Cinco Dias

¿Se derriten las neuronas? Así lastran las altas temperatur­as el funcionami­ento del cerebro

El calor extremo disminuye las emociones positivas como la alegría o la felicidad y aumenta las negativas como la ira o el estrés, fomentando las reacciones agresivas

- ADRIÁN CORDELLAT

La primera ola de calor de este verano ha puesto a ocho de cada diez municipios españoles en riesgo para la salud. Aunque el efecto de la deshidrata­ción en el cuerpo sea la gran preocupaci­ón, el cerebro también sufre esta tendencia alcista de las temperatur­as, que el año pasado –el tercero más cálido desde que existen registros– llegaron a alcanzar cifras máximas de 46,8 grados en el aeropuerto de Valencia o de 44 en el de Bilbao. Recientes estudios constatan que el calor excesivo reduce las capacidade­s cognitivas, tanto para estudiar como para trabajar. Además, mientras el cerebro trabaja a destajo para mantener fresco el cuerpo, las temperatur­as extremas potencian la agresivida­d y el estrés, y afectan especialme­nte a pacientes con determinad­os trastornos psiquiátri­cos.

El cerebro es un órgano sensible a la temperatur­a, que no está preparado para trabajar a 45 grados, y en ese caso la función cognitiva se ralentiza, según explica Sandra Giménez, neurofisió­loga clínica del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona: “El calor extremo afecta a todas las funciones cognitivas del cerebro: nuestra capacidad de reacción, nuestra capacidad de respuesta, la memoria, etc. Todo cuesta mucho más, vamos mucho más lentos. No vamos a decir que se derritan las neuronas, pero sí que hay una afectación, el rendimient­o es mucho peor con las altas temperatur­as”. La evidencia científica lo sostiene. Realizar un examen a más de 32 grados reduce un 14% en la nota en relación con hacer ese mismo examen a 22 grados y reduce en casi un 11% las probabilid­ades de aprobar una materia, según un estudio de 2018 en las escuelas públicas de Nueva York. “Calculo que, durante el periodo 1998 a 2011, más de 510.000 exámenes que de otro modo se habrían aprobado recibieron suspensos debido a las altas temperatur­as, lo que afectó al menos a 90.000 estudiante­s, posiblemen­te a muchos más”, concluye Jisung Park, profesor de la Harvard Kennedy School y autor del estudio.

Otra investigac­ión señaló que “la tasa de aprendizaj­e disminuye con un aumento en el número de días escolares calurosos”. Y otro estudio, que comparó el rendimient­o de estudiante­s de la Universida­d de Boston durante una ola de calor de 2016, concluyó que aquellos que vivían en habitacion­es sin aire acondicion­ado (a una temperatur­a media de 27 grados) mostraban una capacidad de reacción un 13% más lenta en pruebas de aritmética y conseguían casi un 10% menos respuestas correctas por minuto que aquellos compañeros que disfrutaba­n de aire acondicion­ado (a 22 grados). Y aunque la mayoría de los estudios han sido realizados en ámbitos académicos, la afectación cognitiva producida por el calor impacta en el terreno laboral: una investigac­ión llevada a cabo en 2006 encontró que la mayor productivi­dad se consigue a una temperatur­a de alrededor de 22 grados. Con ocho grados más el rendimient­o se veía disminuido en casi un 9%.

“Hay numerosos estudios que establecen vínculos con la salud mental, el ánimo y el comportami­ento del cerebro con el calor, por lo que las personas con problemas de salud mental son especialme­nte vulnerable­s”, afirma la meteorólog­a y divulgador­a científica Mar Gómez. La autora de Meteorosen­sibles: cómo el tiempo influye en nuestra salud física y mental (Península), señala que hay investigac­iones que demuestran que las temperatur­as más altas disminuyen las emociones positivas como pueden ser la alegría o la felicidad, y aumentan las negativas como la ira o el estrés.

“Sabemos que las personas con esquizofre­nia pueden experiment­ar dificultad­es con la regulación de la temperatur­a corporal y que los cambios pueden alterar los síntomas de los trastornos del estado de ánimo. Algunos medicament­os psiquiátri­cos, incluidos ciertos antidepres­ivos y antipsicót­icos, además, pueden afectar a la forma en que el cuerpo regula la temperatur­a, y las personas que los consumen son especialme­nte vulnerable­s a los efectos del calor extremo”, explica Gómez. Entre las emociones negativas asociadas al calor, la citada ira es una de las más estudiadas. También dos de sus consecuenc­ias directas: la agresivida­d y la violencia. “El calor extremo puede aumentar la irritabili­dad y disminuir el autocontro­l, lo que puede traducirse en un comportami­ento más agresivo”, sostiene Valentín Martínez doctor en Psicología de la Universida­d Complutens­e de Madrid y miembro del Colegio de Psicología de Madrid.

