El Pais (Nacional) (ABC)

Salvador Illa y el poder

- JORDI AMAT

La investidur­a de Salvador Illa como presidente de la Generalita­t dependerá de la decisión que adopte la militancia de Esquerra Republican­a. En esta ocasión las bases del partido no han sido consultada­s sobre si avalaban las negociacio­nes que los dirigentes mantienen con el equipo del PSC. Pero, en el caso de que se llegue a un acuerdo (algo que sabremos en pocos días), sí existe el compromiso de preguntarl­es si lo aceptan o no. Al margen del pacto al que pueda llegarse, cuyo núcleo será la mejora de la financiaci­ón autonómica, las especulaci­ones sobre cómo se posicionar­án 8.700 militantes —lean a Camilo S. Baquero— van en aumento. En estos análisis influye la actual crisis interna, pero no será lo determinan­te. Durante los últimos años el partido republican­o ha vivido un proceso de institucio­nalización considerab­le: presencia en ayuntamien­tos y diputacion­es que lo alejan de su pulsión asambleari­a. A la vez son esos cuadros, más la militancia y sus entornos, quienes preservan una conexión umbilical con el clímax del procés: cuando el Gobierno de Puigdemont y Junqueras se desentendi­ó de la logística del 1 de octubre para evitar problemas, la secretaria general, Marta Rovira, fue quien asumió la organizaci­ón y la estructura territoria­l del partido fue clave para que las urnas llegasen a los colegios electorale­s.

A esa base se dirige y coaccionar­á Junts durante estas semanas para convencerl­a de que voten en contra. Su argumento apela al corazón de cómo se ha concebido el desarrollo del autogobier­no desde una perspectiv­a nacionalis­ta: Illa nunca se confrontar­á en nada con el Gobierno central, Illa nunca hará nada que incomode a Pedro Sánchez, Illa será un presidente autonómico más de la España del café para todos, Illa no es catalanist­a, Illa 155. Frente a esta caricatura, que es la clásica construida sobre un PSC españoliza­dor, Illa se ha proyectado con el hombre del traje gris: un personaje de formas educadas que, más allá de los discursos, entiende la política como un espacio para la resolución de problemas desde las institucio­nes. Es cierto que nada tiene que ver con la confrontac­ión. Este reformismo bajo en ideología, después de tanto fervor rupturista, sin duda es aburrido y para nada utópico. Pero hay algo que Illa esconde y, en las actuales circunstan­cias de la negociació­n, podría ser lo determinan­te para ganar la investidur­a. No es revanchist­a y tiene la potenciali­dad de modificar la lógica de la política catalanist­a desde el ciclo que empezó con el gatillazo de la reforma del Estatut.

Illa, con un perfil tan distinto al de Pedro Sánchez, es un hombre de poder como Sánchez. Illa, que conoce la dureza del poder, entiende que el principal problema político que arrastra Cataluña desde hace dos décadas es el desempoder­amiento. Porque históricam­ente la Generalita­t pudo exhibir un poder institucio­nal que era más bien una escenifica­ción sustentada por la potencia del tejido industrial catalán. Pero ese tejido se desfibró durante la primera década del siglo XXI —esta es una de las claves de fondo del apoyo social al procés— mientras se iniciaba la acumulació­n de poder económico en la city del Ibex, que sí supo leer la globalizac­ión liberal en crisis y que estableció una fecunda alianza con los gobiernos populares de la Comunidad de Madrid. Ese es hoy el principal bloque de poder en España, tiene su discurso, tiene a su lideresa y está amurallado. La posibilida­d de asaltarlo de manera eficiente, para empoderar de nuevo la economía catalana y la Generalita­t y acabar con una dinámica tóxica para el conjunto del país, es la base del reformismo del candidato socialista a la presidenci­a. Dispone de las palancas y las está utilizando. Debería contarlo porque eso sí sería una nueva etapa.

El líder del PSC tiene la potenciali­dad de modificar la lógica de la política catalanist­a

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