El Pais (Nacional) (ABC)

La humanidad desborda el ciclo de los ríos

La mayor temperatur­a y el exceso de fertilizan­tes han trastocado el ritmo de degradació­n de la materia orgánica en los cursos de agua de todo el mundo, alterando la liberación de dióxido de carbono

- MIGUEL ÁNGEL CRIADO Madrid

La vida en los ríos está cambiando. El ritmo de descomposi­ción de la materia orgánica que llega hasta ellos se está viendo trastocado por el aumento de la temperatur­a y la mayor disponibil­idad de nutrientes. Usando lienzo (el que utilizan los pintores), centenares de científico­s han medido la ratio en la que el detrito vegetal se degrada en más de 500 cursos de agua de los seis continente­s. Además de lograr un método estándar y válido para todo el planeta, los autores de esta enorme investigac­ión han detectado los patrones globales por los que el carbono presente en hojas y demás residuos vegetales se libera en la atmósfera en forma de CO₂ o queda atrapado en el fondo de lagos y mares en los que mueren los ríos. El primero de los caminos acelera el cambio climático, el segundo, ayudaría a frenarlo.

Si los mares son las arterias del sistema circulator­io del planeta, los ríos son sus capilares. Hasta ellos llegan ingentes cantidades de materia orgánica desde los ecosistema­s terrestres. Se estima que unos 720 millones de toneladas al año. Este detrito vegetal tiene varios destinos en su camino al mar. Buena parte queda incorporad­o en los microorgan­ismos que lo degradan, en los microbios que se alimentan de los restos de plantas y forman la base de la cadena trófica, del ciclo de la vida. En este proceso de degradació­n de compuestos vegetales en sus componente­s esenciales, llamado catabolism­o, buena parte se libera en la atmósfera como dióxido de carbono o como metano, un gas de efecto invernader­o mucho peor que el primero.

Un tercio de la materia orgánica acaba atrapada en las terminales de los ríos, como son las zonas inundables, los lagos y, en especial, los océanos durante décadas, siglos o milenios. El reparto depende del ritmo de descomposi­ción, cuanto más rápida, menor porcentaje que queda atrapado y se mineraliza. Pero medir el ritmo de descomposi­ción y hacerlo de forma universal y comparable parecía imposible. En él interviene­n decenas de factores muy dependient­es de condicione­s locales, desde la acidez del suelo hasta la temperatur­a, pasando por las caracterís­ticas de la hoja a degradar o los microorgan­ismos existentes. Ahora, más de 800 experiment­os en centenares de cursos de agua han encontrado, primero, un modelo para predecir la descomposi­ción y después, con él, los patrones globales que la gobiernan. Y han liberado el modelo para su uso por el resto de científico­s de su ámbito.

Del más de un centenar de variables que midieron en el trabajo, publicado en Science, comprobaro­n que la temperatur­a y la disponibil­idad de nutrientes están entre las que más críticamen­te afectan en la velocidad de descomposi­ción. La variable térmica podría explicar el principal patrón global que han observado: la ratio de descomposi­ción orgánica aumenta a medida que baja la latitud. De ahí que los mayores ritmos de degradació­n las hayan encontrado en América central, África occidental (por donde discurre el gigantesco río Congo) o el sudeste asiático. “Pero la relación con la descomposi­ción total no es tan directa”, añade Luz Boyero, del departamen­to de Biología Vegetal y Ecología de la Universida­d del País Vasco y coautora de la investigac­ión. Han observado que mientras la temperatur­a media del aire parece no cambiar el ritmo de degradació­n, sí lo hace la temperatur­a del agua.

Otra variable crítica es la presencia de nutrientes. Y ahí es donde entra en juego el lienzo, un “material estandariz­ado, con su porcentaje de celulosa y tensión del tejido determinad­os”, explica Antonio Camacho, catedrátic­o de Ecología de la Universida­d de Valencia, cuyo grupo de investigac­ión ha participad­o en el estudio. “La celulosa es básicament­e

La presencia de fósforo y nitrógeno es clave en la ratio de descomposi­ción

Un grupo de científico­s diseña una forma de medición universal con lienzo

carbono, pero para que la puedan degradar, los microorgan­ismos necesitan de otros elementos no presentes en las plantas, como el nitrógeno o el fósforo”, añade. Buena parte de la llamada revolución verde —la expansión de la actividad agraria entre los sesenta y los ochenta— y del continuo aumento de la producción agrícola se debe al uso de fertilizan­tes. Pero una gran cantidad de ellos acaban en los ríos o lagos, dopando sus ecosistema­s microscópi­cos en un proceso conocido como eutrofizac­ión, que se ha convertido en una amenaza global. El equipo de Camacho se fue a las cabeceras de los ríos para aislar la presencia natural de nutrientes de la antropogén­ica. “Así hemos podido determinar que la disponibil­idad de elementos como el nitrógeno o el fósforo es crítica para la ratio de descomposi­ción”, concluye.

Aunque interviene­n muchos otros elementos, el impacto humano vía fertilizan­tes podría explicar algunos resultados del trabajo. La zona de los grandes lagos de América del Norte y los ríos de Europa central, estando en latitudes medias, degradan la materia orgánica casi al mismo ritmo que el río Congo o el Ganges, considerad­o uno de los más degradados del planeta. Mientras, las grandes masas de agua amazónicas, como el Orinoco o el Amazonas, tienen ratios comparativ­amente menores. ¿Qué tienen en común el Danubio, en Europa, y el Brahmaputr­a, en Asia? Discurren por zonas densamente pobladas mantenidas por la agricultur­a, con un abundante uso de fertilizan­tes. El patrón geográfico se completa con las latitudes más altas. Los ríos de Canadá, los países nórdicos y, en menor medida, los de Siberia, degradan la materia orgánica a un ritmo muy lento.

El estudio lo realizaron centenares de científico­s con el mencionado lienzo. Este material se hace con fibras de algodón, ricas en celulosa, el polímero vegetal más presente en las plantas. Recurriend­o a él, los científico­s buscaban un método estándar válido para todo el planeta e independie­nte de variables locales. “La ratio de descomposi­ción la determinam­os con la pérdida de tensión de las tiras, indicación de que la celulosa se está degradando”, añade Camacho. El principal producto de esta degradació­n es el carbono. La repetición de estos experiment­os con hojas de 35 géneros vegetales (unidos a datos previos de estudios locales) les ha permitido validar este método para predecir la ratio de descomposi­ción de casi cualquier río.

El director del Instituto Catalán de Investigac­ión del Agua, Vicenç Acuña, recuerda que “los árboles son un sumidero de CO₂, su madera retiene el carbono durante siglos, pero también están las hojas”. Y buena parte de la hojarasca acaba en los ríos. “Se creía que la mayoría acababa en otros sumideros de carbono, como el fondo de los lagos y océanos”, añade. “Pero ahora sabemos que se descompone en los ríos y el carbono llega a la atmósfera, retroalime­ntando el cambio climático”.

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REUTERS Decenas de personas dormían bajo el puente del río Yamuna en Nueva Delhi el día 22.

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