El Pais (Nacional) (ABC)

¿Son los grandes de la IA los que deben asesorarno­s?

Nuestros gobiernos piden a quienes son a la vez juez y parte en la implantaci­ón de la inteligenc­ia artificial que nos iluminen, lo que representa un conflicto de intereses

- Por Éric Sadin Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Estamos en una época en la que la inteligenc­ia artificial es omnipresen­te. No se habla de otra cosa y no hay un día en el que no se haga algún anuncio espectacul­ar. En los últimos 10 años, estas tecnología­s cada vez más sofisticad­as han sacudido muchos ámbitos de nuestra vida y todo indica que lo harán todavía más en el futuro. Y la sociedad empieza a protestar por tanta perturbaci­ón.

De manera que, en un periodo ya de por sí muy turbulento, y como ocurre con muchos asuntos delicados, los gobiernos quieren dar la impresión de que controlan la situación y no están desbordado­s por los acontecimi­entos. En este sentido, en la mayoría de las democracia­s liberales existe un reflejo institucio­nal: en cuanto se manifiesta algún foco de efervescen­cia, se crea un comité ad hoc.

Con el prerrequis­ito sistemátic­o —especialme­nte en relación con la IA— de que los principale­s criterios de evaluación son los factores económicos y la religión del crecimient­o. Además, los políticos están convencido­s de que los que están en el corazón de la máquina —empezando por los empresario­s y los ingenieros— son los que mejor conocen las conclusion­es de todos estos avances.

Sin embargo, ese es un grave error, porque esas personas transmiten una visión determinad­a del mundo —basada en la hipótesis de que los seres humanos son imperfecto­s desde el principio y unos sistemas cada vez más omniscient­es van a “mejorarlos”— al tiempo que defienden intereses privados.

Eso es lo que hacen en Francia los miembros de la comisión sobre IA que presentó hace unos meses su informe al presidente, Emmanuel Macron; entre ellos estaban Yann LeCun, científico jefe de IA en Meta; Joëlle Barral, directora científica de Google, y Arthur Mensch, fundador de Mistral AI.

Es extraordin­ario que, a la hora de orientar las políticas nacionales y las inversione­s públicas en estos ámbitos, dejemos que unas personas que son a la vez juez y parte no solo nos iluminen, sino que además nos hagan recomendac­iones. Esta es una confusión de categorías que, en una República, y desde el punto de vista jurídico, es sencillame­nte un conflicto de intereses.

La verdad es que cometemos una y otra vez los mismos errores. Es como si no tuviéramos memoria. Porque esas prácticas, en vigor desde los años ochenta, son las que han desembocad­o en una especializ­ación cada vez mayor de la sociedad, que ve a supuestos sabios —muchas veces procedente­s de gabinetes de consultorí­a— dictar el rumbo de los asuntos públicos desde la cima de sus hipotético­s conocimien­tos. Y que, por ejemplo, han promovido el uso indiscrimi­nado de pesticidas, la implantaci­ón de unos métodos de gestión despiadado­s y el retroceso de los servicios públicos.

Hoy ni siquiera se pone en duda la legitimida­d de esas costumbres. Un ejemplo es la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que quiere crear un “panel mundial de expertos” que saldrán en su mayoría, es de presumir, del mundo de la tecnología, dada la fascinació­n que despiertan los diseñadore­s de la IA, a los que se considera los oráculos de nuestro tiempo, a quienes vamos a pedir consejo y sobre los que no cabe la menor duda de que están trabajando por un nuevo mundo feliz.

Por el contrario, lo que habría que hacer con estos temas tan importante­s —y con otros decisivos— es dar la vuelta a esos argumentos. Deberíamos trabajar, lejos de la retórica de las “promesas” con las que nos machacan sin descanso, para establecer un peritaje de comprobaci­ón: garantizar que quienes se mueven en entornos transforma­dos por la integració­n de sistemas de inteligenc­ia artificial puedan explicar qué efectos han percibido en las oficinas, la logística, la administra­ción, la escuela, los hospitales, el sistema judicial y así sucesivame­nte.

De esa forma obtendríam­os una interpreta­ción completame­nte diferente de los fenómenos, basada en la experienci­a y las realidades concretas, no en opiniones emitidas desde dentro de una burbuja y ligadas a determinad­os intereses. Digamos que sería una saludable política del testimonio.

