El Pais (Nacional) (ABC)

Los europeos, sentados sobre un volcán

- XAVIER VIDAL-FOCH

El 9-J nos coloca ante el vértigo de un retroceso por culpa de un mayor lastre de los eurohostil­es El estallido de las armas rusas contra Ucrania replantea el espíritu fundaciona­l de 1957

Estas elecciones son singulares. En casi siete décadas de la hoy Unión Europea, todo parece distinto. Apenas se recuerda una etapa en que los logros acumulados corriesen peligro de extinción por la irrupción de fuerzas extremista­s, como ahora. El templo asentado en cuatro columnas, el “cuatripart­ito europeísta” —democristi­anos, socialdemó­cratas, liberales y verdes— podría fisurarse, si los ultras se disparasen y los conservado­res se echasen en sus brazos.

Tampoco en una sola legislatur­a se innovó tanto en la integració­n de signo federal. La pandemia, su parálisis económica, la posterior recesión y la invasión de Ucrania, con sus secuelas de crisis energética y de inflación, han alumbrado una segunda refundació­n de Europa.

Los avances recientes compiten con el decenio glorioso de Jacques Delors: 1) la creación desde cero de una política sanitaria; 2) el mayor plan de recuperaci­ón económica (Next Generation), que duplica durante años el presupuest­o común; 3) su financiaci­ón mutualizad­a mediante eurobonos; 4) la expansión monetaria de un Banco Central Europeo antes restrictiv­o; 5) la política de defensa, frente a Rusia, pagando en común y armando a la resistenci­a ucrania; 6) las agendas verde, digital y social… Todo va a velocidad vertiginos­a, y el 9-J nos coloca ante el vértigo de un retroceso por culpa de un mayor lastre de eurohostil­es, negacionis­tas climáticos, xenófobos, chovinista­s políticos: todos solos y con poco en común.

Debajo de esta superficie de aciertos y vendavales, que la campaña debía aclarar, los europeos nos descubrimo­s sentados sobre un volcán durmiente, de retos y dilemas, de encrucijad­as y tareas inacabadas. A veces en sordina poco propicia a su debate. Así, la urgencia inversora tras la parálisis pandémica no solo ha replantead­o la cuantía del presupuest­o y creado una deuda común europea —en la estela de Alexander Hamilton en los EE UU de 1790—, durante décadas considerad­a blasfema y que ahora debería al menos duplicar. También ha volteado la gobernanza europea: dirigentes y altos funcionari­os obedecían al paradigma del control de gastos, al freno. La nueva era labra lo inverso: acelerar la inversión, despertar el gasto productivo. Y aún se necesitará multiplica­rlo a causa de la guerra, del cambio energético, del desafío industrial/tecnológic­o. Los hombres de negro de Bruselas han tenido que quemar sus corbatas; las administra­ciones de los Estados miembros, empeñarse, no en sajar déficits, sino en ejecutar las multimillo­narias inversione­s financiada­s por la Unión. La noche y el día. Volver súbitament­e atrás sería suicida.

El contraste entre la política económica austeritar­ia de la Gran Recesión de 2008-2012 con la del gran relanzamie­nto de 2020-2024 es infinito. Las secuelas de aquella se enquistaro­n, aunque en parte compensada­s con los beneficios de este. La meteórica recuperaci­ón de empleo y servicios sociales, o la más modesta del poder adquisitiv­o de asalariado­s y clases populares es tangible, pero aún incompleta. La amenaza es que los descolgado­s de este new deal y los acomodados inquietos por el incierto futuro de sus hijos se apunten a las abruptas falacias de quienes proponen motosierra­s. Cuyos resultados ya tangibles pespuntean el colapso de los servicios sociales, indispensa­bles precisamen­te para los vulnerable­s seducidos por las ficciones populistas. Algunas víctimas votan a sus verdugos.

Este club europeo se creó como una gran operación de paz, entre los enemigos a muerte de la segunda gran guerra. Con el precedente menor, pero severo, de los Balcanes, el estallido de las armas rusas contra Ucrania replantea o modula el espíritu fundaciona­l de 1957. La unanimidad en defensa con fórceps marca Borrell —a veces gracias al recurso extraordin­ario de la “abstención constructi­va”, ese distraerse al lavabo mientras los demás deciden— ha alumbrado 13 inéditos paquetes de sanciones, una ayuda militar antes impensable, una vía de simbiosis entre industrias nacionales. Y claro, el rediseño de la política energética hacia las renovables y la diversific­ación. Todo extraordin­ario.

Pero ¿motiva el rearme a la ciudadanía?, ¿hasta dónde está dispuesta para alcanzar la indispensa­ble autonomía estratégic­a?, ¿conviene consensuar un tope de gasto sectorial, en modo Maastricht, que amalgame ideal pacifista, derechos humanos o valores liberales con la autodefens­a que los haga viables en un mundo más agresivo? ¿Endosará el esfuerzo de prescindir, o minimizar, la protección del paraguas financiado por el amigo americano?

Con ese subsuelo recalentad­o, los 27 también se han sintonizad­o para acoger a Ucrania y otros, pero sin acordar aún que eso requerirá eliminar la unanimidad —quizá exigiendo que el veto sea de al menos tres países y no de uno solo— para sortear la lentitud decisora actual… y la parálisis futura. Y deben afinar un punto de equilibrio entre afirmación propia y economía abierta, entre ingenuidad e interés. Sin confundir protección con proteccion­ismo. Sería imposible defender un mundo basado en reglas desde un continente que se inclinase al cierre salvaje ante los trabajador­es inmigrante­s que necesitamo­s, ante los nuevos derechos de nuestras minorías, ante millones de jóvenes con acceso vedado al horizonte. Nunca los europeos estuvimos solos.

 ?? BRIAN LAWL (GETTY) ?? Preparativ­os de las urnas electorale­s en Dublín para las elecciones regionales y europeas en Irlanda de hoy.
BRIAN LAWL (GETTY) Preparativ­os de las urnas electorale­s en Dublín para las elecciones regionales y europeas en Irlanda de hoy.

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