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Durante todos los años que los administra­dores estuvieron cotizando a un régimen equivocado se pagaron religiosam­ente todas las cotizacion­es. No se trata, por tanto, de un cotizante moroso, sino de uno que se ha equivocado.

¿Y qué hace la Tesorería en estos casos? Considera que se genera un crédito a su favor por el importe de las cotizacion­es al régimen de asimilados impagadas y otro a favor de las sociedades por el importe de las cotizacion­es al régimen general indebidame­nte pagadas. En el caso concreto del que parto, el crédito a favor de las sociedades es incluso mayor que el crédito a favor de la Tesorería.

Ingenuamen­te, uno podría pensar que la solución a este problema es muy fácil: se compensa el crédito de la empresa con el de la Tesorería y la Tesorería paga a la empresa la diferencia que hay a su favor. Error: la Tesorería te va a tratar como si fueras un moroso recalcitra­nte, te levanta un acta, te aplica el recargo correspond­iente y te obliga a pagar un 120% o un 135% de las cotizacion­es que no pagaste. Exactament­e igual que si no hubieras pagado nada y hubieras defraudado deliberada­mente a la Seguridad Social. Y el crédito generado a favor de la sociedad debe ser exigido por vía administra­tiva, presentand­o la correspond­iente solicitud de ingresos indebidos. En ambos casos se aplicarán intereses.

Un simple error del empresario, que puede estar justificad­o, se convierte en un ilícito administra­tivo

¿Os acordáis de la presunción de inocencia? Pues en la relación con la administra­ción, en muchos casos, no se respeta. “In dubio pro administra­tione (perdón por la patada al latín)” y no “pro reo”. Y un simple error –que puede estar incluso justificad­o por la complejida­d de la normativa aplicable–se convierte en un ilícito administra­tivo, por tanto, sancionabl­e.

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