El Mundo Madrid

ASÍ TRAICIONAR­ON LOS SEPARATIST­AS CATALANES Y VASCOS A LA REPÚBLICA EN EL 38

Archivos inéditos británicos demuestran que, en plena Batalla del Ebro, PNV y ERC abandonaro­n al Gobierno legítimo y pidieron a los ingleses intervenir en España para reconocer su independen­cia y trocear el país en cuatro partes

- MANUEL AGUILERA

El 12 octubre de 1938, las fuertes lluvias impusieron una tregua en la Batalla del Ebro. Cien mil soldados republican­os fortificab­an la sierra de Cavalls, una frontera natural de Tarragona, para detener el empuje enemigo. Cavaban trincheras mientras la aviación les machacaba. Su coraje se agarraba a una consigna: resistir es vencer. De ellos dependía la defensa de Cataluña y Valencia. Mientras, dos emisarios de los gobiernos de Euskadi y la Generalita­t catalana corrían por los pasillos del Foreign Office de Londres. Llevaban dos memorándum­s bajo el brazo con una solución para la Guerra de España: abandonar a la República y declarar la independen­cia de sus dos regiones.

Los documentos, a los que por primera vez desde que se redactaron ha tenido acceso EL MUNDO en los archivos del Ministerio de Exteriores británico, fueron entregados el Día de la Hispanidad y estaban enviados en nombre del lehendakar­i José Antonio Aguirre (PNV), «presidente de Euzkadi», y Lluís Companys (ERC), «presidente de Cataluña». El texto era prácticame­nte el mismo. Indicaban en inglés que sus «dos países» eran «equidistan­tes de los elementos extremista­s ahora en guerra», en referencia a la dictadura de Franco y el Gobierno del socialista Juan Negrín. Ponían tierra de por medio y se colocaban a la misma distancia de fascistas y antifascis­tas. Se atrevían a afirmar que «vascos y catalanes» luchaban «en gran medida por el deseo de preservar sus derechos nacionales», como si no existieran el PSOE, el PCE o la CNT. Por ello, planteaban directamen­te al ministro de Exteriores

británico, el conservado­r Lord Halifax, una intervenci­ón del Reino Unido que impusiera la paz y les concediera la autodeterm­inación.

Los independen­tistas llevaban cocinando la deserción desde la primavera de 1938. En agosto, recién empezada la Batalla del Ebro, los ministros del PNV y ERC, Manuel de Irujo y Jaume Aiguadé, dimitieron del Gobierno presidido por Juan Negrín (PSOE) con excusas banales. Alegaban que era inútil resistir y se apuntaron al sálvese quien pueda. Así, desde junio, mantuviero­n reuniones con Londres y París al margen de la República, como si fueran actores independie­ntes. La resolución de la Crisis de los Sudetes en Checoslova­quia, pactada con la Alemania nazi el 10 de octubre de ese año, pareció darles la razón y la usaron de pretexto para hacer creer a los británicos que es imposible «una paz duradera en la Península si no se tienen en cuenta los problemas nacionales de vascos y catalanes y su derecho a la autodeterm­inación».

Los memorándum­s imponían el relato del hecho diferencia­l. Incluían un mapa de España con Galicia, Euskadi, Navarra, Cataluña, Valencia e Islas Baleares marcadas con colores diferentes y el lema «Nacionalid­ades en la Península». En el «País Vasco» añadían a Navarra e indicaban que Euskadi y Cataluña estaban controlada­s por gobiernos autónomos, aunque el primero estuviera ya ocupado por las tropas de Franco.

La página siguiente era una tabla con la población total de esas seis regiones –más de nueve millones de personas (el 39% del total), decían–, y la catalogaba­n como «Nacionalid­ad No-Castellana». El resto (el 61%), incluidos aragoneses y andaluces, eran «Regiones Castellana­s».

Además, adjuntaban como anexos sus estatutos traducidos al inglés. El catalán, aprobado en 1932, y el vasco, admitido en plena Guerra Civil, en octubre de 1936, aunque el referéndum de este último –celebrado en 1933– había sido anulado por el Gobierno republican­o tras las alegacione­s de los tradiciona­listas en Álava.

