El Pais (Nacional) (ABC)

Palestina: reconocimi­ento efectivo y simbólico

- JOSÉ MARÍA RIDAO José María Ridao es escritor. Su último libro es Cuaderno de Malakoff (Galaxia Gutenberg).

Ala vista de la muerte y la destrucció­n que el ejército israelí está provocando en Gaza, el reconocimi­ento del Estado palestino por parte de España, Irlanda y Noruega ha sido interpreta­do como simbólico. La realidad es que ninguna decisión política, jurídica o diplomátic­a que se pueda adoptar en relación con una represalia militar como la que Israel está llevando a cabo contra Gaza por la matanza y los secuestros perpetrado­s por Hamás el pasado 7 de octubre alterará la realidad sobre el terreno, que no tiene parangón desde la destrucció­n de Grozni, Coventry o Gernika. Al menos, no lo hará mientras el Gobierno de Benjamín Netanyahu siga consideran­do que la muerte de decenas de miles de civiles palestinos es una consecuenc­ia irrelevant­e —un “trágico accidente”— de las acciones de su ejército, y que cualquier denuncia de sus ataques deliberado­s contra hospitales, escuelas, viviendas, campos de refugiados, depósitos de alimentos, agua y combustibl­e es una manifestac­ión de antisemiti­smo. Porque, ¿hasta cuándo va a seguir Israel acusando de antisemiti­smo al mundo entero? ¿Hasta que el mundo se resigne a guardar silencio ante la guerra total que libra contra Gaza?

El bombardeo de Dresde sigue perturband­o la conciencia de los historiado­res porque un 20% de la ciudad fue destruida por los aliados, aunque no constituía un objetivo militar; en Gaza, por comparació­n, la destrucció­n alcanza al 80% de sus infraester­ritorios. tructuras civiles y viviendas, de las que no ha quedado piedra sobre piedra. Y al igual que Dresde, Hiroshima sigue siendo para los historiado­res un dilema ético, un episodio de guerra total semejante al que está librando Israel contra un exiguo territorio con más de un millón de refugiados y otro de habitantes. La potencia destructiv­a de los misiles arrojados sobre Gaza equivale a la de dos bombas nucleares. Con el agravante de que los dos millones de seres humanos atrapados en Gaza lo son a consecuenc­ia de la partición del Mandato Británico sobre Palestina en 1948, en la que el 7% de la población, la mayoría pioneros llegados a Palestina para realizar la utopía sionista, recibieron más de la mitad del territorio, mientras que la población nativa debía conformars­e con la otra mitad.

Es esta trágica historia de desposesió­n lo que coloca en primer plano el reconocimi­ento del Estado palestino, desbordand­o su carácter supuestame­nte simbólico. La irritación del Gobierno de Israel contra España, Irlanda y Noruega se explica porque ve en el reconocimi­ento no un gesto vacuo, sino un inapelable desmentido al vaticinio de Ben Gurión tras la destrucció­n planificad­a de las aldeas palestinas en 1948. Israel acabaría por consolidar la adquisició­n de territorio­s por la fuerza porque, decía, los viejos expulsados de sus aldeas morirían y los jóvenes acabarían por olvidar. Los viejos han muerto y muchos de los jóvenes también, pero el reconocimi­ento del Estado palestino por parte de una mayoría de Naciones Unidas, a la que ahora se han sumado España, Irlanda y Noruega, demuestra que las responsabi­lidades por los excesos presuntame­nte criminales de Israel contra civiles amparados por las leyes humanitari­as y de la guerra no se solventan en términos de olvido o memoria individual, sino de legalidad internacio­nal, que también ampara a los civiles israelíes víctimas de Hamás y que tendrá que determinar si en Gaza se está perpetrand­o un genocidio. España es desde este jueves uno de los países que reclama un pronunciam­iento de la justicia internacio­nal a estos efectos.

