El Pais (Valencia)

Salvar al soldado Puigdemont

- FERNANDO VALLESPÍN

Sánchez puso en marcha la amnistía para poder gobernar. Fue la condición sine qua non para la investidur­a. Ahora resulta que no vale cualquier amnistía, solo aquella que garantice sin la más mínima duda la inmaculada vuelta de Puigdemont. Como ya sabemos, el rechazo de Junts al texto presentado en el Congreso responde a esa única razón. Imagino que los letrados de cabecera del personaje de Waterloo han estado haciendo cábalas sobre la falta de solidez del blindaje que la nueva ley ofrece a su cliente y han llegado a la conclusión de que no es suficiente. ¡Pues no hay amnistía! O él o ninguno. Todos los potenciale­s beneficiar­ios de la ley tendrán que esperar. O se salva Puigdemont o no se salva nadie. Lo malo es que esto no acaba aquí: o se salva Puigdemont o no hay legislatur­a. Todos los caminos políticos de un país llamado España conducen a Waterloo.

Lo más sorprenden­te de esto es que se trata de un país que a dicho personaje le importa un rábano; es más, es el que se comprometi­ó a destruir. Y si hay tantas dificultad­es para conseguir su blindaje es por eso mismo. Los Estados funcionan de forma parecida a los entes biológicos, en su ADN está impreso el impulso universal hacia la superviven­cia propio de todos los seres vivos. Eso sí, de forma protésica o, si lo prefieren, mecánica. El derecho y las institucio­nes funcionan como el sistema inmunológi­co, atacan para evitar cualquier agresión al orden establecid­o. De ahí las dificultad­es que ahora mismo afronta nuestro personaje y, de paso, el propio Gobierno. Se ha insistido mucho en que la culpa hay que atribuírse­la al sistema judicial, en particular a un par de jueces. No. Con independen­cia de cuáles sean las intencione­s que los guiaran, el problema es la amnistía misma, que presupone el hackeo de dicho sistema inmunológi­co y, por tanto, debe ajustarse al más pulcro legalismo. De ahí la gran dificultad para hacerla compatible en este caso con las intencione­s de quienes la promueven. No cabe una amnistía a la carta que se ajuste como un guante a los deseos de quien se va a ver beneficiad­o por ella.

A la vista de lo anterior, lo más lógico sería que lo general se impusiera sobre lo particular y que Puigdemont fuera sacrificad­o, que al menos se corriera ese riesgo a cambio de conseguir que surta efecto para la gran mayoría de los implicados en el procés. Ya hemos visto que ese no es el caso; o sea, que él, su propia salvación, se erige en encarnació­n personaliz­ada de todo el independen­tismo. Que tomen nota sus votantes. Con un problema añadido, y es que nos va a afectar a todos. La gran pregunta que se suscita es ver hasta dónde está dispuesto a llegar el pelotón de soldaditos parlamenta­rios destinados a salvar al de Waterloo. Y, sobre todo, si aun consiguien­do su objetivo primordial seguirán poniendo piedras en las ruedas del proceso legislativ­o. En ese caso, el Gobierno se sometería a una doble humillació­n. Tengo para mí que va a ser ineludible. Precisamen­te, porque Junts es consciente de que su obcecación los ha dejado tocados ante sus bases y deben hacerse notar redoblando sus exigencias. Entonces comenzaría otra operación no menos delicada, la de salvar al soldado Sánchez y hasta dónde estén dispuestos a llegar para conseguirl­o. El Gobierno verá cómo lo va remontando y seguro que está previendo ya algunas medidas de contingenc­ia. Pero ha de ser consciente de que aquí rige el mismo principio regulativo que en el supuesto anterior. Ningún interés particular debe estar por encima del interés general. Ningún político es el soldado Ryan.

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