El Pais (Nacional) (ABC)

El último baile de Danza Invisible después de 1.400 conciertos

El grupo malagueño pone punto final a su trayectori­a con una gira que alcanza su ecuador mañana en Torremolin­os, la ciudad en la que nació

- NACHO SÁNCHEZ

Despuntaro­n en 1982, al ganar el concurso de rock de Jerez de la Frontera La vida de la banda cambió en 1988 con el disco ‘A tu alcance’ y el tema ‘Sabor de amor’

Salta, baila, agarra el micro, canta, ríe. A Javier Ojeda se le queda pequeño el metro cuadrado del local de ensayo. Es un estrecho cuarto insonoriza­do donde comparte espacio con decenas de instrument­os, fundas, cables, ordenadore­s y aparatos. También hay otros cinco músicos. La mayoría ronda los 60, viejos rockeros que el día 29 darán un salto al vacío: ofrecerán el último concierto de Danza Invisible. Será en la localidad cántabra de Laredo, pero antes afrontarán mañana una cita esencial de su gira de despedida, Torremolin­os, la localidad malagueña que los vio nacer hace más de cuatro décadas. Supondrá el concierto número 1.400 de su larga trayectori­a.

La cifra no es una aproximaci­ón a voleo. Las cuentas las lleva el propio Ojeda en un documento de Excel en el que apunta cada actuación y que muestra desde su teléfono móvil. Mientras, suenan los acordes de No habrá fiestas para mañana, una canción de 1986. “Ha habido algo raro, ¿no?”, pregunta al acabar el bajista Chris Navas, que junto con Manolo Rubio formó el grupo Adrenalina en el Torremolin­os de finales de los setenta. Eran punkis y sus pintas atrajeron a otro chaval, Ricardo Teixidó, que se sumó al proyecto como más tarde lo hizo Antonio Luis Gil, ya bajo el nombre de Danza Invisible. Su primer tema fue Tinieblas en negro, grabado antes de que un pipiolo con mucha cara les dijera que quería cantar con ellos. Era un jovencísim­o Javier Ojeda que, como era de esperar, fue un desastre en su primer día en el escenario. “Nosotros sabíamos tocar poco, pero él no tenía ni idea de lo que hacía”, dice entre risas Navas, que recuerda que la segunda vez les fue mejor. Su padre regentaba el bar El Capote y en su sótano se divertían, fumaban hachís y ensayaban sin imaginar lo que vendría después.

En 1982 ganaron el concurso de rock de Jerez de la Frontera, donde sorprendie­ron al público que acudió a la Fiesta de la Vendimia. “Ahogados en vino fino, Danza Invisible dejó boquiabier­tos no solo a los propios del lugar, sino a quienes habíamos llegado desde lejos para tratar de entender aquello”, escribía en su crónica el periodista José Manuel Costa. En ella contaba que el grupo tocaba “como si cada compás y cada acorde hubiera sido el fruto de una atención especial, de un cariño loco”, y que su cantante era “un tipo asténico” de voz poderosa que “se mueve por la escena como un demente azogado y elegante”.

De ahí saltaron a Rockola (Madrid) y Metro (Barcelona), los fichó Ariola y sacaron dos discos. El primero fracasó por una producción “inadecuada”. En el segundo, la compañía quería quitárselo­s de encima. Les dieron cuatro días para grabar y la carta de libertad. “Entonces éramos lo peor. La liáñola bamos siempre. Un día me tomé un tripi y quemé la habitación de un hotel. Y en las entrevista­s decía que todos los grupos de Madrid eran una mierda salvo Radio Futura, que eran colegas. Se cansaron de nosotros”, confiesa Ojeda. Con el tercer disco, Música de contraband­o (1986), ya con la independie­nte Twins, alcanzaron los 20.000 ejemplares y su siguiente álbum, al año siguiente, doble y en directo, arrasó en ventas. Con A tu alcance (1988) todo cambió. Su vida, la música espay su público: los jóvenes de aires oscuros dieron paso a adolescent­es que gritaban. Querían escuchar Sabor de amor. El número de veces que han cantado su gran hit desde entonces no cabe en un Excel. Aquella canción los catapultó al estrellato: salían en la tele, eran famosísimo­s. Justo lo que Ojeda no pretendía. “Todo el mundo quería entrar en los camerinos, no podía ni salir a la calle”, rememora. El éxito continuó, pero el grupo se fue alejando dulcemente de las listas de éxitos para pasar a una “maravillos­a segunda división”. Nunca pararon, salvo el año sabático de 2023. Su historia quedó recogida en 2021 en el documental A este lado de la carretera, dirigido por Regina Álvarez y José Antonio Hergueta

Del escenario a la huerta

Entre preguntas y respuestas, la banda continúa su trabajo. Es el turno de Si tú no estás qué poco

tengo y Reina del Caribe, otro de sus clásicos. La que no sonará es

Sabor de amor, que la banda ensaya de vez en cuando aunque Ojeda preferiría no hacerlo jamás. “En directo da gusto cantarla, pero odio ensayarla”, afirma. El ensayo de esta tarde es pura vitalidad pese a que va camino de las tres horas. “Esto es como para un deportista el entrenamie­nto: hay que coger fondo y tono muscular”, destaca Miguelo Batún, batería que se unió al grupo hace 15 años, como hizo hace 20 Nando Hidalgo a la guitarra y los coros.

El buen ambiente reina cuando se cruzan con los músicos que acuden a los locales contiguos o salen a fumar a la calle. Las risas se suceden, los errores se reconocen y todo parece fluir. ¿Por qué se retiran entonces? “Son ya más de 40 años con la banda. Y, salvo en 2023, nunca hemos parado”, reconoce Antonio Luis Gil, que prefiere dedicarse a cuidar los tomates de su huerta en Pizarra, en las afueras de Málaga. El resto continuará ligado de una manera u otra a la música.

Dicen que no saben qué pasará la noche del 29, cuando suelten las guitarras y no haya más conciertos a la vista. Prefieren no pensarlo, tienen la mente en el concierto de Torremolin­os y el resto de la pequeña gira de despedida, titulada Sin decir adiós. “Danza Invisible llevaba demasiados años con el piloto automático, siendo solo una banda de directo y no un proyecto creativo”, escribe Javier Ojeda en su blog.

A su despedida malagueña le seguirán Zaragoza, Sevilla, Salamanca y la sala La Riviera en Madrid, para después llegar a Granada y por fin a Laredo. Siete escenarios en los que Ojeda, a sus recién cumplidos 60 años, sí tendrá espacio para correr, saltar, gritar y todo lo que se le ocurra ante un público que tendrá la última oportunida­d de saborear a Danza Invisible en directo.

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GARCÍA-SANTOS Los miembros de Danza Invisible, el 30 de mayo en Málaga.

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