Nacionalismo tomatero
No hay día sin batalla. Después de una semana en la que hemos sido blanco de acusaciones atroces sobre los males que hemos provocado las mujeres en el periodismo, parece hoy que toca ponerse el casco y salir a defender la calidad del tomate nacional. Y no somos sus portavoces, claro, pero no es cuestión de pasar por alto el ataque populista que desde Francia se ha hecho a la huerta española. Vamos a ver. ¿Qué está pasando?
Esta vez no han sido camioneros enfadados con la verdura más barata que llega del sur o los ultranacionalistas de Le Pen que quieren levantar bandera de los sufrimientos del campo francés, sino una exministra socialista, Ségolène Royal, quien ha atacado al tomate biológico español como si hubiera hecho una cata nacional que le invistiera de autoridad para emitir su veredicto: tomate, culpable. En otras palabras: incomible.
La infantilización a la que está llegando la política de vuelo gallináceo no encuentra límites. Sabíamos que el fútbol canaliza las enemistades nacionales, pero que lo haga el tomate es caer demasiado bajo. Acusar a los profesionales de otro país y buscar culpables de fuera es agitar demonios absurdos, xenófobos y, sobre todo, un populismo que no nos merecemos. Royal y quienes atacan a España saben perfectamente que todos los agricultores europeos se enfrentan a las mismas exigencias a la hora de cultivar. También saben que hacerlo puede traer votos o popularidad, pero no aporta nada a la convivencia bajo techo europeo. Por pensamientos baratos de este tipo creció el espíritu del Brexit, del que hoy una mayoría de británicos se arrepienten.
Los problemas del campo merecen ser abordados desde la preocupación por los trabajadores del sector, por la calidad de nuestra alimentación y por los criterios de una explotación sostenible, faltaría más. Pero no desde un nacionalismo irresponsable que solo conviene a los intereses de corta mira, nunca a los colectivos. Los agricultores viven con dificultades los acuerdos para importar desde otros países. Y es cierto que cualquier pacto debe incluir un nivel de exigencia equivalente. Extender protestas es un camino legítimo en busca de mejores condiciones. Pero señalar y afear al otro no es la vía. El bolsillo es el bolsillo. Pero el nacionalismo y la identidad son otra cosa. ¿No será mejor no confundirlo? Y Royal no es tan importante, pero es síntoma de un momento. Un momento complicado en Europa.