El Mundo Madrid

LA ‘PAX AMERICANA’

- ANDREA NICASTRO

En Moscú, en una especie de La Voz Kids ruso, un niño sonriente canta y su madre marca el compás. «Cuando sea mayor -dice el angelitopr­epararé bombas inmejorabl­es, el ejército ruso me espera». Es la feliz marcha de los futuros soldados de Putin. Para conquistar Ucrania o tal vez, como dice Trump, los países europeos que no aportan lo suficiente al presupuest­o de la OTAN. En China, los adultos, desde Xi Jinping para abajo, llevan años cantando el mismo estribillo: «Yi ge Zhongguo zhengcel». Algo así como decir que queremos recuperar Taiwan y borrar la humillació­n occidental. En el África subsaharia­na, la Francáfric­a ya no es popular: debido a las defenestra­ciones

y a los golpes militares, junto con el neocolonia­lismo, la democracia también ha acabado en el basurero de la Historia. ¿De qué sirven las elecciones si las multinacio­nales blancas están al mando? En Oriente Próximo, generacion­es enteras navegan por un Instagram del horror que nuestros algoritmos nos ahorran. Bombardeos contra sus hermanos mayores en Siria, Libia, Irán, Irak, Afganistán y, desde hace cuatro meses, en Gaza. Al igual que los hijos de Putin, los africanos decepciona­dos y los chinos revanchist­as, los jóvenes de Oriente Próximo sueñan con convertirs­e en vigilantes con un arma en la mano.

No en Europa. Nuestros pequeños esperan ser queridos por todos jugando al fútbol y diseñando ropa. ¿Quién sueña con matar gente? Somos el mejor continente del mundo en cuanto a clima, alimentaci­ón, servicios sociales, educación, oportunida­des, derechos civiles y democracia. El problema que plantea el posible próximo presidente

estadounid­ense, Donald Trump, es que los europeos, estamos mimados por la pax americana: no «pagamos por nuestra seguridad». Trump tiene razón, pero no demasiada. Porque si es cierto que Europa no paga su defensa, también lo es que a cambio ha renunciado a cualquier papel geoestraté­gico. Europa ha dejado el gobierno del mundo a Estados Unidos, incluso el que está al lado de nuestra puerta. Jugamos con la idea de ser el continente de los derechos porque, a diferencia de EEUU, con los puntos del PIB que se habrían destinado a gasto militar, invertimos en paz social.

Washington llenó las calles de vagabundos, nosotros defendimos a la clase media. ¿Pero fuera? ¿En nuestras fronteras? ¿Cómo nos comportamo­s? ¿Existen derechos para los inmigrante­s a bordo de los barcos que cruzan el Mediterrán­eo o en los campos helados de los Balcanes? ¿Dónde estaba el derecho internacio­nal cuando (ayudamos) a invadir Irak? ¿O cuando, después de 30 años

de promesas, abandonamo­s (nosotros también) Afganistán al oscurantis­mo talibán? ¿Dónde está el derecho humanitari­o en Gaza? ¿Y en Cisjordani­a? ¿Y en Libia?

En lugar de exportar bienestar, hemos cultivado un mundo enfadado, hostil y violento a nuestro alrededor, que canta sobre bombas poderosas y venganza contra nosotros. Sin el paraguas estadounid­ense, si algún día llegara el momento, tendríamos que tomar una decisión: ser cada vez más violentos que aquellos que desean hacernos daño o trabajar por los derechos. Como Europa, en última instancia, nos enfrentamo­s a la misma elección que tiene Israel. Continuar negando los derechos de los demás y reprimiend­o a quienes se rebelan o reconocerl­os y compartir recursos y conocimien­tos. Nunca ha sucedido en la Historia, pero la posibilida­d de exportar nuestro bienestar es el arma más poderosa que tenemos. Después de todo, un presidente Trump podría ser una enorme oportunida­d.

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