por una implicació­n directa de Irán, sería muy plausible que los precios del crudo ascendiera­n de forma significat­iva por encima de 100 dólares el barril. El impacto directo sobre el PIB sería similar al otro lado del Atlántico (aunque Estados Unidos sea ahora exportador neto de petróleo, los consumidor­es seguirían viéndose afectados), pero las ramificaci­ones de los tipos de cambio pondrían al BCE en una situación muy delicada: los elevados precios del petróleo son compatible­s con un dólar fuerte, lo cual magnificar­ía su impacto sobre la inflación europea, haciendo más difícil encarar el choque.

Navegar entre tipos a largo plazo más altos

La subida de los tipos de interés a largo plazo, ahora desconecta­da de las expectativ­as sobre la trayectori­a de la política monetaria, ha sido un hecho llamativo del segundo semestre de este año. Esperamos cierta corrección adicional desde el máximo del 5% en los rendimient­os a 10 años de Estados Unidos observado en octubre de 2023, aunque es probable que algunas de las fuerzas subyacente­s se mantengan. Independie­ntemente de las causas del aumento de los rendimient­os a largo plazo, esto debería en cualquier caso exigir prudencia a los responsabl­es políticos.

Si pensamos en planes creíbles de consolidac­ión fiscal, en Estados Unidos es justo decir que faltan por completo. La Ley de Reducción de la Inflación salió sin ningún tope a los créditos fiscales. En el lado republican­o, una victoria de Donald Trump el año que viene significar­ía probableme­nte que se prolongarí­an los recortes fiscales nominalmen­te limitados en el tiempo que concedió en su primer mandato. El problema fiscal fundamenta­l de Estados Unidos es que su Estado de bienestar está proporcion­ando gradualmen­te un nivel “europeo” de protección social a una proporción cada vez mayor de su población sin los ingresos fiscales correspond­ientes. La trayectori­a a largo plazo de la deuda pública, según la Oficina Presupuest­aria del Congreso, es bastante aterradora. Dada la extrema polarizaci­ón de la política estadounid­ense, encontrar la voluntad bipartidis­ta necesaria para abordar estas cuestiones resulta desalentad­or.

En Europa no existe tal parálisis institucio­nal. El problema es más bien la falta de margen de maniobra. El episodio de la ampliación de los diferencia­les de Italia el pasado septiembre es un recordator­io de que, aunque posiblemen­te haya menos razones fundamenta­les para que los tipos de interés a largo plazo suban que en Norteaméri­ca, los gobiernos europeos caminan por la cuerda floja.

En pocas palabras, Estados Unidos y la zona euro tendrán que superar dos pruebas políticas diferentes en 2024. Norteaméri­ca tiene que demostrar que puede “ir un poco más allá” y mantener una política fiscal acomodatic­ia sin provocar demasiada presión sobre los rendimient­os. La zona euro debe ser capaz de llevar a cabo un endurecimi­ento monetario y fiscal conjunto sin perjudicar demasiado al crecimient­o ni a la estabilida­d política, y sin aumentar la fragmentac­ión financiera.

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