CUANDO UNA PEDRADA ES SOLO UNA PEDRADA
DIRECTOR: ALEX GARLAND INT: KIRSTEN DUNST, WAGNER MOURA, CAILEE SPAENY, STEPHEN HENDERSON DURACIÓN: 1O9 MIN. NACIONALIDAD: ESTADOS UNIDOS
Un planeta desértico y tremendamente hostil dominado por un imperio que ansía sus recursos naturales para seguir consumiéndose no es más que una metáfora más o menos hábil que arroja luz sobre lo que hay alrededor, que nos ayuda a colocar las piezas y que reordena los esquemas que nos dan sentido. Pero, ¿qué ocurre cuando el mapa es el propio territorio? ¿qué ocurre cuando la metonimia no pasa de ser una pedrada que no representa nada más que una pedrada?
Civil War pertenece al género de las películas que explican poco, aleccionan nada y, de forma muy consciente, molestan mucho. El planteamiento es sencillo. Ha pasado algo. No sabemos exactamente qué ni muchos menos por qué. Pero muy grave. Lo cierto es
que el presidente de Estados Unidos intenta convencer a la población de que todo está controlado. Es decir, nada lo está. Sonar suena.
Todo en Civil War es perfectamente reconocible, perfectamente nuestro y perfectamente a la vista. Y, ahí precisamente,
el estupor. ¿Quién se ha comido las metáforas? Se podría objetar, como ya se ha hecho, que Garland peca de ese mal tan extendido y pertinaz de la equidistancia. Se podría añadir que Garland es fascista. O bien, por qué no, que es un antisistema antifascista. Está claro que es en esta duda equilibradamente cínica donde prefiere situarse hasta el punto que en el último acto, fuera remilgos, Civil War no es más que una salvaje y, admitámoslo, tremendamente entretenida película bélica. ¿Es admisible tanto exhibicionismo en un asunto tan serio? Y aquí, en la interrogación, otra vez la contradicción de la evidencia.
Civil War quiere ser una película para la discusión, la polémica, la irritación y hasta para el malestar que produce una obra que nos describe como chacales y que nos hace disfrutar como monos. Civil War es una simple y muy dura pedrada. Fuera metáforas.
La contundencia de la puesta en escena impresiona tanto como repugna. Y eso es bueno.
El descarado exhibicionismo en el asalto al capitolio se acerca a la impostura. Y eso no es malo.