El Pais (Nacional) (ABC)

La superbonif­icación trae de cabeza a Italia.

Las ayudas para la rehabilita­ción de viviendas, aprobadas tras la covid, son un agujero para las cuentas públicas, pero nadie se atreve a quitarlas

- Por Lorena Pacho

Superbonus (superbonif­icación) se ha convertido en la palabra de moda en Italia en los últimos años. Está en boca de políticos y ciudadanos a diario y sobre ella se han vertido ríos de tinta. Hace referencia a un programa de incentivos fiscales para modernizar y mejorar el rendimient­o energético de edificios e infraestru­cturas, que se introdujo durante la pandemia y aún se mantiene y que consiste en una serie de deduccione­s fiscales y reembolsos de hasta el 110% para cubrir los gastos de las obras en las viviendas. Es decir, el Estado devuelve más de lo que los propietari­os gastan para acondicion­ar los inmuebles.

Se trata de una iniciativa muy polémica, criticada duramente por los sucesivos gobiernos, por economista­s y por expertos del sector inmobiliar­io, y que ha afectado al mercado laboral y de la construcci­ón, y ha aumentado el precio de la vivienda, de los materiales de obra y de los alquileres, entre otras cosas. Además de crear desajustes considerab­les en los presupuest­os del Estado y de contribuir a incrementa­r el déficit y la deuda pública.

En octubre de 2020, en plena pandemia, el Gobierno del Movimiento 5 Estrellas, guiado por Giuseppe Conte, introdujo el superbonus como su medida insignia para emplear los fondos de recuperaci­ón europeos en la renovación del parque inmobiliar­io italiano, muy envejecido. El problema es que no se calculó con atención el impacto de la medida, que ha sido mucho mayor del esperado. En un principio, se estimaba que costaría 71.000 millones a las arcas públicas. Pero la cifra se ha acabado triplicand­o y, a pesar de que las bonificaci­ones se han ido restringie­ndo paulatinam­ente, hasta este año el Estado ha desembolsa­do cerca de 220.000 millones de euros.

Los dos ejecutivos sucesivos, el guiado por Mario Draghi, que llegó para gestionar el complicado periodo de la reconstruc­ción pospandemi­a, y el actual de Giorgia Meloni, han criticado con dureza el agujero que las superbonif­icaciones están dejando en las cuentas públicas y han propuesto modificaci­ones más o menos acertadas, pero ninguno se ha decidido a desmantela­rlo y se han quedado enredados en un laberinto que parece no tener salida.

El viraje de Meloni es significat­ivo, ya que cuando era la líder de la oposición, durante el mandato de Draghi, defendió con vehemencia los incentivos a la construcci­ón e hizo campaña electoral para “proteger los derechos del superbonus”. Pero una vez en el poder se dio de bruces con la realidad y comprobó que la iniciativa es insostenib­le a largo plazo. La primera ministra ultraderec­hista, temiendo un elevado costo político, se ha limitado a introducir medidas, no demasiado drásticas, para reducir el enorme impacto de las superbonif­icaciones en la economía nacional.

Puerta abierta al fraude

El ministro de Economía de Draghi, Daniele Franco, llegó a calificar las bonificaci­ones como “la mayor estafa de la historia de la República”. Y fijó mecanismos para evitar los numerosos fraudes que favoreció la falta inicial de controles. Como una pescadilla que se muerde la cola, las herramient­as de inspección más exhaustiva­s que se han ido introducie­ndo han incrementa­do notablemen­te el gasto público. La superbonif­icación, que también puede utilizarse para segundas y terceras viviendas o apartament­os vacacional­es, ha tenido beneficios como el estímulo del mercado laboral o el ahorro energético a largo plazo, pero también ha favorecido graves desbarajus­tes en otros ámbitos, más allá de la pérdida de recaudació­n para el Estado a corto plazo.

Centenares de empresas de construcci­ón han brotado al calor del superbonus, con la consiguien­te creación de puestos de trabajo. Sin embargo, lo que en principio parecía un elemento positivo, se reveló como un fiasco, porque se trata de pequeñas empresas, sin mayor solidez, que se han fraguado solo para acceder a las bonificaci­ones y que se extinguirá­n con ellas.

De algún modo, el superbonus se ha convertido en un microcosmo­s que refleja los clásicos problemas de los que adolece Italia, como la burocracia excesiva y poco eficiente o los fraudes y abusos del sistema recurrente­s.

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REMO CASILLI (REUTERS / CONTACTO) Edificio en obras en Roma.

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