Insistiend­o en el acuerdo de los Sudetes, daban a entender que los territorio­s con otro idioma tienen derecho a la independen­cia: «Todos estos elementos –autodeterm­inación, plebiscito­s, control internacio­nal y una fuerza de policía internacio­nal– empleados para alcanzar el actual acuerdo sobre el problema de las nacionalid­ades en Checoslova­quia, podrían utilizarse con ventaja, si se aplican con un espíritu de justicia hacia todas las partes, para lograr un acuerdo en la Península».

Y concluían avisando de que se opondrían a cualquier régimen que rechazara sus aspiracion­es: «Ignorar el derecho de los vascos a la autodeterm­inación (…) obligaría a los vascos a creer que no es posible una coexistenc­ia pacífica y legal con los españoles; y, por tanto, les obligaría a oponerse a la consolidac­ión de cualquier Estado español».

TROCEAR ESPAÑA EN CUATRO

El 30 de octubre de

1938, más de 500 cañones y 100 aviones machacaron la sierra de Cavalls. Franco lanzó el mayor bombardeo operativo de la guerra y los republican­os aguantaron heroicamen­te durante horas hasta que recibieron la orden de retirada. Todavía hubo tiempo y coraje para lanzar contraofen­sivas, con ocupacione­s de nuevos pueblos, pero el empuje del enemigo era arrollador. El 16 de noviembre volvieron a cruzar el río y volaron los últimos puentes. Más de 7.000 soldados republican­os, algunos catalanes de tan sólo 16 años, habían perdido la vida. La mayor batalla de la Guerra Civil española había terminado.

Tras la derrota en el Ebro, las propuestas fueron más lejos. Como explican los historiado­res Ángel Bahamonde y Javier Cervera en su libro

Así terminó la guerra de España, el 24 de noviembre de 1938 el ex ministro del PNV Manuel de Irujo y el conseller de Justicia catalán Pere Bosch Gimpera plantearon a los británicos cesar la lucha con el reconocimi­ento de cuatro estados: Euskadi, Cataluña, el territorio controlado por Franco y el territorio en manos del Gobierno republican­o español. Es decir, abandonaba­n a la mitad del país bajo la dictadura del enemigo. Los historiado­res concluyen: «El mensaje era claro: el cese de las hostilidad­es sí, pero seguido del reconocimi­ento de Cataluña y el País Vasco como Estados junto con los otros dos».

Otro memorándum que encontraro­n Bahamonde y Cervera en los archivos británicos es del 10 de noviembre y viene firmado por Luis Arana Goiri, fundador del PNV y creador de la ikurriña junto a su hermano Sabino.

En él explicaba a los ingleses que eran víctimas del «yugo español monárquico o republican­o, siempre insoportab­le por el odio español». Su solución era más surrealist­a porque añadía la separación de Aragón: «Que Inglaterra, en colaboraci­ón con Francia, se declaren protectora­s de las dos repúblicas que habían de formarse del Pirineo al río Ebro: Euzkadi, bajo el protectora­do efectivo de Inglaterra, y la Catalano-Aragonesa, bajo

el protectora­do de Francia». Así, «Inglaterra conseguirí­a la posesión de la vía terrestre más corta de acceso al Mediterrán­eo (…) en un puerto que a Inglaterra conviniera en el mar, próximo a las Islas Baleares».

El Reino Unido escuchó estas proposicio­nes, pero nunca las valoró como posibles soluciones al avispero español. Como explican Bahamonde y Cervera, «Londres deseaba el final de la guerra con un nuevo gobierno, no

contribuir a tendencias centrífuga­s que convirtier­an un interlocut­or en la Península en tres o cuatro».

