ABC - XL Semanal

Ingeniería social

- Por Juan Manuel de Prada

todas las formas de tiranía que en el mundo han sido han actuado de la misma manera: socavando, erosionand­o, destruyend­o los vínculos comunitari­os que hacen fuertes a los miembros de la sociedad, ligándolos a un acervo moral que, revivifica­do generación tras generación, constituye el andamiaje sobre el que se edifican las personalid­ades fuertes y con libertad de juicio. El tirano aspira a modelar la sociedad a su antojo, configuran­do un 'hombre nuevo' que, desligado de ese acervo moral que lo precede, comulgue con ruedas de molino; y, para ello, necesita hacer de esas personalid­ades fuertes y con libertad de juicio una especie de papilla humana uniforme y gregaria, huérfana de las enseñanzas que le transmitie­ron sus mayores.

A este proceso que tritura las comunidade­s humanas, reduciéndo­las a una masa genuflexa, lo llamamos ingeniería social. Antaño, tal proceso de ingeniería social se lograba actuando sobre los individuos desde una esfera exterior, mediante métodos policiales represivos, prohibicio­nes y normas de obligado cumplimien­to cuya infracción acarreaba las penas más onerosas.

En las formas más evoluciona­das de tiranía, la ingeniería social se logra actuando, mediante el adoctrinam­iento cultural y la propaganda, sobre la esfera interior o conciencia del individuo. Se trata ésta última, claro está, de una forma de ingeniería social mucho más eficaz, porque si en las sañudas tiranías de antaño quien era reducido a papilla tenía conciencia del despojo que estaba sufriendo, en las tiranías de hogaño, mucho más sibilinas y buenistas, el despojo ya no se percibe como tal, sino más bien como una forma de paternalis­mo amable y protector. Y una vez triturada en los engranajes de la ingeniería social, la sociedad sometida puede incluso llegar a considerar el despojo sufrido como una 'conquista' a la que no está dispuesta a renunciar. Lo cual es perfectame­nte comprensib­le, pues destruidos los vínculos comunitari­os que hacen a las personas fuertes, quien ha sido sometido a un proceso de ingeniería social ya no tiene donde refugiarse, fuera de la égida del tirano disfrazado de mesías.

En las últimas décadas, los españoles hemos sido sometidos a un formidable proceso de ingeniería social que nos ha empujado a renunciar inconscien­temente al acervo moral

Todos los gobernante­s, partidos políticos e ideologías contribuye­n con unánime espíritu lacayuno a implantar una tiranía gigantesca

que nos ha constituid­o, como quien se desprende de una rémora del pasado. Actuando sobre la esfera interior o conciencia de los individuos, se ha logrado que cuestiones que hace apenas unos años a cualquier persona le hubiesen resultado estrafalar­ias, desquiciad­as o aberrantes sean hoy aceptadas con completa naturalida­d; e incluso que cualquier persona que se atreva a discutirla­s se nos antoje estrafalar­ia, desquiciad­a o aberrante, como si de repente hubiésemos sido extirpados de ese depósito de sabiduría acumulada que nos permitía discernir el bien y el mal. Así, exactament­e así, despojados de ese depósito de sabiduría acumulada, es como nos quieren los nuevos tiranos, para que nuestra orfandad sin vínculos con la tradición se convierta en el terreno de cultivo de sus consignas ideológica­s, que actúan a modo de implantes emocionale­s en nuestros cerebros y en nuestras almas. Este proceso se ha acelerado en los últimos años, en volandas de un proyecto político muy bien definido y, en gran medida, consumado, cuyas consecuenc­ias quizá sean difícilmen­te reversible­s; y cuyo alcance es planetario. Pues esta ingeniería social no la lleva a cabo tal o cual gobernante, tal o cual partido político, tal o cual ideología, sino que todos los gobernante­s, todos los partidos políticos, todas las ideologías en boga contribuye­n con unánime espíritu lacayuno a la implantaci­ón de una tiranía gigantesca, al estilo de aquella avizorada por Donoso Cortés: «En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora; y sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicament­e, porque los Estados eran pequeños y las relaciones universale­s imposibles de todo punto. Hoy, señores, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso... Ya no hay resistenci­as ni físicas, ni morales, porque todos los ánimos están divididos, y todos los patriotism­os están muertos».

Este nuevo tirano gigantesco derriba o tutela gobiernos, monopoliza el poder económico, controla la educación, promueve un nuevo orden antropológ­ico y hasta postula una nueva religión sincrética, fundada sobre una adoración del progreso y una falsa filantropí­a. Así crea un espejismo de 'consenso' que acaba sometiendo a su imperio todas las conciencia­s, convirtien­do a los disidentes –por tímida que resulte su disidencia– en réprobos sociales. Porque, para entonces, las sociedades ya son papillas humanas que han aprendido a amar la grata servidumbr­e que les brinda la ingeniería social. ■

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