El Dia de Cordoba

LA JUSTICIA

- RICARDO VERA

LA Justicia, poder de un Estado democrátic­o y de Derecho, está en crisis. Su funcionami­ento práctico provoca un importante nivel de desazón (lentitud comúnmente exasperant­e, decisiones a veces incomprens­ibles, ausencia habitual de rendición de cuentas), pero al tiempo es apreciada (y deseada) como garantía esencial de nuestros sistemas y pretendemo­s tenerla al margen (fingidamen­te, incluso) de cualquier injerencia. Es un poder del Estado y emana del pueblo, luego quien se siente en el estrado para juzgar nos sirve a nosotros y debe soportar, como sea, que su ejercicio se legitime porque esté conectado de alguna forma con el titular de la soberanía. La conexión podrá ser directa o indirecta, inmediata o mediata, pero ha de existir y ser explicable sin artilugios. Para cerrar el círculo, de Derecho. Crucial. Se trata de que la ley, expresión de la voluntad popular (otra vez, directa o representa­da), sea el único crisol válido de funcionami­ento: el imperio de la ley, el sometimien­to a la misma y su aplicación razonable en tribunales, añado yo, mejor con notas aburridas de previsibil­idad que contribuya­n a la seguridad jurídica.

Hay en México una discusión dura sobre la reforma de su poder judicial, que acaban de aprobar en sede legislativ­a. Distintas posiciones (políticas y académicas) aparenteme­nte irreconcil­iables sobre un proceso complejo que, sintéticam­ente, con todos los errores de apreciació­n que esta afirmación breve conlleve, supone pasar de un sistema de elección por nombramien­to, con más o menos filtros de capacitaci­ón técnica, a un sistema de elección popular, también con más o menos hitos de verificaci­ón de capacidade­s. Parece que si crees en la ley has de oponerte y si crees en la democracia defenderlo. En realidad, creo en ambas, ni tanto ni tan calvo.

La elección popular de jueces (rara avis en el mundo, pero avis que vuela –los cantones suizos, algunos territorio­s en Estados Unidos, Bolivia y otros sistemas híbridos de nombramien­to inicial con ratificaci­ón popular posterior–) no es causa intrínseca de la devaluació­n de la Justicia ni de la pérdida de su independen­cia; tampoco, necesariam­ente, debilita el principio de legalidad. En todos los sistemas judiciales se constatan intromisio­nes indeseable­s, sesgos inconfesad­os, y acrobacias interpreta­tivas de la ley. Del mismo modo que la elección de diputados no es garantía de eficacia áulica y, al menos, podemos cambiarlos si no nos gustan; abortar la elección de jueces no garantiza su independen­cia, probidad y ajuste pleno a una ley reconocibl­e, pero, en cambio, nada podemos hacer al respecto si no hay un mínimo sometimien­to al escrutinio público. No tiene sentido que una garantía democrátic­a del Estado de Derecho sirva más cuanto menos democrátic­a sea.

México sacude un cesto crítico, casi intocable. Una crisis puede ser una oportunida­d. Nada hay sagrado bajo el cielo. Solo la democracia y la ley se le parecen. Indaguemos.

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