La derrota de Oltra fue el triunfo de su cultura política
PARA UN político no es fácil levantar cabeza después de haber dimitido por un problema con la Justicia. Eso lo sé desde hace tiempo. De hecho, uno de los primeros asuntos de los que me encargué cuando llegué a EL MUNDO fue del regreso de Jordi Cañas del inframundo.
Lo que le ocurrió ha ido cobrando dramatismo desde entonces. Él era el hombre que se sentaba a la derecha de Albert Rivera en el Parlament, era el blanco de todas las iras del independentismo por su activismo democrático, o sea que tenía un presente muy prometedor en Ciudadanos. Fue imputado, acusado de haber cometido un delito de fraude fiscal por el pago de una factura en 2005. Una operación de cuando era administrador de una empresa del hermano de su pareja de entonces.
En la España de la confusión conviene ir desenredando cada concepto, porque nada es tan necesario como enunciar obviedades: el fraude fiscal no es cosa
RICARDO
buena, pero no es corrupción política. Da igual. Entregó el acta de diputado autonómico a la espera de una sentencia, aunque los medios y los políticos surgidos de las entrañas del 15-M ya le habían preparado una condena. Que Girauta, entonces europarlamentario de Ciudadanos, le diera un sueldo como asesor suyo les provocó un enorme escándalo. Al parecer Cañas tenía que estar a dieta estricta, la dieta de la inanición, hasta que la Justicia resolviera. Finalmente resolvió en su favor, Cañas regresó y ahí sigue.
Son los mismos medios y los mismos activistas que hoy claman al cielo por el calvario de Mónica Oltra. Como en su día aquí mismo quedó escrito en esta columna, me puedo permitir el lujo de recuperarlo: la derrota de Mónica Oltra supuso el triunfo de su cultura política. Su calvario contribuyo a solidificar la idea sobre la que Compromís erigió su prestigio: la de que una imputación es una condena y un informe policial, una sentencia. Eso pensaba entonces, pero hoy, tras el sobreseimiento, compruebo que aquello no era exacto. Si así fuera, el desgraciado caso de Oltra habría servido para que Compromís aprendiera algo y no lo ha hecho. Pudieron comprobarlo los oyentes de Alsina cuando entrevistó a Baldoví y este dictó severa condena contra Camps o, aún peor, contra Díaz Ayuso, que ni siquiera tiene nada de lo que defenderse. Su justicia no es la vulneración de la presunción de inocencia. Es más sencillo: ellos son inocentes, los demás son culpables. En todo momento y circunstancia. Hagan lo que hagan. Inocentes y culpables ontológicos. De manera que el triste caso de Oltra ni siquiera habrá servido para que Compromís se redimiera.