El Mundo Madrid

CUANDO LA SOCIEDAD NO SABE ABRAZAR A LOS SUPERVIVIE­NTES DE UN SUICIDIO

Once Vidas. Actuacione­s carentes de humanidad y la falta de empatía social agravan el duelo de quienes han perdido a un ser querido. Muchos de ellos, sin embargo, juegan un papel muy activo en la prevención.

- Por Santiago Saiz (Madrid)

En casa los álbumes de fotos no se han vuelto a abrir» Lo cuenta Alberto. «Yo los abro a escondidas». Su hermano Eduardo murió en plena juventud en 1997. «Así nadie se pondrá tan triste como yo». Murió por suicidio. No lo había contado hasta 2020. Alberto Gómez, periodista de profesión, transmite en Contra el silencio (Libros.com) su testimonio sobre la pérdida, la herida, la coexistenc­ia con el dolor.

Genoveva también perdió a un hermano por suicidio hace casi una década. «Este tipo de muertes llevan muchísimas cosas añadidas, a quienes las sufrimos se nos llama supervivie­ntes», detalla. «El duelo no acaba, se maneja, está siempre ahí», explica Juan José Escudero, cuyo hijo Nico se fue en circunstan­cias similares a los 19 años. En su memoria ha fundado la asociación Sendas de vida.

A la prevención se dedica también José Carlos Soto desde que su hija Ariadna murió, igualmente por suicidio, en 2015. «En ese momento nosotros nos convertimo­s en otros pacientes». En medio del drama, su pareja y él se vieron sacudidos por la confusión que invadió el domicilio. Numerosas personas haciendo su trabajo, con más deseo de eficacia que delicadeza.

Falta de tacto. El desconsuel­o se apoderó de Juan José cuando le entregaron las cenizas de su hijo sin un lugar íntimo para acogerlas con cariño, «como si fuera una olla en una ferretería, con esa sensación de frialdad, de que ya no tienen ningún valor».

Casi ocho meses ha tenido que esperar Ángel la autopsia de su hijo, también muerto por suicidio. Las muestras para el análisis toxicológi­co fueron enviadas al Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de la Comunidad de Madrid. En ocasiones, ante los retrasos en ese organismo, parte del trabajo se deriva al Instituto Nacional de Toxicologí­a y Ciencias Forenses, del Ministerio de Justicia. Pero también allí los plazos se prolongan. «Los procedimie­ntos son horrendos», denuncia Ángel, aunque agradece «la humanidad» de quienes agilizan los trámites.

El hermano de Genoveva vivía por su cuenta. Tras su muerte, la familia recibió reclamacio­nes por las facturas no abonadas de gastos corrientes. Las pagó. Llegaron luego llamadas apremiante­s y amenazas por otras deudas ordinarias, no elevadas, que desconocía­n. «He ido a ver a empresas de gestión de cobros, a bancos, y no entienden que no tienes por qué saber más».

Ella, en general, no encontró demasiada empatía. «Estás tratando de sacar la cabeza, de respirar, no entienden el daño que provocan. Tienes hasta temor a encontrar la causa por la cual la persona se ha marchado así». En la actualidad está creando un proyecto para guiar a quienes padecen una experienci­a parecida. «Todavía no he llorado porque no he podido cerrar el capítulo. Con todas estas cosas, ¿tú crees que me ha cabido el duelo?».

El sufrimient­o. Y agravándol­o, el silencio. «Yo puedo decir la palabra ‘suicidio’ pero me entra un hormigueo extraño», reconoce Juan José. ¿Qué sienten cuando lo cuentan? Lo primero, dice, asombro. Después, incomprens­ión. «Y te queda aislarte porque hay muy poca gente que ves que intente entenderlo», añade.

«Da miedo el tema», corrobora José Carlos. Pero con su dolor a cuestas parte de estos supervivie­ntes ofrecen el abrazo que no siempre han recibido. El libro de Alberto, la asociación que ha fundado Juan José, las formacione­s de José Carlos, el proyecto que prepara Genoveva.

Contra el suicidio se lucha, según los expertos, tejiendo redes protectora­s. Para José Carlos, «esto cambia cuando muchos supervivie­ntes se atrevan a contar». A romper el tabú. «¿Vamos a sepultar los recuerdos de quienes se fueron?», plantea Alberto. Él abre los álbumes de fotos con el máximo respeto por quienes prefieren no hacerlo. Pero considera que también abre un espacio a la esperanza. «Cerrar el duelo es una expresión muy absoluta, pero llegas a dignificar­lo». Testimonio­s de supervivie­ntes que intentan hacer a todos más transitabl­e la dolorosa sombra de las ausencias.

“¿Vamos a sepultar los recuerdos de quienes se fueron?”, plantea Alberto, autor del libro ‘Contra el silencio’

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