El desengaño de Dua Lipa
Tras tres sencillos de calidad, la cantante británica publica un disco en el que no hay mucho más que llevarse a la boca
Parece que este nuevo disco de Dua Lipa no está terminando de convencer a público y tiktokers. Esto no sería ninguna noticia en cualquier otro momento de la ya longeva historia del pop, pero hoy es inevitable ponderarlo. No por nada estamos en el cenit de la era del poptimismo, concepto que nos ha llevado a saludar con una efusividad desbordante cualquier producto mainstream en aras tanto de conjurar la llegada de tiempos radiantes que hacen que nos entren unas ganas locas de saquear la web de Shein como de castigar cualquier tipo de atisbo de intelectualidad aplicada a la música pop. Bueno, no toda. Vivimos un extraño momento en el que es lícito referirse a oscuros ensayistas posmarxistas al analizar un disco de, pongamos, Olivia Rodrigo, pero es pecado capital relacionarla con cualquier grupo de punk pop pretérito que no vendiera un par de millones de discos. En este clima, estaba claro que, si había una estrella que debía ser expulsada del paraíso, esa debía ser Dua Lipa. Se lo estaba pasando demasiado bien.
La verdad es que para las fuerzas de la resistencia hubiera sido fantástico que este Radical Optimism fuera un discazo. Pero no es el caso. Algo que resulta rematadamente frustrante si tenemos en cuenta la calidad de los tres primeros sencillos lanzados por la británica de origen albanokosovar. ‘Houdini’, con la ayuda de Kevin Parker de Tame Impala, era una suerte de actualización de los Blondie más discotequeros. El siguiente, ‘Training Season’, un desparrame melódico al que incluso le llegaban a sobrar pasajes memorables. ‘Illusion,’ el tercero, era algo más pedestre y previsible, pero contenía detalles de producción que recordaban a Robyn, y eso siempre es bueno y bonito. El desengaño llega cuando, al escuchar los ocho temas restantes, poco más que llevarse a la boca queda. Acaso el poderoso estribillo de ‘Falling Forever’ o ese medio tiempo casi Natalie Imbruglia que es ‘These Walls’, tal vez el único pasaje del largo en el que la influencia britpop que Dua Lipa anunció antes del lanzamiento del disco se deja entrever. El resto es un compendio de malas decisiones musicales y letras sonrojantes. Hay rollo baleárico, hay trazos de los Moloko menos interesantes, guitarras españolas de chill out en hotel de lujo y mucho Abba mal digerido. Abba es como la fabada: si lo vas a comer, debes estar preparado para lo que viene después. Entonces, si el disco es flojo, ¿dónde está el problema en que no guste en X? Básicamente, en que gran parte del análisis viene propulsado por la idea de que Dua Lipa, a diferencia de otras divas del momento, no ha sido capaz de fabricarse una personalidad atrayente. Acabáramos. Al parecer, ella tenía dos opciones: o contarnos su vida como Taylor Swift y crear engagement o darnos un magno concepto sociocultural como Beyoncé y hacernos pensar bien fuerte a partir de un discurso de primero de pedantería. Así pues, hubo un momento en el que el público y los medios dejaron de castigar a los artistas por hacer malos discos y empezaron a atizarlos por ser (o tener) malos publicistas. Solo esperamos que el próximo disco de Dua Lipa sea mejor que este, pero, sobre todo, que jamás se le ocurra contarnos su vida o entregar un álbum que podría ser publicado por Deusto. Queremos que siga emborrachándose por la mañana con Seth Meyers y pasándose la vida de vacaciones. Las canciones ya volverán. Y, si no, siempre nos queda Instagram. Como dijo Johan Cruyff: “Dua Lipa, sal y disfruta”.
Esta obra parece a ratos una genialidad y por momentos desconcertante. Empieza como una película de terror y sigue como un espectáculo de variedades, un corto de terror gore y una performance surrealista. Cuando crees que le has pillado el asunto, la cosa cambia de registro y te saca de quicio. Tan pronto te suelta una reflexión filosófica como te asalta con un delirio estilo Muchachada Nui. Combina el humor agudo con ocurrencias tontas y conversaciones de barra de bar. Se hace larga, pero no quieres que acabe. Te aburres y te ríes. Es confusa, pero te atrapa. ¿Qué hacemos los espectadores con todo esto? Cada cual que lo gestione a su manera, habrá quienes salgan cautivados y otros aturdidos, pero no hay duda de que se trata de un trabajo singular y magnético, que no resulta redondo pero que contiene instantes de esos que te hacen rebullir en la butaca. Esos chispazos reveladores por los que nos sigue gustando ir al teatro. Lo recomendable es simplemente dejarse llevar. Y ante todo disfrutar de su magnífico reparto, cinco actores arrebatadores que no tienen miedo a descabalarse ni hacer el ridículo ni parecer feos o guapos, que nos invitan a jugar con ellos a los disfraces para explorar fantásticos mundos de ficción a través de personajes tan insólitos como reales. Memoricen sus nombres: Javier Ballesteros, Ángela Boix, Leticia Etala, Beatriz Jaén y Macarena Sanz. Hablamos de Ficciones, cuarta producción de la agrupación Exlímite, después de Iliria, la maravillosa Los Remedios
La propuesta se hace larga pero no quieres que acabe. Te aburres y te ríes. Es confusa pero te atrapa. ¿Qué hacemos con todo esto?
y Cluster. Liderada por Fernando Delgado-Hierro en la parte dramatúrgica y Juan Ceacero en la dirección de escena, la compañía ha ido consolidando poco a poco su voz dentro del teatro emergente español a base de evitar carriles oxidados y creando su propio público: gente joven que conecta con sus referencias y sus formas. ¿Espectadores para el futuro? Ojalá. De momento son puro presente.
