LA ‘PAX AMERICANA’
En Moscú, en una especie de La Voz Kids ruso, un niño sonriente canta y su madre marca el compás. «Cuando sea mayor -dice el angelitoprepararé bombas inmejorables, el ejército ruso me espera». Es la feliz marcha de los futuros soldados de Putin. Para conquistar Ucrania o tal vez, como dice Trump, los países europeos que no aportan lo suficiente al presupuesto de la OTAN. En China, los adultos, desde Xi Jinping para abajo, llevan años cantando el mismo estribillo: «Yi ge Zhongguo zhengcel». Algo así como decir que queremos recuperar Taiwan y borrar la humillación occidental. En el África subsahariana, la Francáfrica ya no es popular: debido a las defenestraciones
y a los golpes militares, junto con el neocolonialismo, la democracia también ha acabado en el basurero de la Historia. ¿De qué sirven las elecciones si las multinacionales blancas están al mando? En Oriente Próximo, generaciones enteras navegan por un Instagram del horror que nuestros algoritmos nos ahorran. Bombardeos contra sus hermanos mayores en Siria, Libia, Irán, Irak, Afganistán y, desde hace cuatro meses, en Gaza. Al igual que los hijos de Putin, los africanos decepcionados y los chinos revanchistas, los jóvenes de Oriente Próximo sueñan con convertirse en vigilantes con un arma en la mano.
No en Europa. Nuestros pequeños esperan ser queridos por todos jugando al fútbol y diseñando ropa. ¿Quién sueña con matar gente? Somos el mejor continente del mundo en cuanto a clima, alimentación, servicios sociales, educación, oportunidades, derechos civiles y democracia. El problema que plantea el posible próximo presidente
estadounidense, Donald Trump, es que los europeos, estamos mimados por la pax americana: no «pagamos por nuestra seguridad». Trump tiene razón, pero no demasiada. Porque si es cierto que Europa no paga su defensa, también lo es que a cambio ha renunciado a cualquier papel geoestratégico. Europa ha dejado el gobierno del mundo a Estados Unidos, incluso el que está al lado de nuestra puerta. Jugamos con la idea de ser el continente de los derechos porque, a diferencia de EEUU, con los puntos del PIB que se habrían destinado a gasto militar, invertimos en paz social.
Washington llenó las calles de vagabundos, nosotros defendimos a la clase media. ¿Pero fuera? ¿En nuestras fronteras? ¿Cómo nos comportamos? ¿Existen derechos para los inmigrantes a bordo de los barcos que cruzan el Mediterráneo o en los campos helados de los Balcanes? ¿Dónde estaba el derecho internacional cuando (ayudamos) a invadir Irak? ¿O cuando, después de 30 años
de promesas, abandonamos (nosotros también) Afganistán al oscurantismo talibán? ¿Dónde está el derecho humanitario en Gaza? ¿Y en Cisjordania? ¿Y en Libia?
En lugar de exportar bienestar, hemos cultivado un mundo enfadado, hostil y violento a nuestro alrededor, que canta sobre bombas poderosas y venganza contra nosotros. Sin el paraguas estadounidense, si algún día llegara el momento, tendríamos que tomar una decisión: ser cada vez más violentos que aquellos que desean hacernos daño o trabajar por los derechos. Como Europa, en última instancia, nos enfrentamos a la misma elección que tiene Israel. Continuar negando los derechos de los demás y reprimiendo a quienes se rebelan o reconocerlos y compartir recursos y conocimientos. Nunca ha sucedido en la Historia, pero la posibilidad de exportar nuestro bienestar es el arma más poderosa que tenemos. Después de todo, un presidente Trump podría ser una enorme oportunidad.