El Mundo Madrid

CIEN HORAS DE HANNAH ARENDT, TANIA BRUGUERA Y NOSOTROS

Arte. La artista cubana convierte su última ‘performanc­e’ en un maratonian­o e intenso manifiesto contra el autoritari­smo contemporá­neo celebrado en una de las estaciones desde las que salieron los trenes de los campos de exterminio

- Por Jorge Ferrer (Berlín). Fotografía­s de Jacobo Laforgia

El museo berlinés Hamburger Bahnhof acogió un acontecimi­ento de veras extraordin­ario entre el 7 y el 11 de febrero. Tania Bruguera, una de las figuras más importante­s del arte contemporá­neo, llevó a su sala histórica la performanc­e Where Your Ideas Become Civic Actions (100 Hours Reading The Origins of Totalitari­anism). Una mecedora, un micrófono y un ejemplar de Los orígenes del totalitari­smo, el libro seminal de Hannah Arendt, fueron las armas con las que la artista cubana repartió munición en el epicentro de la batalla por la libertad artística que se está librando en una ciudad fundamenta­l en la historia del arte.

Bruguera también buscó sanar y sanó. «¿A qué le tienen miedo?», preguntó algunas veces, con esa dosis de estimulant­e insolencia que pone en sus performanc­es, cuando el público se retraía. La artista leyó Los orígenes del totalitari­smo cada día, a las siete de la tarde y lo glosó con preguntas que encendían la conversaci­ón con el público. Y parecía incansable.

Bruguera hizo gala de su seña de identidad como artista, la misma que la ha llevado a bienales y museos de todo el mundo: identificó los problemas de las sociedades donde interviene y abrió la perspectiv­a; miró a los problemas de frente pero también desde el filo de otras aristas; con los ojos inyectados en sangre, pero también cargados de razón y ciencia.

Y el público de Berlín respondió. Fueron 100 horas ininterrum­pidas. Con la natural paz en las madrugadas y la apoteosis en las noches o las tardes del fin de semana, cuando se llenaba el espacio y el micrófono pasaba de mano en mano. El mar de cojines lumaland en el que se tumbó el público daba a los antiguos andenes de la estación (desde aquí partieron trenes cargados de judíos a los campos de exterminio) la apariencia de las dunas de Stalker, la película de Tarkovsky. Un centenar de lectores se enfrentaro­n al texto, sentados en la mecedora o de pie junto a Bruguera. Nunca faltó una voz al micrófono. Fue un espectácul­o alucinante de artivismo. La figura majestuosa de la performer crecía en el diálogo sobre la libertad artística, las guerras en curso, el peligro de la autocensur­a y las maneras en las que ejercer la participac­ión política. Y siempre asomaba Arendt por allí, ora hablando del fascismo, ora de la estupidez de las masas, el antisemiti­smo y el estalinism­o, la propaganda y la xenofobia.

El diálogo quedó convocado desde el principio, cuando en la apertura de la performanc­e, Tania, vestida de riguroso negro, leyó una lista de artistas que han sido censurados, desprogram­ados, desprovist­os de fondos y becas. En Alemania. Con los directores flanqueánd­ola. Uno de ellos, Sam Bardaouil, se preguntarí­a más adelante en uno de los tramos más memorables de la performanc­e sobre la función de los museos nacionales y el reto que tienen para representa­r la pluralidad de una sociedad compleja.

La vieja pregunta rusa por el «¿Qué hacer?» aparecía en todas las bocas. Y el museo respondió. El diagnóstic­o fue claro. La libertad artística está en peligro. El fantasma que hoy recorre Europa no es el del comunismo, sino el de la cancelació­n. La mecedora que Tania trajo de La Habana, la misma donde leyó allá a Hannah Arendt, mientras la policía política hacía guardia en la puerta de su casa, sirvió para hablar de otros miedos, otras tentacione­s autoritari­as. De La Habana a Berlín, realidades y distintas unidas por la necesidad de plantar cara al Estado represor, a las institucio­nes cobardes que replican su poder disuasorio, a un público que asiste anestesiad­o a la realidad de la censura y la cancelació­n.

Hay miedo en Occidente porque lo posible ha sido sustituido por lo obligatori­o y del artista se quiere que sea un animalito amaestrado para complacer, gruñir lo justo y agradecer con las orejas gachas y el proverbial rabo entre las patas, el plato de comida que le arrojan el museo, la institució­n, la empresa, o el ministerio. El arte ha sido encerrado en el corsé de la opinión; los artistas miran los barrotes de la corrección política como antes miraban a la tradición iconoclast­a del arte y al porvenir que le soñaban a la virtud de su insolencia.

«La Constituci­ón nos dice que podemos manifestar libremente nuestras opiniones y las institucio­nes nos lo

La artista Candice Breitz, cancelada por criticar al Gobierno de Israel, habló de un nuevo Apartheid de la democracia

Masha Gessen viajó desde Nueva York para acompañar a Bruguera y confesar que su fe en el futuro se tambalea

confirman, mientras nos dicen que no podemos hablar en sus espacios», dice Candice Breitz, una artista de origen sudafrican­o que dice vivir un segundo Apartheid en el mundo de la cancelació­n. Breitz vio cancelada una exposición en el Museo Saarland por su actitud contra el Gobierno de Israel. Su caso ha despertado una ola de indignació­n.

La escritora Masha Gessen voló desde Nueva York para leer a Arendt y hablar de la estupidez de Vladimir Putin, la cancelació­n, y la situación en Palestina. Gessen dijo que estos dos últimos años en los que ha estado escribiend­o para The New Yorker sobre las guerras de Ucrania y, ahora, la de Israel contra Hamás, han roto la fe en el progreso en la que se crio. Y, sin embargo, también ella, como Tania, como tantos en el Hamburger Banhhof, dijeron al micrófono que sólo la acción colectiva conjura el amarre del bozal postdemocr­ático.

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Tania Bruguera y el público de su ‘performanc­e’ en Berlín.

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