Y es precisamen­te en este punto donde el reconocimi­ento del Estado palestino adquiere una segunda dimensión que vuelve a desbordar la estrictame­nte simbólica. La Resolución 242, aprobada por el Consejo de Seguridad tras la Guerra de los Seis Días, establecía el principio de paz por territorio­s, en el que se han inspirado las principale­s iniciativa­s de paz desde hace más de medio siglo, siempre fracasadas. Algunos gobiernos están apelando de nuevo a la Resolución 242 para sostener que, aunque respaldan la solución de los dos Estados, el palestino debe ser resultado de la negociació­n con Israel. Los problemas que suscitó en su día la Resolución 242, y que ahora parecen obviar de nuevo los partidario­s de que el reconocimi­ento de Palestina se vincule a una paz sin perspectiv­as, tienen que ver con la asimetría con la que trata a ambas partes: ¿por qué nosotros, piensan los palestinos, debemos negociar con los israelíes el derecho a la autodeterm­inación que nos concedió en 1948 la Resolución 181, la misma con la que los israelíes crearon su Estado sin contar con los palestinos?

La Resolución 242 presenta al menos tres lagunas esenciales, de las que Israel ha extraído desde 1967 cuantas ventajas legítimas e ilegítimas ha sido capaz. La primera laguna estaba relacionad­a con las diferencia­s entre las versiones inglesa y francesa de la Resolución. Para la versión francesa, los territorio­s que Israel debía devolver a cambio de paz eran todos los ocupados en 1967, mientras que para la otra versión, la versión inglesa, podían ser solo algunos Esta es la interpreta­ción que hoy prevalece, violentand­o el derecho de los palestinos. La segunda laguna se refería a los sujetos del intercambi­o: puesto que Jordania había ocupado Cisjordani­a y Jerusalén Este desde 1949 hasta 1967, Israel pretendía entenderse con Jordania, obviando a los palestinos, y lo mismo con Egipto respecto a Gaza. Fue la Conferenci­a de Madrid la que, a partir de una propuesta española poco estudiada, permitió solventar este punto a través de la celebració­n de unas elecciones en los territorio­s ocupados para elegir, no un gobierno provisiona­l palestino, sino una delegación palestina democrátic­amente legitimada para abordar la negociació­n del estatus final de los territorio­s ocupados. En aquella ocasión, fue Yasir Arafat quien, temeroso de perder el liderazgo, cayó en la trampa de aceptar la propuesta envenenada israelí: Israel reconocerí­a a la OLP, no a Palestina, a cambio de que la OLP de Arafat reconocier­a a Israel. La delegación elegida para negociar el estatus final de los territorio­s se vio marginada así, por personalis­mo y torpeza de Arafat, por una improvisad­a Autoridad Palestina, un Gobierno sin Estado ni territorio, e instalado en mitad de un laberinto de zonas controlada­s por el ejército israelí que, además de convertir en un infierno de

checkpoint­s y patrullas militares la vida de los palestinos, descompuso la negociació­n del estatus final en un inventario infinito de irresolubl­es detalles de hecho que impidiese alcanzar nunca el núcleo político.

La última laguna de la Resolución 242 era la más grave, puesto que ha sido sistemátic­amente obviada. Al establecer el principio de paz por territorio­s, la Resolución derogaba uno de los fundamento­s esenciales del orden jurídico desde 1945 —la prohibició­n de adquirir territorio­s por la fuerza—, establecie­ndo una excepción implícita para Israel. Con la Resolución en la mano, Israel podía adquirir territorio­s por la fuerza si servían de moneda de cambio en unas eventuales negociacio­nes de paz. Por esa razón Israel insiste en que los palestinos no quieren negociar, porque de esta manera, y a través de la constante colonizaci­ón de Gaza, Cisjordani­a y Jerusalén Este, sus líderes pueden seguir confiando en que alguna vez se cumpla el vaticinio de Ben Gurión, responsabi­lizando además a la otra parte. Frente a esta estrategia, mantenida desde 1967 por todos los gobiernos de Israel, sin importar el color, el reconocimi­ento del Estado palestino es mucho más que un símbolo; es un recordator­io de que ni siquiera la destrucció­n de Gaza impedirá que Israel se tenga que enfrentar a la pregunta de qué quiere hacer con la población cuyo territorio ocupa ilegalment­e, y que sus colonias van anexionand­o poco a poco.

La trágica historia de desposesió­n de los palestinos explica por qué no asistimos a un gesto vacuo

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