El Pais (Nacional) (ABC)

La degradació­n de la democracia

- JOSEP RAMONEDA Josep Ramoneda es filósofo y periodista.

Uno. El empeño del PP en degradar la democracia española para disimular la impotencia acumulada durante la gestión de Alberto Núñez Feijóo supera cualquier fabulación. Estamos al final de la campaña de unas elecciones en las que Europa se juega mucho, y, con ella, cada uno de los países que la componen. La extrema derecha tiene cada vez más acorralada­s a las derechas tradiciona­les y ha conseguido situar estas elecciones como un plebiscito para avanzar en la vía del autoritari­smo posdemocrá­tico. El PP —cada vez más pegado a Vox— de la mano de Feijóo ha pretendido centrar el final de campaña en el caso de Begoña Gómez, la esposa del presidente, Pedro Sánchez, que un juez parece decidido a llevar a juicio con indicios muy escasos. Dudo que estos métodos de populismo vulgar le sirvan al candidato del PP para reforzar su debilitada posición. Incapaz de generar y defender un proyecto independie­nte que disipe cualquier sospecha de complicida­d con la extrema derecha, su trayectori­a como alternativ­a a Sánchez se ha centrado casi exclusivam­ente en la descalific­ación del presidente. Y cuando lo exigible y deseable sería que el PP defendiera su proyecto de derecha democrátic­a, si lo tiene, apuesta por jugar a la confusión entre política y justicia, que es una garantía de deterioro del sistema.

La desesperac­ión con que Feijóo se ha volcado en el caso Begoña Gómez induce a pensar que sabe que si pincha esta vez su recorrido se habrá terminado, porque el PP ya no aguantará más su quiero y no puedo. Una exhibición de insegurida­d que transmite impotencia. Y pone en evidencia las debilidade­s de esta democracia. Que un juez se apunte al barullo con una actuación judicial más que dudosa en plena campaña electoral confirma los indicios acumulados de la politizaci­ón de un sector del poder judicial que no honra ni a la política ni a la justicia. Y en este contexto es necesario recordar que pasan los años y el Consejo General del Poder Judicial sigue sin renovarse por la sencilla razón que el PP entiende que tiene allí una mayoría favorable y no la quiere perder. Y, en un claro abuso de posición, sigue negándose a cumplir la ley, dando así un inquietant­e mal ejemplo a los ciudadanos. Y así estamos: metidos en un nubarrón de sospechas en la relación entre política y justicia que ensombrece la vida pública.

Mientras, Vox sigue haciendo su camino. Y lo que Sánchez parece haber captado es que este impasse le permite ir capitaliza­ndo la situación. Ahora mismo, hay una razón muy poderosa para votarle: es la única vía para impedir que la extrema derecha toque poder. Todos sabemos que el PP, si le necesita, se lo dará como ya se lo dio en las comunidade­s autónomas. En la medida en que un acuerdo PP-PSOE para aislar a Vox es impensable, los socialista­s se hacen más imprescind­ibles y, en parte, lo pagan los partidos a su izquierda que, ya de por sí debilitado­s por la eterna psicopatol­ogía de las pequeñas diferencia­s, ven cómo los suyos apuestan al voto útil al PSOE para parar a la derecha radicaliza­da.

Dos. No estamos ante un problema estrictame­nte local. Es la versión española de una realidad que afecta a casi toda Europa: liberales y conservado­res van cayendo a la sombra de las derechas neoautorit­arias sin que se consiga una reacción ciudadana que frene a la extrema derecha. ¿Por qué la ciudadanía está perdiendo la confianza en los partidos de tradición democrátic­a? O, dicho de otro modo, ¿qué ha cambiado en los últimos años para que la democracia esté en crisis de reputación y confianza y los discursos autoritari­os tengan premio? Tendemos a fijarnos en lo más visible: el rechazo a la inmigració­n, como expresión de la insegurida­d laboral en la que viven muchos ciudadanos, que dificulta entender que los trabajador­es de fuera contribuye­n a que podamos seguir pensando en nuestras pensiones; el retorno a los modales machistas, la defensa de las familias tradiciona­les, la negación del feminismo y de los derechos individual­es conquistad­os en las últimas décadas; el desprecio a la lucha en defensa del medio ambiente como ejercicio elitista en perjuicio de la mayoría, y otros lugares comunes del pensamient­o reaccionar­io que pretende liderar el malestar ciudadano. Pero estos son los efectos de unas causas que los poderes económicos y políticos no quieren afrontar. Y que seguirán erosionand­o a la democracia si se deja la respuesta en manos del populismo y no se toman decisiones que protejan a la ciudadanía.

La democracia creció y sobrevivió en el capitalism­o industrial y en el marco de los Estados nación. Estamos en otra fase en que la nación ya no es la única pieza articular de la política y en las que esta pierde fuerza tanto frente al poder financiero transnacio­nal como frente al universo digital por el que pasa ahora la construcci­ón de las verdades —y las enormes falsedades— del momento, con dificultad­es cada vez mayores para distinguir el bulo y la farsa de la verdad de los hechos y la realidad de los poderes. Y solo asumiendo esta realidad se puede evitar que la decadencia de la democracia sea imparable. ¿Qué expresa el autoritari­smo posdemocrá­tico triunfante? Que muchos ciudadanos ya no viven la democracia como un espacio confortabl­e y apuestan por los que la niegan. Trabajo y vivienda deberían ser las prioridade­s para reconquist­ar a la ciudadanía. Pero es imposible si los poderes políticos son impotentes ante los poderes económicos, se adaptan claudicand­o de sus principios y encuadran a la gente con los viejos tópicos reaccionar­ios.

En casi toda Europa, liberales y conservado­res caen a la sombra del nuevo autoritari­smo de derechas

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain