“Mi bisabuela era española de ojos azules”
Artista, feminista e indigenista, Daiara Hori Figueroa Sampaio (São Paulo, Brasil, 42 años) llega ataviada con una corona de plumas de gavilán y un collar de dientes de jaguar. Conocida como Daiara Tukano, desciende de este pueblo brasileño, cuyo nombre ha adoptado como apellido artístico. Visitó Madrid en mayo para participar en un acto en el centro cultural La Casa Encendida sobre la memoria de los pueblos indígenas, coordinado por la Asociación de Mujeres de Guatemala, dentro del ciclo Mujeres contra la impunidad. “Si estamos vivos”, dice, “es porque el colonialismo fracasó”.
Pregunta. ¿Qué representan su maquillaje y su corona?
Respuesta. No lo van a entender. Puedo decir que soy yo.
P. ¿Una mujer nacida en São Paulo de origen tukano?
R. Mi padre es una figura política fundadora del movimiento indígena de Brasil. Y nací en São Paulo, en la época de la dictadura militar, porque allá es donde se reunieron los indígenas. Hace años me hice un test de ADN para conocer mi ancestralidad blanca. De la de Tukano, no tengo duda: conozco los nombres de hasta 13 generaciones anteriores.
P. ¿Por qué se hizo el test?
R. Porque los tukano practican la exogamia, es decir, un tukano no se casa con un tukano, y mi madre es colombiana. Me salió que mi bisabuela era española de ojos azules, que tengo sangre ibérica, del norte de África, judía, gitana…
P. ¿Qué le hizo sentir conocer su ADN?
R. Me parece muy importante honrar ese otro lado. Pero a los europeos también les hace falta comprender sus herencias. Piense en todo lo que tienen aquí [en España] que viene de América: el tomate, palabras indígenas… Y el oro. Hay muchos tesoros que vienen de nuestra tierra y están bajo su cuidado.
P. Muchos países de África y América están solicitando su devolución.
R. Soy consejera nacional de Cultura en Brasil y he acompañado las cuestiones de repatriación de piezas históricas de importancia significativa para los pueblos indígenas.
P. ¿Qué reclama que regrese?
R. No es un movimiento de “mira, me robaste esto hace 500 años, devuélvelo”. Hay que buscar una manera de tratar nuestra historia en común, abrazar las experiencias vividas y educar a nuestros hijos para que la historia no se repita.
P. Como artista, ha pintado el mural más grande elaborado por un indígena.
R. Sí, Selva Mãe do Rio Menino (Selva Madre de Río Menino), en Belo Horizonte, la capital del Estado de Minas Gerais, un lugar cuyo nombre significa algo así como “minería generalizada” y que fue la región en la que empezó la explotación del oro en Brasil. En ese Estado, se rompió una represa y se mató al río y a todo el ecosistema.
P. ¿Por qué pintó a una madre abrazando a un niño?
R. Para los indígenas de esa región, el río es el abuelo. Y cuando me encargaron el mural, mi abuelo acababa de morir, con 110 años. Imagínese su infancia: en la cabecera del río, en el medio de la selva. Un niño que se cría así vive jugando en el río. Pensé en esa imagen del río, que es un abuelo, pero que también fue un niño. Ese cariño de la madre al hijo es la esencia de la vida, un sentimiento necesario en nuestra sociedad, especialmente ahora que los ríos están asustados. O se secan, o se inundan. Esas situaciones ya fueron advertidas por los pueblos indígenas hace siglos.
P. ¿Cree que ahora se les escucha?
R. Hay mucha gente a la que le interesa de repente escuchar lo que las personas indígenas pueden decir sobre el cambio climático. Pero hay que vencer las violencias estructurales que nos siguen afectando, herencia del proceso histórico colonial.
P. ¿Qué violencias sobreviven?
R. El racismo, el machismo, la homofobia, la xenofobia… Todos estos miedos que nos llevan a no reconocer la humanidad de otro que es igual a nosotros.
“Hay que abrazar las experiencias vividas y educar a nuestros hijos para que la historia no se repita”