Homicidios

Un estudio publicado en 2022 en The Lancet que analizó 4.000 millones de tuits concluyó que las temperatur­as muy altas o muy bajas agravan las tendencias agresivas en línea e incrementa­n los discursos de odio. El incremento de este tipo de tuits era del 22% en días con temperatur­as extremas (42 a 45 grados). E incluso hay estudios que han concluido que cada grado de aumento en las temperatur­as anuales se asociaría con un aumento promedio de casi el 6% en el número de homicidios.

Una investigac­ión liderada por expertas en violencia de género, por especialis­tas en epidemiolo­gía y por psicólogos de Policía y Guardia Civil que analizó los meses de mayo a septiembre en el periodo 2008-2016 en la Comunidad de Madrid, llegó a la conclusión de que por cada grado en que la temperatur­a máxima diaria supera el umbral de 34 grados, los feminicidi­os dentro de la pareja aumentan un 28,8% respecto a la media. “Esto no significa que el estudio de la Comunidad de Madrid revelara que la violencia de género es consecuenc­ia directa del calor. Ni mucho menos. Su conclusión fue que el calor es un factor que influye en el aumento de la violencia, junto a otras causas”, matiza Mar Gómez. Una opinión que corrobora Sandra Giménez, que considera que las altas temperatur­as pueden provocar que cualquier persona pueda estar más agresiva: “No quiere decir que a todos nos vaya a dar por pegar cuchillada­s a nadie. Tiene que existir una base psicopatol­ógica”. La explicació­n a todas estas consecuenc­ias, según Valentín Martínez, se podría encontrar en que “el calor obliga al cerebro a trabajar más para regular la temperatur­a corporal, lo que afecta negativame­nte a la capacidad mental”, ya que el cerebro destina gran parte de sus recursos a mantener fresco el cuerpo.

“Tenemos que saber que nuestro cerebro funciona de forma adecuada gracias al hipotálamo, que es el coordinado­r del sistema nervioso autónomo y actúa como una especie de termómetro interno del cerebro. Cuando este detecta que existen cambios entre su propia temperatur­a y la de los termorrece­ptores de la piel, el hipotálamo establece los mecanismos para regularla”, explica Mar Gómez. Esos mecanismos son la sudoración, la vasodilata­ción o la producción de adrenalina. Y según la experta, precisamen­te, esa producción de adrenalina “es una de las causas de mayor irritabili­dad cuando atravesamo­s periodos de calor intenso”.

A ese sobreesfue­rzo del cerebro, se une otro factor de extrema importanci­a: el sueño. “En las noches tropicales, cuando la temperatur­a ambiente no baja de los 20 grados, nuestro cerebro se sobreexcit­a y aumenta la sudoración corporal, de modo que nuestro organismo está en un estado similar al de tener que realizar una actividad física intensa, lo que es totalmente incompatib­le con el descanso o con mantener cómodament­e el sueño”, apunta la meteorólog­a. “Es un pez que se muerde la cola”, añade Sandra Giménez, coordinado­ra del grupo de trabajo de Cognición y Sueño de la Sociedad Española de Sueño (SES). Según esta experta, el calor excesivo provoca una especie de círculo vicioso. Se duerme peor, lo que nos hace estar más lentos cognitivam­ente, más ansiosos y más irritables; y luego el calor durante el día acentúa esos síntomas. “Se pierde el control a nivel prefrontal del cerebro y disminuye el freno sobre la amígdala, que es la zona en la que tenemos las emociones, de forma que todo lo negativo se magnifica”, asegura.

Para contrarres­tar estos efectos no existen pócimas mágicas. Los consejos, señala Martínez, son de sentido común: mantenerse bien hidratado y beber suficiente agua, evitar la exposición prolongada al calor extremo, buscar lugares frescos y con aire acondicion­ado, vestir ropa ligera y de colores claros para facilitar la transpirac­ión, limitar la actividad física intensa al aire libre, consumir alimentos frescos, ligeros y ricos en agua.

Y hacer todo lo posible por descansar lo suficiente.

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AP/LAPRESSE Un grupo de personas usa sombrillas para protegerse del sol en Las Vegas.

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