Campaña sin amnistía
LA CAMPAÑA electoral en Cataluña acaba hoy sin que, por primera vez en una década, la cuestión independentista haya monopolizado el debate entre los partidos. El malestar por el desmesurado aumento del coste de la vida, la calidad de los servicios públicos, la gestión de la sequía o la falta de vivienda asequible son las cuestiones que han estado en primer plano de la campaña. Así han aflorado las razones por las que hasta un 38% de los ciudadanos ven mala la labor del Gobierno catalán y solo un 16% la defiende, según el último sondeo de 40dB. para este periódico.
Más allá de culparse mutuamente de estos problemas, los principales partidos han apartado la mirada de cuestiones que, en contraste, han copado el debate político de España, en Bruselas y en la calle durante los últimos meses.
En el caso de los independentistas, y de forma muy llamativa, no solo no han querido detallar qué piensan hacer en el plano territorial si consiguen formar un nuevo gobierno secesionista. También han pasado por alto la cuestión de la amnistía para los implicados en el procés, pendiente de los últimos flecos en las Cortes y que tanto ha tensionado la política española. Junts per Catalunya y su candidato, Carles Puigdemont, han estado enfrascados en dotar de un relato épico lo que en realidad es un claro paso atrás en sus planes rupturistas unilaterales. Se han dedicado a llamar a una “unidad del independentismo” que no aclaran en qué consiste y que no se atisba en ninguna de las decisiones que Junts, ERC y la CUP han tomado los últimos meses. ERC ha optado por centrar su campaña en defender su gestión al frente del Govern, una apuesta tan lógica como arriesgada por la acumulación de malestares ciudadanos. En el caso de los socialistas, Salvador Illa, claro favorito en estas elecciones, ha optado por un discurso centrista con el que busca reunir a desencantados del procés, votantes tradicionales del PSC y partidarios de pasar página en general al bloqueo institucional que, con diferentes intensidades, ha afectado a Cataluña la última década.
El problema de la campaña, una vez más, ha sido que la mayor parte de candidatos han dedicado más energías a negar cualquier acuerdo poselectoral con sus rivales antes que a sentar las bases para que, una vez los ciudadanos hayan votado, se puedan construir coaliciones de gobierno si así lo manda la aritmética electoral. Se ha hablado de pactos, sí, pero más para echarse en cara unos a otros los acuerdos del pasado que para dibujar los del futuro. El ejercicio de realismo que parecen haber hecho estos partidos al apartar de la primera línea los planes rupturistas no parece ser suficiente aún para asumir que, tras cinco elecciones anticipadas, los pactos con luces largas serán imprescindibles. Solo así se podrá lograr el gobierno sólido que merecen los catalanes.