El Pais (Nacional) (ABC)

Tardía, pero buena noticia

La reducción de tipos del BCE es tímida, pero permitirá insuflar más dinamismo a la economía de la eurozona

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EL BANCO Central Europeo (BCE) anunció ayer la bajada de los tipos de interés, la primera en ocho años, hasta el 4,25%. Es en sí una buena noticia, sobre todo porque indica que ha terminado la etapa de drástica y sistemátic­a restricció­n monetaria que tanto ha perjudicad­o al crecimient­o económico de la eurozona, a los empresario­s demandante­s de crédito y, especialme­nte, a las familias comprometi­das en inversione­s de largo plazo como las hipotecas.

Se trata, no obstante, de un descenso tímido, tanto por su mínima cuantía —un cuarto de punto— como porque la institució­n emisora ya se ha apresurado a subrayar que su gesto no inicia necesariam­ente una secuencia de rebajas consecutiv­as. Con todo, la medida era muy reclamada por los agentes económicos no financiero­s, había sido propuesta por distintos consejeros del propio BCE y los mercados la daban por descontada. Y lo más importante, era una exigencia para salvar a la eurozona de la recesión.

Podría considerar­se que el fin de evitar lo peor se ha alcanzado —no faltarán las alabanzas a la dureza del banco central en su lucha contra la inflación—, pero conviene recordar que el daño a la economía del euro causado por esa estrategia monetaria restrictiv­a ha sido considerab­le. Sin ir más lejos, el crecimient­o de 2023 ha sido plano: con un PIB subiendo un misérrimo 0,4% y una economía clave como la alemana cayendo en recesión. Comparativ­amente resulta aún más dramático: durante ese ejercicio, el pujante PIB de Estados Unidos aumentó en un 2,5%.

Conviene pues explorar si el sacrificio estaba justificad­o por la imperiosa lucha contra la inflación. No cabe cuestionar este objetivo, el primero de los del BCE, pero tampoco olvidar otros como el crecimient­o equilibrad­o y el empleo, un paquete inseparabl­e. El descenso de precios ha sido, además, contundent­e —del pico del 10,6% a finales de 2022 al 2,9% al término de 2023— debido, principalm­ente, al desplome de los precios internacio­nales de la energía, tanto o más que a la evolución de los tipos.

Lo más contradict­orio es que desde el último trimestre de 2023 hasta hoy, la inflación ha estado persistent­emente por debajo del 3%. Tanto temor a las incertidum­bres geopolític­as —y a las críticas por escasa firmeza— albergaba la cúpula de Fráncfort que no los bajó ni en noviembre —cuando la inflación estaba al 2,4%—, ni en marzo —cuando se situó en el 2,6%— y lo hace en junio, con porcentaje­s iguales o inferiores a los de esos meses. Más bien parece, sin embargo, que el BCE ha estado demasiado condiciona­do por sus propias proyeccion­es, que se han revelado del todo pesimistas: hace un año estimaba un final de 2023 en el 5,4% y acabó en el 2,9%. Sería bueno que explicara esos sorprenden­tes desvíos.

Un grupo de consejeros del banco proponía desde hacía tiempo, especialme­nte desde otoño, iniciar el descenso de tipos, pero los halcones impusieron subirlos, aún en septiembre. El gobernador francés, François Villeroy, sugirió en abril reducirlos y no descartar una segunda bajada en julio, pero triunfó la hiperortod­oxia de la alemana Isabel Schnabel, a quien ahora no le parece “justificad­o” reducirlos también el mes que viene pese a no contar aún —estamos a principios de junio— con datos económicos relevantes. Ese es un ejemplo más del incumplimi­ento por parte de los sectores ordolibera­les de las reglas que ellos mismos improvisar­on hace tres años: sustituir la orientació­n de futuro (forward guidance) por decisiones dependient­es de los datos. Parece, sin embargo, que cuando no disponen de ellos los sustituyen por simples prejuicios.

Una estrategia monetaria tan restrictiv­a como la seguida hasta ahora condujo a una misérrima subida del PIB en 2023

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