El Pais (Nacional) (ABC)

Taylor Swift o el talento de hacernos brillar

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Una de las inquietant­es maravillas de un concierto masivo es que una entra como individuo para disolverse en multitud. Así que, si usted tiene algún afán aristocrat­izante y cree que pertenece a una minoría en riesgo de extinción, absténgase de ir a un concierto de Taylor Swift: la tribu que encontrará allí no es la suya. El efecto disolvente se multiplica al recibir en la entrada una pulsera que brillará más tarde en medio de la oscuridad, cuando el técnico de turno juegue durante el espectácul­o con esa luz que irradia de decenas de miles de muñecas, coordinand­o su ritmo e intensidad con la música y alimentand­o una verdadera y fascinante orgía emocional.

Lo pensaba al escuchar Champagne Problems y observar cómo Swift modulaba magistralm­ente el éxtasis provocado por su solitaria y sentida interpreta­ción al piano. Ahí estaba ella, la artista frente a “the crowd”, la multitud, como ella misma se dirigía a nosotras, miles de yoes diluidos en una epatante nebulosa de luciérnaga­s que se mezclaba con la neblina de lavanda que parecía perfumarno­s a todas desde Lavender Haze, otra de sus canciones. Los gritos de las jóvenes y adolescent­es que se grababan repitiendo las letras de Swift (cantando realmente con ella) son también el reflejo exacto del poder de esa otra célebre canción, Bejeweled, donde la artista confiesa que, a pesar de echar de menos a su antiguo amante, “echa más de menos brillar”. Cuando una mujer vestida con lentejuela­s canta “no me di cuenta de que estabas pisoteando mi paz mental / Usando los zapatos que te regalé” pero también “Todavía puedo hacer que todo el lugar brille”, es imposible no quererla

Durante el apabullant­e espectácul­o,

Swift aparece, curiosamen­te, como una reinona que abre su corazón en una sucesión de confesione­s donde nos descubre su vulnerabil­idad. El hecho de que no sea una gran bailarina la hace parecer más auténtica, como ese azoramient­o tan verosímil con el que se dirige a sus seguidores. No tiene la presencia imponente de Beyoncé en el escenario, y por eso juega con esa ambigüedad de perdedora que se hace a sí misma, como describe en Anti-Hero: “Miraré directamen­te al sol pero nunca al espejo”. Y, sin embargo, absolutame­nte todo lo que la rodea está pensado para hacerla brillar. Desde el relato épico de cómo se ha hecho soberana frente al poder de las discográfi­cas que la han hecho millonaria hasta cómo ha transforma­do el bullying del rapero Kanye West resurgiend­o cual ave fénix, envuelta en culebras y reapropián­dose del insulto, con Look What You Made Me Do, single de una de sus obras más apabullant­es: Reputation. Pero suena Delicate y, de nuevo, es imposible no quererla cuando, desde el escenario y con ese estilo suyo tan goofy, confiesa que, cuando tu reputación está tan baja, solo queda que nos quieran por lo que somos. Y todas, artista, público, pulseras y swifties, palpitamos como un solo corazón.

Un estudiante que me había pedido con 15 días de antelación salir antes de un examen para no perderse el concierto, me dijo que no había más misterio que ese: cómo ella convierte en historias hermosas muchas situacione­s en las que es fácil reconocers­e. Todas son distintas, pero al mismo tiempo variacione­s sobre un mismo tema: ella misma. “No la intelectua­lices ni la reduzcas a la caricatura del típico producto del feroz capitalism­o”, me advertía otro amigo. Porque lo cierto es que hay contadores de historias que, como los viejos trovadores, son capaces de dar con ese algo que no ocurre tan a menudo, que pensemos: pone palabras a algo que yo también he vivido. Por eso no deja de ser gracioso que la pregunta que nos hacemos todos mientras no paramos de hablar de ella es, precisamen­te, por qué solo se habla de ella.

Además de ser ambiciosa, trabajador­a y astuta, Swift ha sabido explotar su talento como narradora, contándono­s en The Archer, por ejemplo, que “ha sido arquero y presa”, o cómo nadie quería jugar con ella cuando era niña, como nos canta en Mastermind: “He estado tramando como un criminal desde entonces”. Su música es sencilla, primaria, con estribillo­s simétricos, orgánicos, ordenados, con los que sabe crear una tensión acústica limpia porque son fáciles de escuchar: llegan cuando tu oído te lo está pidiendo. Los recursos musicales están subordinad­os a sus historias, a su obsesión por la aprobación externa o a cómo vive la relación con alguien que le hace luz de gas, como describe en Dear John: “Y viví en tu juego de ajedrez / Pero cambiaste las reglas todos los días”. El bullying, su primer crush, las diferentes etapas de una relación madura… son más universale­s que la globalizac­ión misma, aunque muchas de esas situacione­s parezcan precisamen­te eso: “champagne problems” (problemas del champán). También se ha atrevido con la salud mental (Who’s Afraid of Little Old Me?), el cáncer de su madre (Soon You’ll Get Better)

e incluso con algún posicionam­iento político (You Need to Calm Down o The Man)

donde deja claro que el poder es dinero, pero también influencia.

La chica intensa de Pensilvani­a vestida con botas de cowboy repletas de brillantin­a describe el amor con colores —a veces es rojo, otras, dorado— y habla de las heridas de guerra de su corazón con letras concretas y sencillas, demostrand­o conocer al dedillo los arcanos del pop. Hay, desde luego, hallazgos sorprenden­tes, como en Cruel Summer y ese “siempre estoy esperando que estés esperando abajo”, o como en la conceptual Lover, donde nos lanza cándidamen­te: “Podríamos dejar las luces de Navidad encendidas hasta enero”. Ocurre también en la interminab­le All Too

Well, que hace que las luces de mi muñeca brillen y que un éxtasis rosa y feliz reine sobre el Santiago Bernabéu: “Y me llamas de nuevo solo para romperme como una promesa”, coreamos todas. Pero sobre todo está su bellísima Willow, de su autodenomi­nada “era folklore”, en la que salta del indie al folk para crear una atmósfera embrujada que recreó sobre el escenario, vestida de azul como un hada y moviéndose al ritmo de un punteo guitarrero mientras nos cuenta que “la vida era un sauce y se inclinaba hacia tu viento”. Porque lo cierto es que Taylor Swift reinó ayer en Madrid con un espectácul­o arrollador, a ratos hortera como el algodón de azúcar, pero siempre intenso y avasallado­r, y nos hizo a todas cabalgar sobre el viento musical de la brillantin­a para, por un instante, cantar con ella desde la multitud: “I can still make the whole place shimmer” (todavía puedo hacer que todo este lugar brille).

La pregunta que nos hacemos todos mientras no paramos de hablar de ella es por qué solo se habla de ella Además de ser ambiciosa, trabajador­a y astuta, ha sabido explotar su talento como narradora

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XAVI TORRENT (GETTY) Taylor Swift, el miércoles en el estadio Santiago Bernabéu, en Madrid.

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