Nuevos fármacos contra el cáncer de pulmón más agresivo
Un medicamento que destruye las células malignas refuerza el papel de la inmunoterapia en el tumor microcítico
Hay un cáncer de pulmón que crece enfurecido, rapidísimo y de forma muy agresiva. Es el tumor de células pequeñas (o microcítico), una enfermedad que se expande vertiginosamente y, cuando da la cara, suele estar ya muy avanzada, con metástasis en otros órganos y un pronóstico muy desfavorable. Su biología es tan violenta que la ciencia llevaba décadas sin tomar la delantera, con poco más que quimioterapia para darle el primer golpe, pero sin más armas para defenderse cuando volvía a aparecer. Sin embargo, paso a paso, una nueva generación de fármacos ha empezado a abrir una brecha de luz.
Los oncólogos no lanzan fuegos artificiales ni se dan por satisfechos, pero admiten que la nueva constelación de tratamientos para el microcítico invita al optimismo. Sobre todo, en un tumor que en el 70% de los casos se detecta en fases muy avanzadas y cuya supervivencia a cinco años no supera el 5%. En este contexto, y tras décadas sin resultados positivos contundentes, la primera inmunoterapia fue un revulsivo. Desde entonces, ensayos de nuevas combinaciones de fármacos, estudios con moléculas prometedoras y, especialmente, la entrada de un nuevo medicamento que une a los linfocitos con las células tumorales para facilitar su destrucción, han abierto el camino y las esperanzas para elevar la supervivencia en este complejo tumor.
La enfermedad está vinculado al tabaquismo. “Es el tumor más agresivo, con una capacidad de proliferación muy alta”, describe Ernest Nadal, director del Programa de Tumores Torácicos del Instituto Catalán de Oncología. En este contexto, las opciones terapéuticas son limitadas. Como se detecta tarde, la posibilidad de una cirugía para extirparlo es “anecdótica”, admite Luis Paz-Ares, jefe del servicio de Oncología Médica del hospital 12 de Octubre de Madrid. La quimio y la radioterapia son las herramientas más habituales, pero están lejos de ser infalibles: “El pronóstico es malo porque a pesar de ser sensible a la quimioterapia y radioterapia, esta sensibilidad es de corta duración y el tumor se hace resistente”, expone Paz-Ares.
Los intentos para incorporar estrategias innovadoras que ya han entrado en otros tipos de cáncer de pulmón, buscando dianas moleculares a las que atacar o fórmulas para reactivar el sistema inmune, tampoco han dado sus frutos. El comportamiento y el entorno de las propias células tumorales juegan en contra, explica el oncólogo del 12 de Octubre: “No tiene dianas terapéuticas. No hay aberraciones ni alteraciones en los oncogenes iniciadores de la enfermedad. Y, además, tiene un contexto inmunológico muy inmunosupresor y la inmunoterapia tiende a ser menos efectiva”.
El primer rayo de luz llegó hace cinco años con la entrada de las primeras inmunoterapias en combinación con la quimioterapia tradicional. Esto supuso, en palabras de Margarita Majem, oncóloga del hospital Sant Pau de Barcelona, “una pequeña mejoría”, pero nada comparable al impacto que ha tenido la inmunoterapia en el cáncer de pulmón no microcítico y en otro tipo de tumores. Paz-Ares coincide: “La supervivencia a tres o cinco años ha pasado de estar entre el 2% y el 5% a llegar al 12% o 15%”.
Un intermediario
Tras ese punto de inflexión, han ido apareciendo otros abordajes terapéuticos que suman efectivos para combatir este complejo tumor. El año pasado, se presentó un estudio en fase II con un nuevo fármaco, el tarlatamab, un anticuerpo que funciona como intermediario, poniendo en contacto a los linfocitos con las células tumorales para que estos soldados del organismo las reconozcan y las aniquilen. “Estamos empezando a entender de qué manera podemos intervenir en el contexto inmunológico”, explica Paz-Ares, autor principal de esta investigación. La molécula es un anticuerpo biespecífico con dos brazos: uno se une al linfocito y otro se pega a una proteína presente en la membrana de las células tumorales, y los presenta para que el sistema inmune identifique y mate esas células malignas.
Según la investigación, el 40% de los pacientes respondieó —el tumor se redujo—. Y la mediana de supervivencia alcanzó los 14 meses. “Con más seguimiento, estamos viendo que la mediana de supervivencia supera los 18 meses. Especulamos que va a haber un impacto en la supervivencia”, augura Paz-Ares. La agencia reguladora de EE UU ya ha dada el visto bueno a este tratamiento.
El tarlatamab es el tratamiento más prometedor hasta el momento, pero no está exento de riesgos. Puede haber efectos secundarios, como la neurotoxicidad (confusión, alteración de conducta) o el síndrome de liberación de citoquinas, el más preocupante: cuando se estimula el sistema inmune, los linfocitos empiezan a liberar sustancias, como las citoquinas, y se genera una especie de inflamación sistémica que, si no se trata a tiempo, puede derivar en un fallo multiorgánico y la muerte. Paz-Ares explica que la tormenta de citoquinas ocurrió en el 50% de los casos, pero menos del 5% fueron cuadros severos.