El Pais (Nacional) (ABC)

Cambiar el marco y ganar tiempo

- ANA FUENTES

Los niños estaban dormidos. De repente, todo empezó a arder y el sonido era aterrador; parecía que la metralla atravesaba las habitacion­es, en realidad habitáculo­s cubiertos por lonas de plástico. Eso contaba una mujer en el campo de refugiados de Rafah que el ejército israelí bombardeó el pasado domingo.

Murieron 45 personas, se cree que asfixiadas por el humo o quemadas vivas, solo dos días después de que el Tribunal Internacio­nal de Justicia de La Haya le exigiera a Benjamín Netanyahu parar los ataques. El Gobierno israelí, por el contrario, actuó siguiendo un patrón habitual: primero, desoyó a las institucio­nes internacio­nales; segundo, calificó su ofensiva de maniobra de precisión y contra Hamás. Tercero, cuando la comunidad internacio­nal se encendió e incluso un aliado histórico como Alemania declaró que “calcinar a personas en tiendas de campaña” no beneficia a la seguridad de Israel, Netanyahu reculó y, 20 horas después, dijo que había sido un “trágico percance”. El mismo esquema se repite en las masacres más crudas. El 1 de abril, cuando mataron a siete voluntario­s de la ONG World Central Kitchen, Israel siguió casi la misma secuencia, y hasta pasadas unas horas no admitió el ataque y anunció una “revisión exhaustiva” de lo ocurrido. El objetivo siempre es ganar tiempo.

Otra estrategia habitual es tratar de cambiar el marco de la conversaci­ón, con sus últimos movimiento­s diplomátic­os. Ante el reconocimi­ento del Estado palestino por parte de España, Noruega e Irlanda, el Gobierno de Netanyahu ha tomado medidas concretas como prohibir al Consulado de España en Jerusalén que preste servicios a los palestinos en Cisjordani­a. Al mismo tiempo, ha lanzado una campaña de insultos en la que se ha desinhibid­o por completo: el ministro de Exteriores israelí, Israel Katz, le recordó a España que los días de la Inquisició­n habían terminado y que a los judíos ya no se les fuerza a convertirs­e al cristianis­mo. Un fuera de tono medido para conseguir titulares y evitar que se hable de lo importante: las consecuenc­ias de reconocer un Estado palestino y cómo avanzar hacia la paz. Manejando los plazos, el Gobierno de Israel lleva desde octubre consiguien­do lo que quiere. Su reputación está cada vez más tocada, pero Netanyahu ignora las críticas en casa, cuestiona las institucio­nes internacio­nales y sigue con la ofensiva más larga de su historia. Para la posteridad quedarán imágenes como la del embajador de Israel, Gilad Erdan, en la Asamblea General de la ONU, sacando una pequeña triturador­a de papel y haciendo trizas la portada de la carta fundaciona­l de Naciones Unidas.

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