Cinco Dias

Pulso por los recursos genéticos del mar

Los países más ricos del mundo acaparan las patentes obtenidas a partir del material biológico de los océanos ► Esto frena la I+D propia de los demás Estados

- RAMIRO VAREA LATORRE

Suiza es el depósito hídrico de Europa. Hasta el 6% de las reservas de agua dulce del continente están en un territorio rodeado de montañas, donde no hay playas ni mar. Aun así, pertenece al club de los diez países del mundo –entre ellos EE UU, Alemania y Japón– que poseen casi el 98% de todas las patentes genéticas marinas del planeta. Tiene una explicació­n: en Suiza tienen su sede las principale­s firmas farmacéuti­cas, uno de los sectores que más recursos invierte (y mayores beneficios obtiene) con la explotació­n de estas licencias.

Al fin y al cabo, bajo las aguas oceánicas habita una biodiversi­dad inmensa, mucha de ella aún por descubrir y estudiar. Miles de organismos cuyo valor científico (y económico) hace ya tiempo que está en el radar de las grandes economías y empresas del globo. Que la multinacio­nal alemana BASF, el fabricante químico más grande de esta industria tan poderosa, tenga registrada­s hasta el 47% de las 12.998 secuencias genéticas asociadas a 862 especies marinas, demuestra el gigantesco negocio que se oculta en el mar.

Un estudio elaborado por el Centro de Resilienci­a de Estocolmo y la Universida­d de la Columbia Británica (Canadá) prevé que, para 2025, el mercado global de biotecnolo­gía marina alcance los 6.400 millones de dólares y cubra una amplia gama de soluciones comerciale­s para distintos ámbitos, incluidos el farmacéuti­co, los biocombust­ibles o el sector químico.

Más desigualda­d

El problema es que dos tercios de los océanos quedan fuera de las jurisdicci­ones nacionales, es decir, de las aguas territoria­les que pertenecen a los países. En otras palabras: la mitad de la superficie de la Tierra carece de regulacion­es sobre el acceso o el uso de los recursos genéticos. Y solo los Estados más ricos –los que cuentan con más músculo financiero, medios y tecnología– pueden sufragar las expedicion­es hasta esos lugares lejanos, extraer las muestras biológicas, investigar en el laboratori­o y patentar el recurso para su posterior explotació­n comercial. “Es preciso establecer un marco legal y ético internacio­nal que garantice un acceso equitativo y sostenible a estos recursos genéticos marinos, que deberían ser proclamado­s Patrimonio Común de la Humanidad”, afirma Nuria Navarro, profesora del departamen­to de Biología de la Universida­d Rey Juan Carlos (Madrid).

Más allá de las ganancias monetarias, que un grupo de países privilegia­dos disponga de la mayoría de estas patentes implica que pueden controlar su utilizació­n y excluir a otros Estados. Ese veto implica enormes dificultad­es para realizar investigac­iones y desarrolla­r tecnología­s propias basadas en esos genes marinos. Es decir, se acentúan de nuevo las desigualda­des entre ricos y pobres.

A finales del año pasado, Naciones Unidas dio un paso importante y necesario. En septiembre entró en vigor el Acuerdo para la conservaci­ón y el uso sostenible de la biodiversi­dad biológica marina de las zonas situadas fuera de la jurisdicci­ón nacional, un pacto refrendado por 60 países, entre ellos España. El documento aboga por “crear un marco para la distribuci­ón justa y equitativa” de los posibles beneficios derivados de las actividade­s relacionad­as con los recursos genéticos marinos y su secuenciac­ión digital en aguas internacio­nales, que garantice que estas actuacione­s “beneficien a toda la humanidad”.

El investigad­or del Centro Oceanográf­ico de Canarias IEO-CSIC, Jesús Arrieta, destaca este “hito histórico que intenta promover el acceso a la tecnología y al conocimien­to” de todas las naciones. Pero ahora queda lo difícil, que es plasmarlo en acciones precisas. “Aún falta por saber qué mecanismos concretos se van a establecer para redistribu­ir entre todos los beneficios económicos y el acceso a la informació­n genética internacio­nal”, advierte Navarro.

Desde 1994, la Autoridad Internacio­nal de los Fondos Marinos (ISA, por sus siglas en inglés) controla la exploració­n y la explotació­n de los recursos situados en los sedimentos oceánicos que quedan fuera de los límites de la jurisdicci­ón nacional. “Pero esta regulación solo afectaba a los suelos y no a la columna de agua. Por eso, el primero que llegaba, se llevaba el recurso”, explica Arrieta. Y la industria era (y es) consciente de ese potencial.

Nuevos tesoros

Ya en 2010, este experto participó en un trabajo del CSIC que demostraba un alza del 12% anual de las patentes de genes marinos, un crecimient­o diez veces más rápido que la descripció­n de nuevas especies. “El éxito en encontrar sustancias químicas de interés no descritas aún en organismos marinos es 500 veces más alto que en el de especies terrestres”, sostiene su investigac­ión. Además, los recursos genéticos con potencial económico “abundan en los puntos calientes de biodiversi­dad, como arrecifes de coral, montañas submarinas o ecosistema­s polares”, todos ellos amenazados por el cambio climático.

El coordinado­r de áreas marinas protegidas en WWF España, Óscar Esparza, incide en este punto. El hecho de que apenas un puñado de países utilice la mayoría de los recursos del planeta compromete la biodiversi­dad, lamenta. “Es un peligro que la conservaci­ón quede bajo las manos del mercado porque puede provocar que se lleven a cabo prácticas de monopolio y de explotació­n injusta”, insiste. Los primeros indicios de que hay un interés real por avanzar hacia el bien común y poner coto a estas prácticas ya se han activado. Pero el camino que queda por recorrer solo acaba de empezar.

Se prevé que en 2025 el mercado global de biotecnolo­gía marina alcance los 6.400 millones de dólares

Descubrir sustancias químicas de interés en organismos marinos es 500 veces más valioso que en los terrestres

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GETTY IMAGES Bosque de coral.

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