El Economista - Franquicias y Emprendedores
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cia de los que se benefician tanto ellas como los entornos en los que se mueven. Evitan la destrucción que genera una competencia feroz. Porque torpedear a un adversario (o que un adversario nos torpedee, no olvidemos que estos enfrentamientos son bidireccionales) supone una pérdida de sana competencia y, consecuentemente, de riqueza y de empleo que repercute sobre toda la ciudadanía.
De forma contraria, las empresas que promueven la colaboración consiguen que todas las partes ganen en valor, mejoran sus resultados y las condiciones en las que trabajan sus empleados. Pero es que, además, ese beneficio mutuo redunda en la sostenibilidad futura, ya que los aprendizajes que surgen de estas relaciones nos ayudan a adaptarnos a los cambios que van surgiendo en el entorno, a ser más ágiles e innovadores.
Trabajar en colaboración sirve, además, para enfrentarse a desafíos comunes de una manera más sencilla y con una visión más amplia. Por ejemplo, en el campo del diseño e innovación de herramientas digitales que ayuden a superar dificultades habituales en un mismo sector. O en el de la regulación, que cambia de forma constante tanto a nivel nacional como europea, y a la que no siempre es fácil adaptarse, sobre todo marchando de forma individual.
El ‘coopetidor’ emerge como una estrategia donde competidores colaboran para alcanzar beneficios comunes
Por supuesto, no debemos considerarlo un concepto para grandes organizaciones. De hecho, son las pequeñas y medianas las que pueden verse más beneficiadas de este trabajo en común ya que pueden no sólo aprender de sus iguales sino aportar mayor valor a sus clientes o usuarios cuando su capacidad se ve superada. O cuando no tiene una especialidad concreta que su coopetidor sí.
Una alianza de pymes que trabajan en un mismo campo puede ayudar a establecer centrales de compra para reducir costes, o a poner en marcha herramientas de escucha para conocer las demandas y necesidades de los clientes. Y también a crear grupos de presión para hacerse oír entre las administraciones públicas, los medios de comunicación y las organizaciones de mayor tamaño. Porque la coopetición también es un recurso válido cuando existe escasez y, desde luego, bonanza.
Hablamos de una cooperación estratégica que sirve para compartir riesgos y también recompensas, que suelen beneficiar a todas las partes por igual. Y que puede llevarse a cabo sin comprometer los intereses de cada empresa marcando unas pautas iniciales de respeto y transparencia, y una dirección única hacia un objetivo común. En este sentido, hemos de ser muy conscientes de las fortalezas y debilidades de nuestra organización con el fin de que acompañen a esta estrategia. Aceptar nuestros errores con una mentalidad abierta es la mejor forma de reaprender y corregir, fortaleciendo con ello nuestra estructura.
Hemos visto muchas situaciones como estas en los últimos años, sobre todo durante los meses de la pandemia. Las más reconocidas están en el entorno sanitario y de la investigación de fármacos, pero también se han dado casos en otros campos, como el industrial, donde ese espíritu coopetidor ha dejado huella en forma de procesos innovadores que mejoran la productividad y la seguridad del entorno laboral.
En este sentido, no podemos olvidar que los retos a los que nos enfrentamos de forma global no se van a poder encarar en solitario. Como el cambio climático o las crisis sanitarias, que, según los expertos, vendrán con relativa frecuencia, pasando por el déficit de talento que padecen algunos sectores económicos. En estas situaciones tenemos que redefinir a aquellos que consideramos adversarios para colaborar con ellos y crear un valor compartido. Una apuesta ganadora (win-win) en toda regla.