Ficciones comienza con un breve vídeo de autoficción que resume el proceso de creación de la obra que estamos viendo, como las típicas películas de terror de jóvenes en el bosque: la compañía al completo se encierra en una casona de pueblo para ensayar, el dramaturgo se comporta de manera extraña, el director está amargado, los actores hacen cosas raras… Se acaba la proyección y empieza la fiesta en el escenario, decorado como un salón de bodas por el que desfilará un variopinto carrusel de personajes. Algunos inventados: una mujer a la que le excita el dolor y la deformidad, otra que camina con una cabeza parlante que narra todo lo que ella hace, otra que quiere ser actriz y acaba montando una matanza en la fiesta de los Premios Goya. Otros son verdaderos: el escritor Jorge Luis Borges —referente declarado ya desde el título— en conversación con su compatriota y también autora Mariana Enriquez; la familia Panero, en una escena de ensueño; la fascista francesa Marine Le Pen, desbocada en un frenético discurso de ensalzamiento de la identidad española; la diva Maria Callas, que surge como una especie de Mr. Hyde, pero esto no pretendan entenderlo aquí, hay que verlo.
Todo ello dispuesto con el objetivo de explorar la naturaleza de la ficción, sus vínculos con la realidad y su papel en la construcción de las identidades individuales y colectivas. Esto que parece tan complejo chisporrotea durante toda la función como quien no quiere la cosa, de manera tan laberíntica como lo es el propio concepto, sin pretender dar respuestas pero sí pellizcos, que no es poco. Como decíamos, el espectáculo funciona mejor escena por escena que en conjunto, no cuaja del todo y no le vendría mal un recorte, pero es tan estimulante como una bebida tropical cuando la pruebas por primera vez.
Ficciones
Concepción y dirección: Juan Ceacero Texto: Fernando Delgado-Hierro Teatros del Canal. Madrid. Hasta el 19 de mayo
Javier Santiso (Saint-Germain-en-Laye, 1969) es escritor y fundador de La Cama Sol, editorial de libros de poesía, arte y música. También es consejero de PRISA, empresa editora de EL PAÍS. Su última novela, Un paso a dos (AdN), bucea en el imaginario del pintor de la soledad, Edward Hopper, a través de los ojos de su esposa, la también artista Josephine Hopper.
¿Qué aprende un editor escribiendo? ¿Y viceversa? La humildad. Editar es una lección de humildad. Es amar, dar, recibir, es algo único.
¿Cuál ha sido el último libro que le ha gustado? Curiosamente estaba leyendo a Paul Auster, Baumgartner, una maravilla de novela, justo antes de que falleciera. Pero es otro neoyorquino el que me está cautivando: Philip Roth, con El animal moribundo. Luego diría que el último libro que me ha deslumbrado es La noche del corazón, de Christian Bobin. Un autor inmenso, de lo más grande.
¿El que tiene abierto ahora mismo en la mesilla de noche? Jean Genet. Otro autor de nitroglicerina.
¿Uno que no pudo terminar? Proust. Ni siquiera lo pude empezar. Hasta ahora se me atragantó. Pero cada autor tiene su tiempo. Hay escritores que llegan demasiado temprano, otros demasiado tarde, simplemente no te hablan en un momento de vida.
¿Qué película ha visto más veces? Me gusta el cine francés, mucho. Verlas, volver a verlas, aunque sea en bucle, me encanta. Pero quizás la última que me dejó cautivado, sea otra, española, As bestas. Brutal.
¿La última serie que vio del tirón? Bellas artes, que es una crítica demoledora del buenismo que también se ha metido en las artes.
Si tuviese que usar una canción o una pieza musical como autorretrato, ¿cuál sería? La
Muiñeira de Chantada. Porque con ella se terminaban todas las fiestas de mis veranos.
¿Qué suceso histórico admira más? Las idas y vueltas que dieron miles de españoles, emigrantes, desde Francia a España. Esa odisea la repetíamos con mis padres cada año, viajando de París hasta Santiago, desde Saint-Germain-en-Laye, al lado de Versalles, hasta Cumeiro, una parroquia minúscula, perdida en medio de los montes y de los verdes, a dos pedradas de Lalín.
¿Qué está socialmente sobrevalorado? El buenismo. Hemos perdido el sentido de la verticalidad. Todo es ahora llano, allanado, sin horizonte. La verticalidad es el estilo en la escritura, es el trazo en la pintura, es erguirse de proa, sea cual sea la ventolera, sea cual sea el temporal.
¿A quién le daría el próximo Premio Cervantes? Difícil. Pero quizás a Pere Gimferrer. Acabamos de publicar un libro con él en La Cama Sol este mismo año, junto a las obras de Miquel Barceló, Marineando.
De no haberse dedicado a los libros le habría gustado ser… Pintor. Escribir con el pincel. Ponerle colores a la vida. Los colores a veces son mucho más acertados que las palabras. Van recto al corazón, entrando por los ojos.
“Hemos perdido el sentido de la verticalidad, que es el estilo en la escritura, el trazo en la pintura. Ahora es todo llano”