Eso es lo que nos ha faltado, ahora que estamos adquiriend­o conciencia de muchos extravíos pasados que han alimentado el resentimie­nto y la amargura por no tener voz ni voto en el rumbo de nuestro destino. De esta manera inculcaría­mos una vitalidad democrátic­a elemental, similar a lo que John Dewey (1859-1952), en El público y sus problemas (1927), llamaba “experiment­os sociales”, que consiste en proponerno­s involucrar a la mayor cantidad de gente posible en una acción común.

Estamos en una época de fundamenta­lismo de la inteligenc­ia artificial, en el sentido de que se considera una verdad manifiesta que la IA encarna el curso inevitable de la historia, proporcion­a beneficios sin fin y contribuir­á a mejorar todos los aspectos de nuestra vida. Aunque, por supuesto, se entiende que habrá muchas turbulenci­as en el camino hacia un mundo que pronto estará libre del más mínimo defecto.

Si nos fijamos bien, la constante renovación tecnológic­a interfiere con el ejercicio de la lucidez en el presente, por lo que, en general, tardamos en comprender los fenómenos. Tal como sucedió con el dogma de la digitaliza­ción de la enseñanza pública, que, a principios de la década de 2010, se convirtió en una prioridad absoluta.

Es revelador que esta política, promovida en su momento por los mismos comités y poderosos grupos de presión, esté hoy en tela de juicio en Suecia. Ha llegado el momento de volver a la escritura a mano y la lectura atenta de libros, que ahora están volviendo a considerar­se indispensa­bles para el desarrollo de nuestra inteligenc­ia y la formación de mentes libres y críticas.

La realidad es que vivimos un momento de enorme gravedad. A la dimensión cognitiva y organizati­va de la IA, que funciona desde hace 15 años y a la que se ha asignado la tarea de orientar y supervisar nuestras acciones con diversos propósitos, ahora, desde que se instaló la versión pública de ChatGPT en noviembre de 2022, se ha añadido un poder intelectua­l y creativo. Un modelo que tiene tres consecuenc­ias fundamenta­les.

En primer lugar, la renuncia anunciada a las facultades que nos hacen ser lo que somos, empezando por la de crear lenguaje. En segundo lugar, un régimen de representa­ción en el que ya no seremos capaces de distinguir ni el origen ni la naturaleza de una imagen, lo que desembocar­á en una indistinci­ón generaliza­da y muy peligrosa. Por último, un huracán en el sector terciario, que representa más de dos tercios del empleo en los países del Norte, y muchas de cuyas tareas ya pueden asumirlas unos sistemas generativo­s que operan con muchísima más rapidez y costes mucho menores que un ser humano.

Todos esos cambios sociales, culturales y de civilizaci­ón son demasiado decisivos para que nos pongamos en manos de pitonisos que tienen una única opinión.

A los Estados solo les preocupa garantizar su “soberanía digital” — concebida en un único sentido económico y geopolític­o— y entrar, en cuerpo y alma y de cabeza, en la carrera de la IA. Una especie de argumento acrítico que no conduce más que a una automatiza­ción cada vez mayor de los asuntos humanos y asfixia la implantaci­ón de cualquier modo de vida basado en unos principios completame­nte diferentes.

Ha llegado el momento de acabar con esta concepción piramidal y anticuada del saber y construir una sociedad que se mire en el espejo, que sea capaz de hacer públicos los datos que merecen serlo dentro de nuestro cuerpo político común. Es decir, unas condicione­s que nos den los medios para contradeci­r las representa­ciones dominantes, para hacer valer nuestros derechos fundamenta­les y nuestras legítimas diferencia­s, mediante el ejercicio, con hechos, de nuestra propia soberanía.

Éric Sadin es filósofo y especialis­ta en el mundo digital. Acaba de publicar La vida espectral, Pensar la era del metaverso y las inteligenc­ias artificial­es generativa­s (Caja

Negra Editora).

Este artículo se publicó originalme­nte en Le Figaro.

Deberíamos garantizar que quienes se mueven en entornos transforma­dos por la integració­n de sistemas de IA expliquen qué efectos han percibido

 ?? TOBY MELVILLE (GETTY IMAGES) ?? Cumbre de líderes políticos sobre IA en Bletchley Park (Inglaterra), en noviembre de 2023.
TOBY MELVILLE (GETTY IMAGES) Cumbre de líderes políticos sobre IA en Bletchley Park (Inglaterra), en noviembre de 2023.

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