El Mundo Madrid

El Vietnam de Biden en Gaza

- POR FÁTIMA RUIZ

«LO que pienso de la guerra de Vietnam es que no quiero pensar en la guerra de Vietnam». La frase es de Lyndon B. Johnson –por boca de Woody Harrelson en el biopic A la sombra de Kennedy–, pero hoy podría firmarla Joe Biden: embarrado en otra guerra ajena que le ha estallado en casa, en forma de insurgenci­a civil demócrata, y amenaza con dinamitar su reelección. Gaza no es Vietnam, pero la sola mención de la guerra más impopular de la historia estadounid­ense para ligar ambos escenarios ha disparado las alarmas en La Casa Blanca.

Bastan las imágenes de la policía en los campus para alentar comparacio­nes forzadas. Entre los dos avisperos media una diferencia fundamenta­l: no hay botas americanas en suelo palestino, frente al medio millón que llegaron a pisar tierra vietnamita a partir de 1965, cuando LBJ escaló aquella guerra heredada de sus antecesore­s. Truman, Eisenhower y Kennedy habían ido subiéndole el fuego a una intervenci­ón calculada para frenar el comunismo en el sudeste asiático y que, por orden de LBJ, acabó sumiendo al país en el peor pantano bélico desde la Guerra de Secesión. El desastre eclipsó por completo el legado de uno de los líderes más excéntrico­s que ha tenido

EEUU: tejano, poco exquisito en las formas (pero con enorme poder de convicción) y exhibicion­ista hasta el punto de ponerle nombre a su pene (Jumbo) y mostrarlo en caso de que no quedaran del todo claras sus decisiones geopolític­as.

El peso de 30.000 cadáveres llegados en bolsas desde Asia lastró un mandato que, por otro lado, logró enormes avances en la lucha contra la pobreza y el racismo: el mayor paquete de estímulos desde el New Deal de Franklin Delano Roosevelt y una Ley de Derechos Civiles que JFK sólo soñó y su heredero accidental logró implementa­r.

LBJ juró el cargo en el Air Force One en noviembre de 1963, cuando el cadáver de Kennedy aún estaba caliente. En 1964 ganó las elecciones con un 61% del voto popular. Pero la sangría de Vietnam hundió su popularida­d, opacó su programa para la Gran Sociedad y le llevó a renunciar a la reelección en 1968. Su salida alfombró la llegada de Nixon.

Biden, de 81 años y salud quebradiza, no se ha rendido aún. Ahora cuenta con unos meses –hasta la convención de agosto en Chicago– para aplicarle un torniquete a la hemorragia de jóvenes que han abandonado su causa, acusándole de apadrinar un «genocidio» en Gaza. Y a la vez desterrar las acusacione­s de antisemiti­smo que apuntan al ala izquierda demócrata. Y sobre todo a unos jóvenes acusados de activistas pro Hamas como sus abuelos fueron tachados de pro Vietcong.

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AP Lyndon B. Johnson se dirige a las tropas en Cam Ranh Bay (Vietnam) en 1967.

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