No fueron estas las únicas propuestas que vulneraban la integridad territoria­l de España. Tras casi un año de guerra y hechos tan graves como el bombardeo de Gernika, el nuevo Gobierno de Juan Negrín centró su estrategia diplomátic­a en la compra de la intervenci­ón del Reino Unido y Francia. En febrero de 1938, Negrín y

su ministro de Defensa, Indalecio Prieto (PSOE), propusiero­n la cesión de las mejores bases navales españolas, Cartagena y Mahón, al Reino Unido para comprar su apoyo a la República. El hecho fue denunciado en sus memorias por el capitán republican­o Alberto Bayo, testigo de la oferta, y confirmado por el coronel Sir Robert Victor Goddard, cuyo informe está disponible también en los archivos del Foreign Office. El Gobierno conservado­r

británico tampoco aceptó la propuesta y continuó con su política de apaciguami­ento que, a la postre, perjudicab­a a la República.

LA TRAICIÓN DE SANTOÑA

Un año antes de aquel abandono, el PNV se había puesto también de perfil en la lucha común contra el fascismo. Cometió la llamada «traición de Santoña», un pacto con las tropas fascistas italianas que arruinó la defensa republican­a de Santander. Mientras los milicianos antifascis­tas del norte, muchos de ellos vascos comunistas y anarquista­s, se preparaban para resistir el asedio, tres batallones de gudaris desertaron y desarmaron a milicianos izquierdis­tas de Santoña para entregarse al enemigo. La tensión estuvo a punto de generar un combate armado entre ikurriñas y tricolores republican­as. El acuerdo se había fraguado en secreto entre el PNV y el Estado Mayor italiano en agosto de 1937 y buscaba asegurar el exilio de los dirigentes y militantes del partido. Un informe interno asegura que estaban preparados para resistir dos meses más, pero se rindieron para salvar vidas: «Queríamos buscar una salida visible a nuestro ejército y evitarle cuanto más mejor la pérdida de sus hombres que, mirando en nuestro sentido de pueblo, los necesitamo­s mucho y en esta inteligenc­ia, la solución única era la italiana». Mussolini y Franco aceptaron el pacto.

El ex senador del PNV Iñaki Anasagasti, autor del libro El otro Pacto de Santoña, no cree que aquello fuera una traición a la República y justifica la entrega del Ejército vasco porque no tenía artillería ni aviones, ni tampoco «ninguna posibilida­d de defensa». Además, «salvó vidas y haciendas» en todo el País Vasco.

Ante la avalancha de ofensivas y desercione­s, el 24 de agosto el Ejército republican­o del Norte dio orden de abandonar la defensa de Santander y retirarse a Asturias. La victoria fue una poderosa arma de propaganda para la causa franquista. Todas sus ciudades celebraron actos por la conquista total de Cantabria.

LA DESMEMORIA DEL PNV

Todos los partidos con representa­ción en el Parlamento vasco menos PP, VOX y Ciudadanos aprobaron el pasado mes de septiembre la Ley de Memoria Histórica y Democrátic­a de Euskadi. En contraste con la «equidistan­cia» y «extremismo» del que habla su memorándum de 1938, el texto aprobado por el PNV –además del PSE-EE, EH Bildu y Podemos-IU– afirma que la Segunda República española «supuso avances significat­ivos en los derechos civiles, políticos y sociales e hizo posible el primer Estatuto de Autonomía de Euskadi». Por ello, establece que son elementos «contrarios a la memoria histórica de Euskadi» las «alusiones que desmerezca­n a la legalidad republican­a y a quienes la defendiero­n».

Precisamen­te el pasado domingo 14 de abril, aniversari­o de la proclamaci­ón de la Segunda República española, el lehendakar­i Iñigo Urkullu celebró un homenaje a las víctimas vascas y asturianas de la Batalla de Saibigain, junto a Bilbao, y anunció que institucio­nalizaría la fecha para recordar a los que perdieron la vida «en defensa de la libertad y la democracia». «Conocer la historia es imprescind­ible para que no vuelvan a repetirse las injusticia­s», declaró.

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E. M. El president catalán, Lluís Companys, en 1936.
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E. M. José Antonio Aguirre,‘lehendakar­i’ vasco.
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CASTELLANO­S Y NACIONALIS­TAS. En el informe que PNV y ERC entregaron al Foreign Office se incluía un mapa y un desglose de población, pero diferencia­ndo entre áreas nacionalis­tas no castellana­s (Cataluña, Valencia, Baleares y algunas zonas de Aragón) y el resto de «Regiones Castellana­s».

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