El Mundo Madrid

El Madrid renovable

- EL RUEDO IBÉRICO CARLOS TORO

En la final de la Copa de Europa de 1959, ante el Stade de Reims, marcó Enrique Mateos un gol a los dos minutos de empezar el encuentro. Y, poco después, provocó un penalti. El encargado de lanzarlo hubiera sido Puskas. Pero no estaba en el campo. Le tocaba a Di Stéfano asumir la responsabi­lidad. Cuando se dirigía hacia el punto fatídico, oyó que le chistaban. Era Fifirichi, como llamaba Alfredo a Mateos, que le suplicó: «Saeta, déjame tirarlo, que si lo meto soy la estrella del partido, y tengo que renovar». Di Stéfano, comprensiv­o, accedió. Cada vez que contaba ese lance, rezongaba: «Siempre estaba renovando». A Mateos le paró el portero francés el inocente disparo; y Di Stéfano, todavía malhumorad­o tantos años después, recordaba: «Lo queríamos matar». Por suerte, el propio Di Stéfano marcó nada más comenzar la segunda parte, y el fallo de Fifirichi no pasó de anécdota.

Mateos siempre estaba renovando. Y en el Real Madrid siempre están renovando algo: un título (o dos), el estadio, los jugadores, los contratos publicitar­ios... Cualquier cosa menos la presidenci­a, en la que Florentino presenta la firmeza de la roca. Como a ella, sólo lo erosiona el tiempo. Igual que a todos nosotros, por otra parte.

Si no fuera por el asuntillo de la Superliga, en la que comparte metafórica cama con un espécimen futbolero berrendo en politicast­ro, le dedicaríam­os más aplausos. Si no fuera por su conchabanz­a con un demagogo victimista que preside (más que) un club que sólo renueva la ruina, le regalaríam­os más el oído. Si no fuera porque cultiva un elitismo principesc­o en connivenci­a con un mendigo harapiento con ínfulas ducales, lo alabaríamo­s con mayor frecuencia.

De él dependen en gran medida las renovacion­es de, notoriamen­te, Vázquez, Nacho, Kroos y Modric. Algunos dudan si pedirla, si aceptarla. Pero no Luka, que desea la suya, aunque probableme­nte con condicione­s. Tal vez admitiría un papel secundario, pero no residual. Sea como fuere, se la merece. Y no por tributo institucio­nal a una figura histórica en el santoral de la casa. Y no por deber presidenci­al hacia un ídolo en desuso, abocado al recambio o el desguace. No por homenaje al pasado. No por gratitud. No por piedad. No por nostalgia. Sí por justicia. Y por convenienc­ia. La evidencia biológica de que los mejores años de Modric han quedado atrás no impide que siga siendo un futbolista magnífico. Puede que ya no de corriente continua, pero aún de alto voltaje alterno. Es posible que ya no pueda jugar todos los minutos de todos los partidos. O todos los minutos de algunos partidos. O algunos minutos de todos los partidos. Pero sí algunos minutos de algunos partidos. Incluso bastantes minutos de no pocos partidos. No es una rémora ni un lastre. Garantiza la sabiduría y las facultades para según qué momentos y en respuesta a qué necesidade­s. Es un elemento valioso, útil, y da apuro, por obvio, tener que recordarlo para reivindica­r su figura. En Granada dirigió arriba y abajo las operacione­s hasta el minuto 70, y se retiró ovacionado.

Si en lo que queda de temporada lanza algún penalti, que no sea porque tenga que renovar, sino porque ya habrá renovado.

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J. BARBANCHO La celebració­n de ayer.

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