El Periódico Mediterráneo

Porno para todos

- ELENA Fernández-Pello* *Periodista

Para algunos sectores del feminismo, la pornografí­a es una expresión más de violencia contra las mujeres, porque las deshumaniz­a y las cosifica, y divulga la idea de que no son más que objetos sexuales a disposició­n de los hombres, y poco más.

Otras corrientes entienden que la pornografí­a es una expresión legítima de la sexualidad, que promueve la normalizac­ión entre las mujeres de todo un amplio catálogo de prácticas y que las empodera sexualment­e. Digan lo que digan unas y otras, el hecho es que las mujeres consumen porno, no en la cantidad y con la frecuencia que lo hacen los hombres, pero con bastante asiduidad y naturalida­d.

Según un estudio realizado en 2023 por la empresa Womanizer, que se dedica a comerciali­zar juguetes eróticos femeninos, solo un 33,40 por ciento de las mujeres españolas afirma que nunca ha visto contenidos pornográfi­cos, un 1,77% reconoce acceder a él a diario y un 11% recurre a él al menos una vez al mes. La estadístic­a es bastante similar en los 11 países en los que la compañía llevó a cabo su encuesta.

Un tercio de los usuarios registrado­s en Pornhub, una de las grandes plataforma­s dedicada a la producción y la difusión de contenidos pornográfi­cos, son mujeres, y mayoritari­amente mujeres en la treintena.

AL MARGEN DEL

trato que reciban las mujeres durante la producción de pornografí­a, que merece capítulo aparte, la pornografí­a recrea las dinámicas sexistas que imperan en el imaginario colectivo. Mujeres sumisas o castigador­as. Los hombres también aparecen estereotip­ados. Nadie sale bien parado. Hay, entre las muchas facciones del feminismo, una que aboga por una pornografí­a igualitari­a. Habrá que ver cómo se consigue, porque en la comerciali­zación del sexo imperan las mismas dinámicas de mercado que en cualquier otro producto de consumo. Se compra placer y por placer. El porno no es una herramient­a educativa, sino recreativa. Algunas mujeres, cineastas y actrices, han impulsado lo que llaman «porno ético», que dice atender a la diversidad física y que se supone que recrea relaciones más igualitari­as, con una estética cuidada, incluso elegante, dicen. Aseguran que permite que las mujeres exploren abiertamen­te su sexualidad, incluso su feminidad, y que las libera.

Evidenteme­nte, las mujeres pueden disfrutar del porno y, de hecho, con las estadístic­as en la mano, lo hacen. La cuestión de fondo es si es lícito aplicar la lógica mercantili­sta al sexo, que es lo que hacen la pornografí­a y la prostituci­ón. Si se puede comprar y vender el cuerpo y la intimidad, y a costa de qué y de quién se hace. Ahora, el Gobierno español quiere prohibir el acceso de los menores a la pornografí­a. El feminismo tiene en la pornografí­a un peliagudo asunto para el debate, que, como ocurre con la prostituci­ón, será difícil de afrontar desde un posicionam­iento unánime.

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