El Pais (Nacional) (ABC)

Nuevos fármacos contra el cáncer de pulmón más agresivo

Un medicament­o que destruye las células malignas refuerza el papel de la inmunotera­pia en el tumor microcític­o

- JESSICA MOUZO Barcelona

Hay un cáncer de pulmón que crece enfurecido, rapidísimo y de forma muy agresiva. Es el tumor de células pequeñas (o microcític­o), una enfermedad que se expande vertiginos­amente y, cuando da la cara, suele estar ya muy avanzada, con metástasis en otros órganos y un pronóstico muy desfavorab­le. Su biología es tan violenta que la ciencia llevaba décadas sin tomar la delantera, con poco más que quimiotera­pia para darle el primer golpe, pero sin más armas para defenderse cuando volvía a aparecer. Sin embargo, paso a paso, una nueva generación de fármacos ha empezado a abrir una brecha de luz.

Los oncólogos no lanzan fuegos artificial­es ni se dan por satisfecho­s, pero admiten que la nueva constelaci­ón de tratamient­os para el microcític­o invita al optimismo. Sobre todo, en un tumor que en el 70% de los casos se detecta en fases muy avanzadas y cuya superviven­cia a cinco años no supera el 5%. En este contexto, y tras décadas sin resultados positivos contundent­es, la primera inmunotera­pia fue un revulsivo. Desde entonces, ensayos de nuevas combinacio­nes de fármacos, estudios con moléculas prometedor­as y, especialme­nte, la entrada de un nuevo medicament­o que une a los linfocitos con las células tumorales para facilitar su destrucció­n, han abierto el camino y las esperanzas para elevar la superviven­cia en este complejo tumor.

La enfermedad está vinculado al tabaquismo. “Es el tumor más agresivo, con una capacidad de proliferac­ión muy alta”, describe Ernest Nadal, director del Programa de Tumores Torácicos del Instituto Catalán de Oncología. En este contexto, las opciones terapéutic­as son limitadas. Como se detecta tarde, la posibilida­d de una cirugía para extirparlo es “anecdótica”, admite Luis Paz-Ares, jefe del servicio de Oncología Médica del hospital 12 de Octubre de Madrid. La quimio y la radioterap­ia son las herramient­as más habituales, pero están lejos de ser infalibles: “El pronóstico es malo porque a pesar de ser sensible a la quimiotera­pia y radioterap­ia, esta sensibilid­ad es de corta duración y el tumor se hace resistente”, expone Paz-Ares.

Los intentos para incorporar estrategia­s innovadora­s que ya han entrado en otros tipos de cáncer de pulmón, buscando dianas moleculare­s a las que atacar o fórmulas para reactivar el sistema inmune, tampoco han dado sus frutos. El comportami­ento y el entorno de las propias células tumorales juegan en contra, explica el oncólogo del 12 de Octubre: “No tiene dianas terapéutic­as. No hay aberracion­es ni alteracion­es en los oncogenes iniciadore­s de la enfermedad. Y, además, tiene un contexto inmunológi­co muy inmunosupr­esor y la inmunotera­pia tiende a ser menos efectiva”.

El primer rayo de luz llegó hace cinco años con la entrada de las primeras inmunotera­pias en combinació­n con la quimiotera­pia tradiciona­l. Esto supuso, en palabras de Margarita Majem, oncóloga del hospital Sant Pau de Barcelona, “una pequeña mejoría”, pero nada comparable al impacto que ha tenido la inmunotera­pia en el cáncer de pulmón no microcític­o y en otro tipo de tumores. Paz-Ares coincide: “La superviven­cia a tres o cinco años ha pasado de estar entre el 2% y el 5% a llegar al 12% o 15%”.

Un intermedia­rio

Tras ese punto de inflexión, han ido apareciend­o otros abordajes terapéutic­os que suman efectivos para combatir este complejo tumor. El año pasado, se presentó un estudio en fase II con un nuevo fármaco, el tarlatamab, un anticuerpo que funciona como intermedia­rio, poniendo en contacto a los linfocitos con las células tumorales para que estos soldados del organismo las reconozcan y las aniquilen. “Estamos empezando a entender de qué manera podemos intervenir en el contexto inmunológi­co”, explica Paz-Ares, autor principal de esta investigac­ión. La molécula es un anticuerpo biespecífi­co con dos brazos: uno se une al linfocito y otro se pega a una proteína presente en la membrana de las células tumorales, y los presenta para que el sistema inmune identifiqu­e y mate esas células malignas.

Según la investigac­ión, el 40% de los pacientes respondieó —el tumor se redujo—. Y la mediana de superviven­cia alcanzó los 14 meses. “Con más seguimient­o, estamos viendo que la mediana de superviven­cia supera los 18 meses. Especulamo­s que va a haber un impacto en la superviven­cia”, augura Paz-Ares. La agencia reguladora de EE UU ya ha dada el visto bueno a este tratamient­o.

El tarlatamab es el tratamient­o más prometedor hasta el momento, pero no está exento de riesgos. Puede haber efectos secundario­s, como la neurotoxic­idad (confusión, alteración de conducta) o el síndrome de liberación de citoquinas, el más preocupant­e: cuando se estimula el sistema inmune, los linfocitos empiezan a liberar sustancias, como las citoquinas, y se genera una especie de inflamació­n sistémica que, si no se trata a tiempo, puede derivar en un fallo multiorgán­ico y la muerte. Paz-Ares explica que la tormenta de citoquinas ocurrió en el 50% de los casos, pero menos del 5% fueron cuadros severos.

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