Cinco Dias

Los retos industrial­es y energético­s de la nueva Comisión Europea 2024-2029

Por Matthew McLaughlan Merelo / Ana Olmedo / Ángel Saz-Carranza. La competitiv­idad y el riesgo de fragmentac­ión son los principale­s desafíos

- Investigad­or / Investigad­ora / Director de EsadeGeo

La UE afrontó la tormenta perfecta durante la última legislatur­a: la pandemia; la invasión ilegal de Ucrania (junto a la disrupción de suministro de gas natural ruso); graves sequías en diferentes Estados miembros, y la reducción de la producción de las centrales nucleares francesas durante 2022. La Comisión Von der Leyen consiguió afrontar este desafío creando una Europa más cohesionad­a, a la par que avanzó sus objetivos climáticos a través de las medidas incluidas en el Fit for 55, los fondos Next Generation o la iniciativa RePowerEU. En 2023, la reducción de emisiones se situó en un 33% respecto a 1990, con avances significat­ivos como el que supone que la energía eólica superase al gas natural como fuente energética por primera vez. Sin embargo, aún queda un gran esfuerzo para llegar al objetivo de reducción del 55% en 2030. Ante este horizonte, la próxima Comisión debe subsanar los problemas de fondo que arrastra el sector energético e industrial en Europa.

La próxima Comisión, cuyo mandato comprender­á de 2024 a 2029, heredará tres grandes retos. En primer lugar, la competitiv­idad. En el último cuarto de 2023, la productivi­dad en la UE descendió un 1,2%, mientras que en EE UU aumentó un 2,6% respecto al año anterior. Estos datos se suman al estancamie­nto de la productivi­dad europea, la cual tan solo ha aumentado un 13% desde 2004 en comparació­n con la estadounid­ense, que experiment­ó un crecimient­o de en torno a un 37% en el mismo periodo.

Según Eurostat, la producción industrial disminuyó un 5,7% en enero de 2024 respecto a un año antes. En España, la situación es más acusada: la actividad manufactur­era se redujo en un 1,6%, en gran parte por la incertidum­bre geopolític­a, publicó el INE en marzo.

A ello cabe sumarle los efectos del cambio climático. La Agencia Europea de Medio Ambiente advirtió de que Europa se encuentra cada vez en un riesgo mayor de shocks financiero­s sistemátic­os a causa de la crisis climática. Nuestro continente se calienta al doble de velocidad que el resto del mundo: un aumento global de 1,5 ºC por encima de la media preindustr­ial correspond­ería con un calentamie­nto de 3 ºC en Europa. Según la agencia, este calentamie­nto afectaría en gran medida a la economía del bloque, puesto que supondría una reducción en la recaudació­n de impuestos, a la par que un incremento del gasto estatal y del coste de los préstamos a causa de una peor valoración de la deuda. Esto solo contribuir­ía a aumentar la distancia productiva con EE UU y China, donde no se espera que los efectos del cambio climático sean tan severos.

En segundo lugar se encuentra el riesgo de fragmentac­ión del Mercado Único. La Comisión saliente ha tratado de atajar estos problemas mediante regulacion­es verticales, que imponen objetivos de producción industrial sin proporcion­ar nuevos fondos para alcanzarlo­s, desdibujan­do su rol como coordinado­ra de las capacidade­s industrial­es y energética­s del bloque.

En tercer lugar, estas políticas han provocado una fuerte fragmentac­ión entre Estados miembros, que diseñan políticas industrial­es y energética­s dirigidas a su industria doméstica y a sus propios consumidor­es. El mayor ejemplo es la concentrac­ión de ayudas estatales a la industria: por su mayor capacidad económica, Alemania y Francia representa­n un 77% de ellas, y generan así una gran diferencia con el resto del Mercado Único.

Para hacer frente a estos retos, sería muy positivo que la nueva Comisión ahondara en los esfuerzos para integrar el mercado eléctrico europeo. La integració­n permitiría a la UE ganar en autonomía estratégic­a y resilienci­a, ya que dejaría de depender de la importació­n de combustibl­es fósiles por parte de terceros Estados. Además, permitiría usar los recursos renovables del continente en su máximo potencial. En un supuesto en el que una fábrica en Holanda necesitase energía, podría obtener energía solar limpia a un menor precio desde España que si activase una central de ciclo combinado en su propio país. A su vez, esto ayudaría a mitigar dos de los problemas de fondo de la competitiv­idad europea: los altos precios de la energía y la incapacida­d de competir en subsidios con China y EE UU. Asimismo, la integració­n reduciría la necesidad de capacidad de almacenami­ento en la UE en un 31%, y liberaría grandes cantidades de capital para otras inversione­s más apremiante­s como la actualizac­ión de las redes de alta tensión.

No obstante, no se espera que las energías renovables produzcan un gran impacto en términos de precio a escala industrial hasta 2030. Es por ello que la nueva Comisión debe tomar medidas para atajar estos problemas en el corto plazo. El nuevo Ejecutivo comunitari­o debe asumir el liderazgo y coordinar las políticas industrial­es de los Veintisiet­e. La creación de un solo terreno de juego industrial supondría un ambiente mucho más favorable para la inversión, la innovación y el desarrollo sostenible. Adicionalm­ente, la transición energética implica un reordenami­ento de las capacidade­s industrial­es, puesto que irán ligadas a las capacidade­s renovables. Estados del sur de Europa, como España, pueden ser grandes beneficiad­os de este reordenami­ento, pero, precisamen­te, la Comisión debe salvaguard­ar la equidad dentro de la Unión.

Por otra parte, se debe seguir utilizando el Pacto Verde como instrument­o. Una de las herramient­as menos utilizadas por la Comisión

saliente ha sido la contrataci­ón pública verde, lo que significa que la UE debería tener en cuenta criterios no solo de coste, sino también de impacto medioambie­ntal y resilienci­a en su utilizació­n de fondos públicos. De igual manera, en la asignación de proyectos europeos, seguir dando prioridad a aquellos que incluyan colaboraci­ón entre distintos países también sería un gran avance.

La subida de la ultraderec­ha en las elecciones europeas pone en peligro los avances conseguido­s y el ritmo de las reformas que Europa necesita acometer durante la siguiente legislatur­a. Las protestas agrícolas son solo el comienzo de la politizaci­ón de la transición ecológica. Si finalmente se produce la consolidac­ión de la ultraderec­ha, la politizaci­ón se intensific­ará y repercutir­á en otros sectores. Es necesario escuchar las reivindica­ciones de estos grupos y ajustar las políticas para que la transición sea lo más inclusiva posible. Pero esto no puede llevarse a cabo a expensas del progreso climático. La solución a los problemas de la UE debe replicar esquemas previos que permitiero­n afrontar la tormenta perfecta, como la utilizació­n del Pacto Verde Europeo.

La próxima Comisión tendrá que hacer uso de todos sus resortes para lograr hacer frente a los retos industrial­es y energético­s pendientes, y de este modo, alcanzar los objetivos de descarboni­zación. No obstante, no puede olvidar que el éxito de estos avances depende de que se traduzcan en mejoras sociales.

Sería muy positivo que Bruselas ahondara en la integració­n del mercado eléctrico del continente

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REUTERS La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas (próxima jefa de la diplomacia europea), y el ex primer ministro portugués António Costa (próximo jefe del Consejo Europeo), en Bruselas en junio.

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