El Periódico Mediterráneo

El ‘after’ cerró

Qué habrá pasado con su vieja clientela: los flamantes, los chiflados, los huidizos, los optimistas...

- JUAN Tallón* *Escritor

Un sitio más allá del cual no hay nada es un after. En mi calle, a treinta pasos de mi edificio, hay uno desde hace años. Se llama Kinley. Vi ya a tanta gente ascender sus escaleras y salir derrotada que a veces miraba a alguno y pensaba «ostras, parece vivo». Me ponía en su lugar y sentía vértigos por unos segundos, al cabo de los cuales prefería ponerme en lugar de una baldosa, de un semáforo, de una farola, de un remolque. Pero hace un mes empecé a advertir que algo no iba bien en el local. Salía de casa por las mañanas, a eso de las nueve, para pasear a la perra, y encontraba la persiana echada. No sabía qué pasaba, salvo que pasaba. Hace una semana me contaron que la Concejalía de Urbanismo había ordenado su cierre porque no cumplía con la licencia de café bar especial. Intenté averiguar si la noticia me producía tristeza o alegría, y me quedé colgado en el vacío entre los dos sentimient­os.

Me pregunto qué suerte habrán corrido esas personas que, al llegar cierta hora, antes se dirigían al Kinsley y descendían dos plantas, alcanzando así el fin del viaje. Después de eso solo podías dar la vuelta, regresar a casa obedeciend­o al instinto, esperar pacienteme­nte a que fuese otro día, otra semana, otro mes. En la decadencia que ya bordeabas al llegar, justo alumbraba el esplendor, es un decir, del after. Tu declive disimulaba su éxito, mientras el ambiente te hacía creer con la música, la gente, los huecos en la barra, que por derrotado que parecieses podías aún hacer algo grande. «Dadme jóvenes rotos, pero esperanzad­os» parecía reclamar el cartel, «y el negocio no morirá nunca».

En el momento de entrar, después de deambular por otros locales, era como si te dijeses: «Hasta aquí llegué, no hay más a donde llegar. Que me entierren en la acera cuando salga». Pero no te derrumbaba­s y te ponías triste por ello. Irrumpir allí era en sí mismo un acto de ilusión para algunos, de fe en el futuro, o por lo menos en esas pocas horas que están al alcance de la mano. No llegaba cualquiera hasta el Kinley, sino los flamantes, los chiflados, los entusiasta­s, los suicidas. En todos llameaba un pensamient­o parecido: ¿y si aún no está todo dicho? Supongo que ciertos momentos se vuelven más llevaderos si consigues vivirlos con soberbia, pese a tu desventaja. Haces como si esa inferiorid­ad no fuese tal, y sin justificac­ión te agrandas.

ALGUNOS DÍAS, SI sacaba a la perra, y regresaba, y a las once volvía a salir para hacer un recado, todavía podía ver cómo llegaba un taxi, se detenía delante del after, y se bajaban cuatro amigos, que a continuaci­ón se perdían escaleras abajo. Otras veces asistía a la salida del último ser vivo, que bajaba la persiana, cerraba el candado y se iba. Todo ese mundo, ahora está en suspenso. Qué habrá pasado con su vieja clientela: los flamantes, los chiflados, los huidizos, los optimistas. ¿Adelantarí­a la hora de regreso a casa, encontrarí­a otro after, o deambula por la ciudad como fantasmas, hasta que Urbanismo conceda una nueva licencia al local?

En mi calle, a treinta pasos de mi edificio, hay uno desde hace años. Se llama Kinley, pero ya no está abierto

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain