Del tiempo y sus propósitos
Mediado el año, debería ser el momento de analizar los propósitos que nos hicimos al comienzo del mismo. Cómo va el gimnasio, cuánto inglés hemos aprendido, si seguimos fumando o hacer un balance de la dieta tras mirar la báscula con objetividad.
Qué rápido nos olvidamos de las propuestas de mejora que nos planteamos allá por Navidad o al inicio del curso académico. Forman parte de los ciclos vitales. Año tras año, caemos en la tentación de querer ser mejores personas, maridos, padres, hijos, amigos, incluso vecinos. Luego llega el devenir inexorable de los acontecimientos y la cotidianeidad nos engulle. Bastante tenemos con sobrevivir a la rotura de la lavadora, sucumbir a la tentación de la lasaña, a las travesuras del niño, al atolladero de la derrama por las canales del patio de luces. A veces, nos sentimos como el malabarista que, en posición inverosímil, trata de evitar que los platos se caigan y todo se vaya al carajo. Al inicio de la temporada, como los futbolistas, imaginamos un futuro mejor para nosotros y aquellos con quienes compartimos existencia. La idea de mejorar se nos arraiga. La consecución del objetivo, bien lo sabemos, chocará con la realidad. Es más difícil dejar el tabaco que abandonar el consumo de cocaína, dicen. Perder peso se vuelve una hazaña si nuestro trabajo nos obliga a llevar una vida sedentaria y con escaso tiempo libre. La excusa perfecta siempre está ahí para atropellarnos.
Al inicio del segundo semestre sería el momento ideal para sentarnos y sincerarnos con nosotros mismos. Hasta dónde hemos llevado esos objetivos vitales que en enero planteamos, a veces en nuestro interior, a veces pregonándolo a los allegados. Pero el clima caluroso, la cercanía de las vacaciones, las notas del niño, la factura del aire acondicionado… pasan por delante.
Así es la vida, un no parar. Como la respiración. Para qué preocuparse de la bocanada de aire que daremos mañana, dentro de una hora, si ahora, hemos de inspirar y expirar. Otra vez. El mundo gira a toda velocidad. Parece que en una aceleración constante que jamás da tregua. A medida que envejecemos, las estaciones se suceden como si cada vez constasen de menos jornadas. De aquí a nada agosto, luego empieza el cole, Navidad, Magdalena y ya acabó otro curso… Así pensaba yo que hablaban los viejos. Así hablo yo ahora, con cincuenta y dos años.
TikTok, tic tac
¿Será por el avance de las tecnologías? Todo va a velocidad de locura. Igual no es solo culpa mía. Incluso los vídeos —parece que leer es una bobada supina— se vuelven de segundos. TikTok. Tic tac. Diría que hemos pasado de respirar a jadear.
Empecé hablando de propósitos y he acabado quejándome de todo como un cascarrabias. «Antes era todo mejor», tendría que soltar ahora. ¡Nos ha jodido! Antes éramos jóvenes y nos comíamos el mundo. Ahora bastante hacemos con aguantar todo lo que nos rodea y que cada vez comprendemos menos.
Me ha pillado raro hoy la columna. Más de lo habitual. Mañana, quizá, recuerde que he de perder unos quilitos. Calma. Respirar pausado. ¿Cuánto demonios falta para Navidad?
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