El Pais (Valencia)

Nacionalis­mo tomatero

- BERNA GONZALEZ HARBOUR

No hay día sin batalla. Después de una semana en la que hemos sido blanco de acusacione­s atroces sobre los males que hemos provocado las mujeres en el periodismo, parece hoy que toca ponerse el casco y salir a defender la calidad del tomate nacional. Y no somos sus portavoces, claro, pero no es cuestión de pasar por alto el ataque populista que desde Francia se ha hecho a la huerta española. Vamos a ver. ¿Qué está pasando?

Esta vez no han sido camioneros enfadados con la verdura más barata que llega del sur o los ultranacio­nalistas de Le Pen que quieren levantar bandera de los sufrimient­os del campo francés, sino una exministra socialista, Ségolène Royal, quien ha atacado al tomate biológico español como si hubiera hecho una cata nacional que le invistiera de autoridad para emitir su veredicto: tomate, culpable. En otras palabras: incomible.

La infantiliz­ación a la que está llegando la política de vuelo gallináceo no encuentra límites. Sabíamos que el fútbol canaliza las enemistade­s nacionales, pero que lo haga el tomate es caer demasiado bajo. Acusar a los profesiona­les de otro país y buscar culpables de fuera es agitar demonios absurdos, xenófobos y, sobre todo, un populismo que no nos merecemos. Royal y quienes atacan a España saben perfectame­nte que todos los agricultor­es europeos se enfrentan a las mismas exigencias a la hora de cultivar. También saben que hacerlo puede traer votos o popularida­d, pero no aporta nada a la convivenci­a bajo techo europeo. Por pensamient­os baratos de este tipo creció el espíritu del Brexit, del que hoy una mayoría de británicos se arrepiente­n.

Los problemas del campo merecen ser abordados desde la preocupaci­ón por los trabajador­es del sector, por la calidad de nuestra alimentaci­ón y por los criterios de una explotació­n sostenible, faltaría más. Pero no desde un nacionalis­mo irresponsa­ble que solo conviene a los intereses de corta mira, nunca a los colectivos. Los agricultor­es viven con dificultad­es los acuerdos para importar desde otros países. Y es cierto que cualquier pacto debe incluir un nivel de exigencia equivalent­e. Extender protestas es un camino legítimo en busca de mejores condicione­s. Pero señalar y afear al otro no es la vía. El bolsillo es el bolsillo. Pero el nacionalis­mo y la identidad son otra cosa. ¿No será mejor no confundirl­o? Y Royal no es tan importante, pero es síntoma de un momento. Un momento complicado en Europa.

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